Domingo, 1 de abril de 2012 | Hoy
Una novela entre muchas otras de una serie, que no solo se destaca por su hipnótica intriga sino que esconde la llave para llegar al misterio de Fred Vargas. Detrás del seudónimo hay una arqueóloga que entre Agatha Christie y Proust sacudió el mundo de la novela negra francesa.
La culpa de todo la tiene el acordeón. O más bien la impericia con el instrumento de la arqueóloga francesa Frédérique Audoin-Rouzeau, que un cuarto de siglo atrás decidió intentar relajarse de sus labores profesionales con la escritura en vez de hacerlo con la música. El resultado terminó siendo un policial –novela de intrigas, y no negra, como le gusta decir a su autora– que ganó entonces un concurso para autores inéditos, y dio comienzo a una carrera que actualmente acusa seis millones de libros vendidos en veinte idiomas. Todo bajo el seudónimo de Fred Vargas, cuyo apellido Frédérique adoptó de su hermana melliza, Jo, artista plástica, que lo tomó a su vez del personaje que interpreta Ava Gardner en la película preferida de ambas, La condesa descalza. Autora no de una, sino de dos sagas de detectives exitosas y premiadas –la del comisario Adamsberg por un lado, y los Tres Evangelistas por el otro–- Fred Vargas es todo un fenómeno literario europeo, gracias a su particular versión proustiana de su admirada Agatha Christie.
Hija de un poeta surrealista, ecologista y votante de Daniel Cohn-Bendit en las candidaturas europeas del 2009, autora de un tratado definitivo sobre la peste negra bajo su nombre real, Fred Vargas lucha a su modo contra las grandes editoriales, manteniéndose fiel a la pequeña casa editora francesa que se atrevió a editar sus primeros libros, manteniendo a tal punto la reserva sobre su identidad, que durante un tiempo muchos creyeron que era un hombre. Tal como lo terminó haciendo con su carrera académica en pos de la literaria, Vargas tampoco ha dudado, cuando llegó el momento, en dejar todo de lado para defender la libertad de un colega escritor de policiales, Cesari Battisti, que con un breve pasado terrorista en Italia se asiló en Francia y, luego de rearmar su vida, se enfrentó largamente a una extradición –injusta, según Vargas, que escribió un libro defendiendo su inocencia– que terminó sólo cuando logró ser aceptado por el gobierno de Lula en Brasil.
A juzgar por el admirable El ejército furioso, el más reciente volumen de la extensa saga del comisario Adamsberg, la visión que Vargas tiene del mundo es la base de sus novelas. Una mirada compasiva, pero que no sabe de treguas, y que no le teme al pasado ni al presente más inmediato. Para muchos el mejor libro de la autora, este décimo tomo de la saga puede funcionar tranquilamente como puerta de entrada al particular universo del comisario y su amplia corte de colegas. Con un primer capítulo contundente, casi un cuento corto, que condensa admirablemente el estilo Vargas, la novela transcurre lentamente hacia las varias tramas que enhebra su lectura.
Desde un misterioso torturador de palomas hasta la probable tragedia generada por un recurrente pirómano de autos, con centro en una serie de asesinatos en un pueblo de provincia supuestamente motivados por una antigua leyenda, todo cabe en El ejército furioso, un volumen atrapante y encantador, a pesar de la violencia de sus asesinatos. Aunque más no sea sólo por una inmediata atracción hacia los personajes que la habitan, que orbitan alrededor del siempre meditabundo y sensible Adamsberg, una especie de anti Wallander. Si el personaje de Mankell lucubra siempre deducciones y sufre su vida solitaria, Adamsberg parece siempre dejarse llevar por los acontecimientos, y disfrutar ante la tragicomedia permanente que construyen sus ayudantes, entre los que se puede encontrar a un comandante borrachín y sabelotodo, un teniente narcoléptico y una oficial contundente y decidida como la inolvidable Violette Retencourt.
El ejército furioso del título es una tropa fantasma que supuestamente recorre la Normandía francesa, reclutando por la fuerza a los delincuentes sin castigo. Una leyenda que data de mil años atrás, que debe ser anunciada por quienes mágicamente puedan verla, para permitir que los futuros condenados intenten redimirse. Es la madre de la ocasional testigo de su paso la que se abre camino hacia París para balbucear ante el comisario que se haga cargo del caso, que irá sembrando de cadáveres el pueblo de Ordebec. Escapando de su aparente fracaso en otro caso, el asesinato de uno de los mayores empresarios de Francia, hacia allá irán Adamsberg y sus colaboradores, en una trama macabra y oscura, que ilumina Vargas con un curioso y personal humor en cámara lenta, protagonizado por sus personajes habituales, y también por los que irán descubriendo en una Normandía inventada y, al mismo tiempo, oscuramente real.
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