Dom 18.03.2012
libros

El suplicio de las moscas

En la poética de Raúl Santana el tono coloquial alterna con un lirismo contenido y, además, las moscas cumplen un inesperado rol de conectar su poesía con una oblicua tradición.

› Por  Luis Gusman

En la poética de Santana “la palabra brilla”. En esta ocasión, la palabra poética es apropiada. Es decir, pertenece a la propiedad de este poeta. Para ello, basta recorrer sus libros para que el lector pueda advertir la construcción de una poética. Esto es una disposición y una composición de la materia tratada. El título de sus libros no nos desmienten: Diario de metáforas, Lengua materna, Gramática de la fuga. Pero la gramática es, como dice Borges, lo más humano. Por eso, es inseparable de la historia y de la carne: “Gramática de la fuga/la coma, el punto, traman/ la relación con la historia/ el difícil equilibrio/ si la carne se hunde en ella/ misma...”

Entiendo por escritura lo que Barthes decía se entrama entre la mitología y la carne del escritor y esta antología se fuga de la sensualidad más carnal de las palabras a cosas más abstractas. Pero en cada poema, este libro le recuerda al lector: “Su residencia en la tierra”. Un libro que marcó la poética de una época.

En este libro, conviven de forma dramática, narrativa y descripción de imágenes pero regidas por la economía que impone la palabra. En ese sentido, las palabras del poeta F. Gorbea son justas: “La poesía de Raúl Santana presenta una notable singularidad: el tono narrativo o coloquial alterna, a veces en el mismo texto, con un lirismo natural y contenido; la rememoración lineal o alusiva, con una composición definida en el marco de un automatismo asociativo”.

El primer poema que inaugura el libro, “Una ciudad llena de moscas”, fechado en 1971, lo sitúa a Santana retomando cierta relación con la tradición: las moscas en la literatura. Están en El matadero, en Mansilla, en Arlt. En el poema de Zelarayán: “Piedad por esas imbéciles moscas” de su libro La obsesión del espacio (1972) y en Leónidas Lamborghini donde en su libro Partitas (1972) se repite como leiv motiv, “Los chicos mueren como moscas”.

En 1972 en un congreso de psicoanálisis en Buenos Aires, donde intervienen O. Mannoni y M. Mannoni, organizado por Oscar Masotta, éste pronuncia la frase: “Esas imbéciles moscas”. Las moscas de Masotta son políticas y las utiliza para criticar el progresismo de la época.

Estos cuatro autores sin duda habían leído a Gombrowicz quien decía en Ferdydurke: “Basta el vuelo de una mosca para que el lector se distraiga”. Sin duda también: una manera de leer. Es cierto, las moscas han desaparecido de la ciudad y de las cabezas de la gente. La cultura del desperdicio se ha desplazado. Pero como dice Canetti en El suplicio de las moscas: “Cada escritor tiene una mosca revoloteando alrededor de su cabeza”.

Santana tiene la suyas y por eso sus palabras zumban. En este poema, alguien, un vasco, por supuesto hijo de un lechero, que alguna vez fue actor en un teatro del Centro, quiere dirigir Las moscas de Sartre en el potrero. En esos tiempos las moscas asolaban los potreros. Entonces le espeta al coro que lo rodea: “Animales... ¿ustedes se imaginan una plaza cubierta de moscas en pleno mediodía? ¿Se imaginan una ciudad llena de moscas zumbando por el aire?”. En la obra de Sartre, las moscas son un símbolo de un crimen impago, por eso la peste azota la ciudad de Argos.

En la poética de Santana las palabras huyen como moscas. A lo que Gorbea llama “automatismo asociativo”, yo lo llamo las moscas que zumban en la cabeza de Santana. Vivencia y sintaxis, dice Gorbea. Se podría agregar en esta ocasión: gramática e historia. Y “si la carne se hunde en ella misma” hay moscas revoloteando alrededor de ella.

Cuestión poética entonces, entre la carne y la letra. Aunque la gramática se fugue en el último poema, hasta casi la extinción de la palabra: susurro, respiración, aliento, esa batalla entre la carne y la letra, prosigue.

Cuando en esa convención que llamamos palabra “el sonido se separa de la letra” ésta se vuelve liviana y delicada como el polvo, hasta zumba. Entonces, para citar uno de los versos preferidos de Santana: “Dejemos hablar al viento” y que las palabras cobren esa densidad, ese peso insoslayable de su ausencia a la que obstinadamente nos aferramos.

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