Domingo, 18 de septiembre de 2011 | Hoy
A partir de un núcleo autobiográfico más bien lateral, Silvia Plager arma una novela con aires esotéricos y una riquísima variedad de referencias literarias.
Por Juan Pablo Bertazza
Pocas veces se tienen en cuenta las diversas relaciones que puede haber entre un autor y su libro. Es decir, con frecuencia suele reducirse todo el asunto a determinar si un libro es autobiográfico o no; cuando en realidad, determinada obra puede repercutir directamente en lo que queda de vida de un autor, hasta llegar incluso a matarlo, como le sucedió a Boris Vian con Escupiré sobre sus tumbas. Sin ser autobiográfico, El cuarto violeta, tal vez el libro más interesante en la carrera de Silvia Plager, surgió de algo que efectivamente le sucedió a su autora, algo que le suele ocurrir a la gente que se mueve en diversos ámbitos: una mujer la saludó dándole a entender que se conocían perfectamente, aunque ella no podía recordar ni siquiera si la había visto antes. Ese episodio aparentemente sin importancia fue el motor de este libro ya que se trasladó de la vida a la literatura. Cuando a Julia –una mujer madura pero con ganas de aprender– se le muere su ex marido, quien poco antes la había traicionado con una joven secretaria pero seguía enamorado de ella, es invitada a formar parte de una sociedad secreta plagada de ancianas fatales y algo snobs que, entre otras cosas, gustan de comunicarse con espíritus. Una de las integrantes de ese grupo le asegura que fue su compañera de colegio, aunque Julia, por más esfuerzo que hace, no logra acordarse de ella.
Interesante si entendemos la literatura como una especie de puente entre mundos posibles; ya que esa laguna, ese mareo que se origina cuando alguien asegura que nos conoce y nosotros no lo conocemos, se convierte en un extraño malentendido, es decir, en literatura. Pero más allá de esta ligera coincidencia autobiográfica en la cual no ahonda mucho la novela, existe una relación aun más interesante, no tanto entre lo que muestran esta novela y su autora, sino más bien entre lo que ambas esconden.
Con tapa violeta –a juego, claro, con su título–, y la carta del tarot número 12, la carta de la suma sacerdotisa que, según el libro, simboliza el futuro no revelado, además de asociarse a la inteligencia y los misterios ocultos, El cuarto violeta tiene el aspecto de una novela exclusivamente hecha para figurar en las listas de los libros más vendidos. Sin embargo, además de esa cita arltiana que sugiere la sociedad secreta, existen pocos libros presuntamente cultos, cools y modernos que tengan tantas referencias literarias explícitas como éste: Kafka, Murakami, Pavese, Cortázar y esa frase extraordinaria del poeta islandés Haldör Laxness que sirve nada menos que como moño del libro, cuando Julia se termina yendo a la lejana Islandia: “Sólo reina la belleza, por encima de cualquier deseo”.
Algo similar ocurre, justamente, con Silvia Plager, quizás una de las escritoras que más entradas tienen a su nombre en YouTube: diversas entrevistas hablando sobre sus exitosos libros, un encuentro con Gerardo Rozín disertando sobre comida judía, otro encuentro con Cristina Mucci hablando sobre esta misma novela. Delgada, elegante y eternamente joven, en estas entrevistas Silvia Plager parece la candidata ideal para una publicidad de cremas anti age. Sin embargo, detrás de ese perfil algo marketinero, se encuentra también una escritora con una amplia experiencia y una notable trayectoria, que ganó en su momento la Faja de Honor de la SADE, fue finalista del premio Planeta 2005 y, tal vez lo más importante, discípula confesa del notable y hoy casi ignoto escritor Roger Plá.
El cuarto violeta es de esas novelas que, como una gran cebolla, van viendo caer sus distintas capas hasta presentar un núcleo, un corazón inesperado que no tiene nada que ver con lo que parecía.
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