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Domingo, 15 de enero de 2012

La internacional argentina

La súbita aparición de un profesor argentino en una breve novela del suizo Klaus Merz abre un abanico de interrogantes sobre el “ser nacional” visto desde distintas perspectivas del destierro.

 Por Damian Huergo

Tras el fallecimiento de Johann Zeiter, nietos y (ex) alumnos de este profesor de escuela secundaria de un pequeño pueblo de Suiza –descripto como una postal soñada de lago cristalino, montañas con nieve en las puntas, flores silvestres brillando al sol y una llanura verde similar a veinte canchas de fútbol juntas– se reúnen a homenajearlo en un banquete con reminiscencias platónicas, donde se celebra tanto lo que muere como lo que empieza a nacer. Por las mesas circula comida, bebida y un inventario de recuerdos del misterioso profesor apodado “El Argentino”. La escena, construida con varios artilugios teatrales y otros tomados de la narración oral, pertenece a la nouvelle El Argentino, primer libro traducido al español del poeta y narrador suizo Klaus Merz. Y, como si fuera una pócima no apta para corazones científicos (¿acaso eso no es la literatura?), sirve para conocer y compartir un tiempo con Johann Zeiter una vez que abandonó el cuerpo y la materia.

En sólo ochenta páginas, Klaus Merz se las arregla –con distinta suerte– para ahondar en dos territorios sinuosos. Por un lado, pone en el centro del texto la relación parental y generacional nieta-abuelo (Lena y Zeiter, lo joven y lo viejo, lo que nace y lo que muere) habituada a los segundos planos en la literatura contemporánea –sobre todo en comparación con la abundante cantidad de historias sobre madres y padres–. Por otro lado, en una escala minúscula, correspondiente a la vida breve de un solo personaje, trabaja sobre ese muñeco inflable denominado “Identidad Argentina”. Lo curioso es que la mirada de Merz sobre la Argentina –mejor dicho sobre “lo argentino”– no deja de ser la mirada del otro, la del extranjero; por lo tanto, la nouvelle –a priori– manifiesta cierto atractivo al prometer dar indicios a ese interrogante ególatra y superficial de nuestra cultura que está atenta al qué y al cómo nos ven desde el otro lado del océano.

El Argentino. Klaus Merz Bajo la luna 81 páginas

Entre las diferentes voces que se turnan en la narración de El Argentino, se destaca la de Lena. Ella es la encargada de abrir las puertas del mundo privado de su abuelo: repasa sus años en la pampa santafesina, las clases de geografía, el romance con Amelie y su pasión por la fotografía y la pintura. En tales pasajes, cortos, prolijos, cargados de bellas imágenes sensoriales, Merz inaugura una especie de pedagogía de la nostalgia, donde rescata una anécdota del pasado para contraponerla con la “decadencia” del presente. Por ejemplo, confronta la aventura de los emigrantes con la aventura mercantilizada que promocionan las agencias de viajes, el arte antiguo con el moderno y, entre otras cuestiones, expone un pensamiento con olor a naftalina, la “pérdida esencial de los valores básicos” del mundo actual.

El misterio del profesor Johann Zeiter reside en los años que pasó en Argentina y en su apatía –en vida– para narrar aquel tiempo. Ese hueco de desconocimiento, Merz lo llena con suposiciones y anécdotas de sus alumnos. Como si fuera un extraño trabajo etnográfico que se apoya en observaciones de campo ajenas, las diferentes voces que cuentan la vida de “El Argentino” recurren a iconos tradicionales de nuestro país: en el texto no falta la figura del gaucho con facón, la carne vacuna, la cita de Borges, la Patagonia, la danza y el tango como música de fondo. De este modo, el autor pierde una oportunidad valiosa –en especial para el lector argentino– para dar una visión externa de nuestra identidad, al observar sólo el recorte parcial que se muestra desde las oficinas de turismo.

El Argentino es un libro ágil que funciona por sus aspiraciones poéticas, sus reflexiones humanas y por cierta evocación romántica a una vida noble y bondadosa. Sin embargo, al dejar a trasluz la radiografía de una vida es habitual que aparezcan manchones oscuros. Johann Zeiter no es ajeno a estas zonas ensombrecidas. Puntos negros que Merz señala, pero que prefiere no punzar a pesar de que conjure contra la misma historia que narra.

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