Domingo, 4 de marzo de 2012 | Hoy
Con textos de Hebe Clementi e ilustraciones de Marcia Schvartz, La Patagonia excede el objetivo de información histórica para constituirse en un bello relato que articula diversos planes narrativos y del saber.
Por Sebastian Basualdo
“Este libro aspira a ser compartido tanto por lectores niños y jóvenes, como por adultos curiosos de saber cómo se gestó y transformó ese singular universo geográfico y cultural situado al sur del río Colorado.” De este modo presenta la prestigiosa historiadora Hebe Clementi su libro La Patagonia. Y para decirlo de una vez, se trata de una obra sutilmente elaborada, bellamente escrita y, como si fuera poco, está acompañada por ilustraciones de Marcia Schvartz.
La lectura se abre como un abanico a partir de la gran variedad de textos que circulan alrededor de la historia de los “patagones”, como los bautizara Antonio Pigafetta, allá por 1520, cuando recorriendo los acantilados notó las enormes huellas que los nativos dejaban sobre la playa. Entre relatos y leyendas, pasando por fragmentos de libros de viaje y crónicas, el libro permite adentrarse en lo más arraigado de la cultura patagónica tanto desde la perspectiva de los primeros habitantes de la región como de los conquistadores españoles. La Patagonia está elaborado a partir de tres grandes momentos, el primero lleva por título “La cuna”, donde se narra toda la cosmología y modo de vida de las distintas tribus, entre los que se encuentran “La leyenda del pehuén y del lago Nahuel Huapi”, enmarcada en una historia de amor que nada tiene que envidiar a la mitología griega, también un relato en primera persona sobre los onas y un cuento del cacique Abel Curuhuinca sobre cómo se hizo el primer fuego; ligados a estos textos se encuentran pequeños recuadros que, a modo de vocabulario, dan entrada a palabras como gualichu, por ejemplo, que resulta ser una deidad pampeana y origen de todas las adversidades. El segundo capítulo titulado “La conquista”, narra el advenimiento de los conquistadores con todo lo que eso significa, haciendo fundamental hincapié en relatos de primeras impresiones, como es el caso de Thomas Falkner, quien escribiera sobre las tehuelches: “Las mujeres, una vez que aceptan al marido, son fieles y laboriosas. La verdad es que sus vidas no pasan de ser el desempeño de labor sin tregua, porque aparte de tener que criar a sus hijos, tienen que someterse a toda clase de servicios; en una palabra, todo lo hacen, no siendo cazar y pelear, y hasta en lo segundo suelen también tomar parte”. El tercer y último capítulo se titula “La independencia” y está colmado de interesantes historias sobre las dos vertientes que lo definen: exploración y poblamiento de las tierras. La pulpería es uno de ellos: “Fue ésta una creación original de nuestra pampa y nuestro desierto, con nombre ancestral de raíz latina e hispánica que proviene de ‘pulpa’, o fruto. Parecería, por lo que los documentos dejan saber, que no hubiera habido pulpero decente, sino que por medio de la bebida y de la comercialización tramposa de cueros y ponchos indios, a cambio de bebida o yerba, hubieran sido los pulperos los más ladinos pobladores del desierto”.
Del cacique Casimiro, pasando por el explorador Carlos Moyano y la historia de El Valle de las Frutillas, se llega a un curioso francés llamado Aureliano, que se autoproclamó rey de Araucania y la Patagonia, llegando incluso a constituir un imperio con parlamento y nobleza, contando con una cantidad importante de parcialidades araucanas. Finalmente, los tres momentos cierran con una reflexión sobre las Malvinas que resulta muy necesario y aleccionador para quienes todavía no entienden la gravedad del asunto. En suma, La Patagonia de Hebe Clementi es un libro cuya dimensión sobrepasa sus aspiraciones formales de discurso histórico para convertirse en una preciosa obra narrativa.
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