La historia del empampado Riquelme es una de las tantas épicas anónimas que ha generado el desierto chileno. Pero su vida permite además una amplia indagación acerca de los lazos entre padres e hijos.
› Por Ezequiel Acuña
El empampado Riquelme
Francisco Mouat
Libros del náufrago
144 páginas
El caso –real– es el siguiente. En enero de 1999 un carabinero del aeropuerto chileno de Cerro Moreno encuentra en el baño un sobre blanco grande y sellado. Teme que sea una bomba y lo lleva hasta uno de los aparatos de rayos X. Pero adentro hay algunos objetos personales –un reloj, una lapicera, una billetera– y una nota manuscrita en inglés donde se lee que todo el contenido del sobre ha sido encontrado junto a un esqueleto en el desierto de Atacama. La nota incluye las coordenadas precisas del hallazgo, a cien kilómetros al sur de Antofagasta. Los documentos de la billetera, incluida una tarjeta de invitación a un bautismo, pertenecen a Julio Riquelme Ramírez, desaparecido en 1956.
Riquelme Ramírez había salido del pueblo de Chillán, al sur de Chile, el primero de febrero de ese año. Tenía por delante cuatro días de viaje, dos trasbordos de tren, y unos dos mil trescientos kilómetros por recorrer hasta Iquique, bien al norte, donde sus hijos lo esperaban para que oficiara de padrino de uno de sus nietos. Pero, como resulta evidente, nunca llegó y, luego de una tímida búsqueda policial, su familia lo dio por perdido, fugado, en fin, olvidado. Más de cuarenta años después su esqueleto aparece en el desierto, la familia se conmociona, y el periodista y escritor chileno Francisco Mouat decide averiguar más sobre ese hombre que falleció acostado en el desierto de Atacama, con su bolso de viaje y todas sus pertenencias en los bolsillos.
Mouat relata sus días junto al hijo de Riquelme: lo acompaña al desierto para ver el lugar donde fue encontrado el esqueleto, está presente en los trámites con la policía, levanta testimonios familiares y asiste al velorio. Con la habilidad del buen cronista, intercala historias de “empampados” –hombres que como Riquelme se desorientaron y nunca lograron salir de las pampas desérticas del norte de Chile–. Y como un Euclides Da Cunha moderno, se apoya en la novela Norte Grande de Andrés Sabella para darle espesor al paisaje, el ambiente del norte chileno.
Cuando se estrenó el documental Riquelme del director Samuel León, uno de los productores del film declaraba que era la mejor y más completa investigación sobre el caso. Claramente intentaba disputarle el lugar al libro de Francisco Mouat. Una disputa que en algún punto resulta un poco ridícula porque, si bien El empampado Riquelme empieza como una crónica periodística, va mutando lentamente hacia otras formas. En algún momento, Mouat confiesa que el caso de Riquelme “es un misterio que no se resolverá nunca”. Lo que queda, entonces, son los interrogantes, la familia y la reconstrucción del hombre: la personalidad de Riquelme, el litro y medio de vino que tomaba todas las noches, su carácter solitario, de pocas palabras y mujeriego, y la relación con sus hijos.
El camino trunco de la investigación lleva a Mouat a perseguir una partida de nacimiento que no dice mucho, consultar un grafólogo para que describa a Riquelme a partir de su firma, y hasta visitar a una vidente para averiguar por qué el empampado se bajó del tren en medio de la noche en el desierto de Atacama. La figura del periodista se desdibuja y parece convertirse en un cazador de fantasmas, mucho más cerca del escritor de ficción que recopila las fantasías de lo que pudo ocurrir. Una ambivalencia que le da un perfume especial al libro.
A su vez, Mouat logra contactar a un bisnieto que repone gran parte de la complicada genealogía e historia familiar. Y junto con los testimonios de los hijos de Riquelme el libro empieza a rondar sobre esa materia tan literaria que es la figura del padre, desde el príncipe Hamlet hasta Paul Auster, pasando por Camus y Kafka.
El libro de Francisco Mouat –que inspiró la película Perdido que Alberto Fuguet nunca pudo terminar por falta de fondos y lo motivó más tarde a escribir Missing, sobre su tío desaparecido– es más que nada una crónica sobre las relaciones familiares y los sentimientos de los hijos respecto de los padres. Casi una novela, que se pregunta “cuánto misterio, cuántas zonas oscuras de nuestra vida que ni siquiera sospechamos de pronto se iluminan para darnos vuelta, para decirnos que si nada es estático en esta tierra, lo menos estático de todo es nuestra propia historia”.
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