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Domingo, 5 de febrero de 2012

El escritor y sus fantasmas

Una librería que se va a pique en los años ’50 y la idea de iluminar la vidriera con un pesebre para atraer clientes son el punto de partida de El prisionero del cielo, la nueva entrega del fenómeno español Carlos Ruiz Zafón. Esta vez, la intriga se concentra en el pasado de uno de los personajes del ciclo, el viejo Fermín y su estadía en la cárcel.

 Por Juan Pablo Bertazza

Penúltima y tercera entrega de la saga El cementerio de los libros olvidados, El prisionero del cielo es uno de los libros que más expectativas generaron en los últimos tiempos. Acaba de salir en España y Latinoamérica con una tirada de un millón de ejemplares que promete agotarse de manera inmediata, y Carlos Ruiz Zafón la presentó con un lleno total de lectores, periodistas y editores en un lugar emblemático de Barcelona: la Cappela dels Angels.

Un marcado contraste se arma así con el comienzo del libro: Barcelona, año 1957, Sempere e Hijos, la librería de culto que atraviesa toda la serie de novelas de esta saga, y que intenta sobrevivir durante la posguerra, tiene que atraer más ventas o desaparecerá. Una de las decisiones que toma su dueño, en este sentido, es comprar un pesebre para alegrar las vidrieras.

La sensación comercial literaria del momento que constituye Carlos Ruiz Zafón, además de romper todos los records de venta con las novelas de esta serie publicadas hasta el momento, se da el extraño lujo de comenzar esta novela recién en la página veinte, luego de presentaciones de todo tipo, referencias y una lista exhaustiva de críticas favorables y elogiosas que fueron apareciendo a lo largo de todo el mundo, incluso provenientes de grandes marcas literarias como Stephen King y Margaret Atwood.

El prisionero del cielo. Carlos Ruiz Zafón Planeta 379 páginas

No obstante, algo de esa ingenua estrategia marketinera de comprar un pesebre para volver más agradable la vidriera de la librería parece repetirse también en El prisionero del cielo, una novela con más luz y humor que su antecesora, por lo menos desde la intención de que es lo que cuenta. En todo caso, El prisionero del cielo recupera elementos de La sombra del viento, más allá de lo que marca la reaparición de la dupla protagónica conformada por Daniel Sempere (ahora maduro, casado y con hijo) y el viejo Fermín, quien está a punto de contraer nupcias.

Daniel recibe la visita a la librería de un señorial y despreciable personaje que, sin conocer los problemas económicos de la librería, colabora con la causa y adquiere un incunable y costoso ejemplar de El conde de Montecristo, y le pide que se lo entregue a su compañero y amigo Fermín, con una extraña dedicatoria: “Para Fermín Romero de Torres, que regresó de entre los muertos y tiene la llave del futuro”.

Típico enigma con algunas resonancias literarias –abundan en este caso las referencias a Cuento de Navidad de Charles Dickens y a Los miserables de Victor Hugo–, algo para destacar de los libros de Zafón: en La sombra del viento, todo el enigma y el argumento se desencadenaban a partir de que un Daniel adolescente se devorara La sombra del viento, libro de un tal Julián Carax; mientras que El juego del ángel hacía foco en la ambición literaria de David Martín, escritor fantasma que recibía un encargo de un misterioso editor francés, Andreas Corelli, y terminaba representando una idea osada y, acaso, poco aprovechada en aquella novela: ¿qué escritor no es en el fondo un escritor fantasma por responder de manera inevitable al dictado de sus propios fantasmas, de sus propias ambiciones?

Ahora, el misterio de El prisionero del cielo tiene que ver casi de manera exclusiva con el personaje de Fermín, explicando muchos aspectos de su pasado, su nombre falso y sobre todo una extensa estadía en la cárcel durante los años del franquismo. Por supuesto, además de Fermín, el otro gran protagonista de este libro, y principal agente del mal en la literatura de Zafón, es Mauricio Valls, un personaje con muchas capas que encarna lo peor del régimen franquista, tema tratado con bastante ligereza en esta novela, algo que no deja de molestar teniendo en cuenta, por ejemplo, algunos datos de la realidad, como el juicio al que actualmente se ve sometido el juez Baltasar Garzón.

Pero, por supuesto, tal como sucede en todos los libros de Zafón, hay otra línea argumental que tiene que ver con pequeños dramas domésticos que tienen la función de hacer más digerible, en todo sentido, la trama central o policíaca (para usar un término español): una misteriosa carta que Daniel descubre por casualidad en el abrigo de su esposa, Bea, la carta de un prometido al que había dejado para casarse con él, que la cita a cenar en un hotel; y entonces, los celos terminan teniendo su propio desenlace.

Sin lugar a dudas, el fenómeno literario de Carlos Ruiz Zafón merece un análisis capaz de eludir reduccionismos y prejuicios en torno de los best–sellers. Sin embargo, lejos de la calidad de otros fenómenos como el éxito póstumo de Stieg Larsson con Millenium, algo en su obra parece alejarlo de la buena literatura y convertirlo en una categoría distinta: tal vez un gran hacedor de libros, capaz de vender millones de ejemplares en épocas en que los libros no suelen atrapar la atención de los masas.

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