Bajo la apariencia y la promoción de una novela sobre la crisis financiera, el norteamericano Adam Haslett ha abierto una puerta de la literatura norteamericana que muchos creían casi cerrada: la novela realista en la que el sueño de unos es la pesadilla de muchos (y del mundo).
› Por Claudio Zeiger
Se podría empezar diciendo que este libro de Adam Haslett aparece en el momento en que se produce la caída portentosa de Lehman Brothers, el gran alerta roja de la crisis financiera global. Y no sólo el dato sería cierto, sino también pertinente y relevante: Union Atlantic trata, en definitiva, de la crisis financiera, de la caída de un banco enredado en los turbios negocios de los derivados y la especulación inmobiliaria sin freno. En ese sentido, es una novela realista y anticipatoria (su autor trabajó varios años en ella) que desemboca en la crisis prefigurada políticamente por la guerra del Golfo, el 11-S y la invasión a Irak. Y, en rigor de todo eso trata la novela pero, es tiempo de decirlo, encastrarla de tal manera en la estricta realidad de los Estados Unidos no da cuenta de lo que puede significar más hondamente en términos literarios, del logro enorme de este libro ambicioso y complejo pero jamás pomposo.
Con el antecedente de un libro de cuentos (Aquí no eres un extraño), Haslett construye arquitectónicamente una novela que aproxima dos mundos, dos idiosincrasias, dos neurosis letales: el de Doug Fanning, ex marine hijo de una sirvienta reclutado por el ejército y que se termina convirtiendo en un avezado tiburón de la City; y el de Charlotte Graves, una profesora de historia radicalmente antisistema y muy moralista, una ultracívica que parece progresista aunque, como bien intuye Doug, es parte de la Tradición, es una emanación pura de los Padres Fundadores, de los dueños de la tierra. Doug le construye una mansión inmensa y gélida en sus narices aunque ni la conoce. Lo que él quiere es volver al territorio donde su madre limpiaba la casa de los ricos y ahí clava la pica de su dinero mal habido. Ella lo demanda alegando que la tierra está construida en terrenos donados al Estado municipal por su abuelo venerable. Este es el nudo emocional de Union Atlantic, porque es el que anuda las vidas de los personajes. El contexto ya fue descripto antes.
Todo marcha por esos carriles cuando aparece el tercero de este triángulo: Nate, joven desorientado, implosivo gay aun sin práctica sexual. Y Nate se sitúa en medio de Doug y Charlotte y trata de satisfacer ambas demandas y, sobre todo, a su propio e inexplorado deseo.
Haslett construye pieza por pieza su edificio hecho con la densidad y la prestancia de los materiales duros y fríos, transparentes y nítidos. Jamás apura una escena, jamás se regodea con su prosa ni con la íntima conciencia de sus personajes a los que sabe riquísimos y potencialmente inagotables. Charlotte bebe de las fuentes de Virginia Woolf, y quizá de la Virginia de Las horas, de Cunningham. Doug parece salido de alguna página de Easton Ellis, de American Psycho o Suites imperiales. Nate, según declaraciones del propio autor, parece una artesanal cirugía reconstructiva sobre los restos de su propia biografía y, sobre todo, es el chico antiheroico que traiciona para consumar su liberación existencial.
En una superficie nada desdeñable, o, mejor dicho en su piso, Union Atlantic trata acerca del rol del dinero en una sociedad sometida a un valor tan relativo como la confianza. Sobre ese tema, es una novela de bancos y fusiones y Bolsas que se caen con todos los encantos (y varias de las dificultades de comprensión inmediata) de los thrillers financieros. Pero tiene uno o más subsuelos que son los que finalmente atrapan al lector en una red sensible que amenaza con perdurar mucho tiempo.
Es notable cómo cada uno de los personajes del drama viaja al origen de su problema identitario primordial, el que cada uno entabla con un tótem y un tabú imaginarios o no: el padre, la madre, el hermano. Es notable cómo cada uno de estos personajes tan antagónicos se parecen y están irreductiblemente solos. Y es notable cómo esta dimensión profundamente psicológica del libro puede desarrollarse en una novela plagada de números y data financiera. Arrollando así más de un prejuicio contra el realismo, negando quizás el agotamiento de la novela y señalando que tampoco hay que dar por muerto el ciclo del capitalismo, Union Atlantic toca el corazón actual del drama global, que, en definitiva, es una falta de confianza en los otros y un impulso autodestructivo sin precedentes. Quizá sea demasiado pedirle todo esto a una novela, pero lo cierto es que Union Atlantic abrió una puerta que empezaba a cerrarse en la literatura norteamericana, desplazando el viejo tema del sueño americano para empezar a entender que el paraíso del propio bienestar también es parte de la pesadilla del resto del mundo.
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