Dom 18.03.2012
libros

Robando libros y corazones

› Por  Luciana De Mello

Una ladrona de libros con perfil de chica James Bond entra a una librería para hacerse de un buen botín. El joven librero se enamora a primera vista, la deja hacer sólo para volver a verla. Y lo logra. Pero la chica, que se hace llamar Ana Severina Bruguera, está llena de misterios en torno a su mentor, un hombre de edad avanzada que afirma ser su abuelo, con quien viaja permanentemente usando pasaportes falsos y con valijas llenas de libros como único equipaje. Ella aparece y desaparece mientras el joven librero se las ingenia para volver a encontrarla, y en esa búsqueda conoce al señor Otto Blanco, el supuesto abuelo, que es quien aporta una de las primeras claves de lectura: “Hablaba de una lucha por la dominación libresca de algunas zonas del planeta. Un fenómeno cuyas tendencias, cuyas corrientes, podrían observarse como en esos mapas de historia étnica o lingüística donde aparecen ilustrados con flechas de colores los grandes movimientos a lo largo de la Historia. Hablaba de guerras de clases de libros contra otras clases de libros, de géneros, sí. En éstas, como en casi toda clase de guerra, no siempre ganaban los mejores”.

Lo que sigue en Severina puede leerse como una perturbadora historia de amor cruzada por la problemática de los límites entre ficción y realidad, pero en esta novela corta, Rey Rosa abre una grieta por la que se filtra mucho más. Los libros robados, los regalados, los que irrumpen a modo de cita, los que sirven para pagar una especie de fianza, los que se leen en voz alta, los que se escriben en los márgenes de otros libros, los que no se escribieron todavía, los libros de transmutación, los que quedan para siempre sin abrir en algún estante de la biblioteca, todos los libros que aparecen en esta novela cobran un carácter de personajes secundarios. Ninguno de ellos ha sido elegido al azar. Hay una dialéctica en la circulación de cualquier libro, siempre, y para que acontezca, no se necesita más que nombrarlos. La palabra que fue escrita despliega sus ligazones con otros libros, otras edades, otros hombres. Se abre entonces, a modo de caja china, otro horizonte de diálogos por debajo de la trama. Un nuevo mapa de sentidos. La trama de la historia de un hombre enamorado de una mujer fugitiva está allí para sostener la atención –y la tensión– del relato con una escritura maestra. Las descripciones de los escenarios, diálogos y personajes conforman una poética del silencio mediante el equilibrio justo de una escritura sin adornos, casi elíptica que deja lugar para que todo el ruido, los olores y los acontecimientos del mundo que la rodean se cuelen en reposición permanente del universo circundante de la novela.

Severina es, en este sentido, una novela de reflexión en clave de homenaje a la amistad que unió a Rey Rosa con Paul Bowles. El fatalismo marroquí, la literatura de Borges, eran temas que ocupaban sus conversaciones y se encuentran cifrando esta novela. Uno de los últimos textos que el librero y Severina leen en voz alta es un cuento de Bowles, “Recuerdos de Bouselham”, escrito de modo que se puede leer de atrás para adelante. Atrás de todo está Borges y “El espejo de tinta” que aparece citado en la última página haciendo que su desenlace se abra como nuevo principio ordenador. Toda la historia se vuelve a leer desde ahí. Un ejemplar del Corán, que supuestamente perteneció a Borges y fue sustraído por Severina de su biblioteca en Bruselas, es la clave para que la chica y el narrador puedan seguir escapando.

El comienzo de “El espejo de tinta” escrito en los márgenes de ese Corán propone el tema del doble en el mismísimo final de la novela. Ahmed, un librero magrebí víctima también de Severina, acepta como fianza este ejemplar sin darse cuenta que la caligrafía de Borges es apócrifa. Las identidades de los personajes trasmutan como los elementos del libro de alquimia que Ahmed le regala durante un almuerzo al joven librero narrador de la historia, cuyo nombre nunca es revelado. Al igual que el rey de “El espejo de tinta”, el narrador vislumbrará su propio fin al aceptar su nuevo nombre en un pasaporte que no le pertenece.

El tema del doble es otra lectura del amor en esta novela. Mientras Severina desconfía de las empleadas domésticas por esa clase de relación de necesidad en la que uno no sabe nada del otro, pero donde el otro sin embargo sabe todo de uno, el joven librero cree ver en esa ecuación el vínculo que la une a ella. Un lazo de necesidad primaria acaso, una imposibilidad del encuentro si no es mediante el aniquilamiento del otro, una unión en la que el recorrido del amor no deja de tener un camino certero hacia alguna forma de la muerte.

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