Frida Kahlo, Diego Rivera y León Trotsky en una novela donde la historia no es mero reflejo de la realidad, pero sí resultado de una rigurosa investigación.
› Por Laura Galarza
Laguna
Barbara Kingsolver
Lumen
656 páginas
Cuando no escribe frente a la ventana que da a los bosques, Barbara Kingsolver cuida a sus ovejas, siembra y cosecha lo que más tarde ella misma se encargará de cocinar en su granja del sur, muy cerca de donde Flannery O’Connor criaba sus pavos reales. Con parte de una infancia vivida en el Congo cuando en la región se luchaba por salir del colonialismo, Kingsolver ve el mundo con ojos inquisidores y le da a la escritura estatuto político: “Pueden perderse vidas por una palabra equivocada”, señala. En Laguna, su sexta novela, después de sus nominaciones al Pulitzer y al Faulkner y del éxito de La Biblia envenenada, Kingsolver parece desafiar que el menos es más en literatura y vuelve con otra novela extensa, cargada de historia. Real, y de la otra. Jugando en ese borde con oficio, la estructura de la obra es de una prolijidad magistral. Imprescindible quizás, para contar un cóctel explosivo de arte y política en México y los Estados Unidos durante los años que van del ’30 al ’50. De un lado: Frida Kahlo y Diego Rivera, Trotsky, su esposa y Lev, su inseparable asistente en la casa, huyendo de Stalin; y como addenda, un lúcido y original repaso de la cultura maya y azteca. Del otro, la persecución a todo lo que ponga en jaque a la bella América: comunistas, veteranos de guerra, negros, artistas y sindicatos. El papel del periodismo panqueque, que lo que no sabe lo inventa, y la Comisión de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy.
Laguna está escrita en su mayor parte a modo de diario, el que lleva Harrison William Sheperd, en pequeños cuadernos del tamaño de un sandwich, desde su infancia y juventud en México, donde termina trabajando de asistente en la casa de Frida y Rivera en la época del exilio de Trotsky, hasta su vida adulta en Norteamérica. En sus diarios, Sheperd no habla de sí mismo, sino que como una cámara indiscreta (en parte objetiva, en parte reveladora), cuenta la intimidad de ese lugar donde se respira concentrado, el aire de época: arte y revolución. “La Paloma y El Sapo” se gritan de sector a sector de esa casa en forma de U (ella mueve la tijera en el aire: “Voy a castrar a ese hijo de puta”); Trotsky pide pan tostado cortado bien fino y su mujer repollitos de Bruselas.
Sheperd ya adulto, de vuelta en Norteamérica, se convierte en un escritor consagrado y perseguido por el macartismo. En esa época, contrata a quien va a convertirse en la segunda voz de Laguna: su archivista y mecanógrafa, Violet Brown, una mujer mayor, enamorada secretamente de él. Ella será en el reparto, la encargada de contar aquello que el protagonista omite de sí mismo. Las notas de VB (así firma) aparecen intercaladas con el diario de Sheperd, diferenciadas en la tipografía y funcionando como la pieza que falta.
Y finalmente, lo que podría considerarse como la tercera en discordia: un intercambio epistolar de tono entre amoroso e intelectual entre Sheperd y Frida. La misma Kingsolver explica cómo a medida que fue escribiendo la novela, la pintora tomaba mayor protagonismo y vida. Así es que frases adjudicadas a Kahlo, dichas en una carta, llegan como un mensaje intimista al oído del lector.
La obra se completa con documentos históricos, artículos de época de The New York Times, reseñas de libros y un obituario. Las últimas páginas las escribe la misma Kingsolver. “Esto es una novela”, dice y se encarga de aclarar qué documentación es oficial y cuál es inventada. Ahora, si bien Kingsolver –bióloga de profesión– investigó con rigor durante ocho años antes de sentarse a escribir, la intensidad y hondura de la prosa con que lo hace deja claro que ella es, ante todo, una narradora solvente.
Kingsolver, en sus declaraciones en la web oficial que armó para evitar la deformación periodística, se corre del género histórico. Y hace bien. “La historia es como un cuadro. No debe ser igualita a lo que ves por la ventana”, dice Frida. Porque Kingsolver tiene claro que “la mierda apesta aunque la cague un héroe” y escribe desde lo que no cierra, haciendo foco en las grietas de la historia y del alma, obliga a que su lector la siga con los ojos abiertos y la mente despierta. Porque cuando de pronto, por un agujero sale una araña enorme y peluda, advierte: “Cada hueco puede hospedar algo semejante en su interior”.
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