› Por Fernando Bogado
Burgués y neurótico, se ha demostrado, suelen ser sinónimos. Lo primero es una categoría histórica, de clase, social; lo segundo, una psicoanalítica, pero ha sido un gesto poco elegante de la historia el de plantear una diferencia en dos espacios absolutamente iguales, complementarios, hermanados. El burgués y el neurótico comparten un extraño capital común: el del secreto. Si bien la primera clasificación puede resultar exagerada y tendenciosa, la segunda no lo es para nada si la usamos con el fin de caracterizar a Mario Novoa, protagonista de la última novela de Martín Kohan, Bahía Blanca, antes que una novela de amor, antes que un policial, una novela de secretos y obsesiones.
Los secretos más oscuros no se cuentan: por más paradójico que suene, es en Bahía Blanca en donde esta verdad se hace patente cuando Novoa, recién llegado, se pone a deambular por la ciudad buscando evadirse, perder concentración, dejar de obsesionarse. Sabemos que lleva un bolso de mano con poca ropa, que mintió a las autoridades académicas de turno para poder “trasladar” su investigación a Bahía Blanca por su necesidad de escrutar la figura de Martínez Estrada (autor del que el protagonista confiesa no haber leído nada, pero del que admira su capacidad para cambiar de tema de libro a libro), y sabemos, por sobre todo, que aquel bolso contiene un objeto, una billetera, para ser más específicos, que perturba la conciencia del narrador (claro, la mejor forma de desplegar un repertorio de insistencias es utilizar la primera persona, un diario íntimo).
Bahía Blanca demanda del lector cierta paciencia: la colección de obsesiones de Novoa pueden llegar a hastiar a cualquiera, pero promediando la novela y con la aparición de una figura del pasado en esa ciudad vacía, un tal Ernesto Sidi, la narración da un giro repentino que resignifica las páginas pasadas y vuelven al libro algo más interesante. Ese exilio voluntario encuentra un motivo tanto en el orden de los hechos como en el plano de los sentimientos: hay algo que Novoa nunca, en ningún momento, deja de ubicar en el centro, de postular como faro.
Martín Kohan (1967) ha sabido retratar las obsesiones de una manera notable: en Dos veces junio se intercalaban fragmentos que ahondaban en diferentes variables numéricas o meros datos de los jugadores de la Selección Nacional del ‘78 –de qué equipo provenían, cuánto medían, etc.–; mientras que en Ciencias morales había, en la mirada de María Teresa, preceptora del Nacional Buenos Aires que acecha la aparición de un comportamiento extraño en los baños del colegio, un notable grado de obsesión, de interés por el registro punitivo. La prosa fragmentaria del escritor es, en Bahía Blanca, sobre todo, lo que siempre ha sido: una colección, una suma catalogada. Mientras que en Dos veces junio eso funcionaba a la perfección y hacían a la médula de lo que se quería contar –se registra para no ver lo que pasa–, en la presente novela el procedimiento no funciona tan bien por quedar demasiado evidente; es más, Novoa no hace otra cosa que encarnar a La Obsesión en tanto verdadero personaje: alguien que anota mentalmente los colectivos que pasan por determinadas calles, que sigue a esas mismas calles en un mapa imaginario, que retiene las maniobras de los automovilistas y todo eso en la mitad de una conversación casi a las apuradas con otra persona; es la obsesión misma, el registro por el registro sin fin aparente.
La novela se alimenta del título de “mufa” de la ciudad (cruel mitología geográfica) para después hacer partir de allí una historia: como el mismo Kohan declaró en una reciente entrevista a La Voz del Interior, la novela parte del interés por Bahía Blanca como ciudad: ¿qué historia se puede contar en estos pagos? De allí la importancia de las referencias a las calles principales, la visita a Ingeniero White y al “piringundín” de Black Cat (otra crueldad: la de los nombres), insistencia que, sin la aparición de Sidi, ese pedazo de pasado flotante que invita a una terrible confesión (dijimos que los secretos oscuros no se cuentan, pero reformulemos: se cuentan, específicamente, una vez y para siempre), no sería otra cosa que la exploración de una ciudad antes que el drama interior de un personaje neurótico y obsesivo.
Bahía Blanca tiene anécdotas o referencias que se habían presentado en otras historias, dando esa sensación de cadena, de un elemento más dentro de una serie. Esto no es un defecto sino una característica, claro, de no poder cambiar de tema, de no poder abandonar estrategias y fundar así un estilo. Después de todo, eso también hace a la obsesión.
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