Domingo, 20 de mayo de 2012 | Hoy
En La tejedora de sombras, ganadora del Premio Planeta-Casamérica 2012, Jorge Volpi reconstruye una trama de intrigas sobre los pioneros del psicoanálisis en Estados Unidos, que no logra enfocar en el centro de una propuesta literaria más allá del atractivo documental.
Por Laura Galarza
El TAT es un test muy utilizado por los psicólogos. Los pacientes deben mirar unos dibujos y contar una historia –la que se les ocurra– a partir de cada una de ellos. En el año 1943 Christiana Morgan, artista, y Henry Murray, psicólogo de Harvard, amantes clandestinos por más de cuarenta años y adeptos al método jungiano, deciden experimentar con pacientes. Les muestran imágenes extraídas de viejos ejemplares de Time Life y unos dibujos que la misma Christiana hacía inspirados en sus ensoñaciones. Vieron que funcionaba: los pacientes exponían sus problemas con mayor soltura que durante una sesión de terapia. En los primeros manuales del test figuraban ambos como autores. En los posteriores, que se consiguen hoy en las librerías, sólo firma Murray. Y eso tiene una explicación.
La historia detrás de la historia es la que se cuenta en La tejedora de sombras, novela con la que Jorge Volpi se alzó con el Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casamérica 2012, dotado de 200 mil dólares. La novela de Volpi se basa en la vida real de esta pareja de amantes, pioneros del psicoanálisis en Norteamérica, Christiana Morgan y Henry Murray. No es la primera vez que Volpi se basa en hechos reales para contar. Por El insomnio de Bolívar (Mondadori, 2009), obtuvo también el Premio Iberoamericano Debate-Casamérica, pero esa vez de ensayo. En aquel momento varios medios se hicieron eco de su polémica declaración: “América latina no existe”.
Tampoco es la primera vez que Volpi entra en el terreno del psicoanálisis y hace oleaje: “Desde la ciencia no hay evidencia de que exista el inconsciente”, declaró en su última visita a la Argentina el pasado mes de abril, cuando viajó por la presentación del libro.
También en La tejedora de sombras su protagonista Christiana Morgan es psicoanalista y paciente de Carl G. Jung. Fue investigando para su anterior novela No será la tierra (Alfaguara, 2006), cuando Volpi se topa con los diarios de Morgan que terminan dando cuerpo a buena parte del libro, sumado al detalle de sus dibujos, pinturas y ensoñaciones productos de su análisis. En aquella oportunidad, Volpi buscaba datos acerca del terrorista Unabomber. Resultó que Theodore Kaczynski (su verdadero nombre) había estado entre los estudiantes sometidos entre 1959 y 1962 al experimento MK Ultra, un programa de investigación secreto de la CIA que trataba de encontrar métodos para controlar la mente. Volpi supo que este programa era dirigido por Henry Murray, amante de Christiana. Datos de los que se va a aprovechar entonces para construir los dos personajes de su novela. Los estudiantes sometidos al MK Ultra sufrieron alteraciones psicóticas y algunos se suicidaron. Aunque este hecho aparece tangencialmente en la novela, y apenas sugerido: “En sesiones de dos horas, tres veces por semana, te proponías averiguar hasta dónde resistirían el ataque sin quebrarse y atisbar qué sucedería si el ejercicio se realizaba con espías verdaderos”.
Si bien Christiana sospecha de las prácticas de su amante (que coinciden con el comienzo del consumo de LSD por parte de Murray), ella se mantiene al margen, sumergida en sus ensoñaciones y dibujos la mayor parte del tiempo, sin poder hacer pie en la vida. La prosa de Volpi acompaña el ensimismamiento de Christiana, por momentos sofocante y cargado de lirismo: “El sol ha iniciado su ronda hacia las profundidades, ¿por qué nosotros no habríamos de imitarlo? Un descenso lento como un ancla, las burbujas que nos resguardan de los peces y su hambre, una luminosidad azul que se ennegrece, el abrazo feroz de las corrientes submarinas, una inconsciencia cada vez más sutil, más inasible”.
Lo que une a Christiana y a Murray es una gran afinidad intelectual difícil de compartir con sus respectivos esposos, quienes también con cierta complicidad avalan la relación. Parece que él era un hombre talentoso pero con poca decisión. Christiana se arroga entonces la misión de empujarlo a ir por más. Jung dice de ella a Murray en la novela: “Cristiana es una femme inspiratrice, una mujer que no ha nacido para procrear hijos sino para fecundar a los hombres que saben apreciarla”, lo que deja entrever que el desertor del psicoanálisis freudiano, tan comentado en este último tiempo (recordemos que se ve por estos días en los cines Un método peligroso), también estaba cautivado por su paciente y discípula. Cristiana llevó un diario durante los años en que viajó a Suiza para analizarse con Jung. En la biblioteca de la Universidad de Harvard, metidos en cajas y olvidados, Volpi se encontró con ese diario, los dibujos producto de las ensoñaciones a las que la sometía Jung y un manuscrito de un libro nunca publicado: “el gran libro de esa historia de amor absoluto”.
Volpi ha dicho en diferentes entrevistas que su objetivo en la novela había sido acompañar el material de archivo con un ir develando a Christiana Morgan, imaginar y “transmitir su interioridad”. Ahora bien, lo que reconstruye Volpi por fuera de la transcripción textual se adhiere a la retórica de los diarios de Christiana, operando más en el sentido de la distancia y el misterio de una heroína despechada que de la humanidad de un personaje. La historia queda entrampada en los lamentos de su protagonista; el lector es el que se ve sometido a buscar hilos solventes y acostumbrar el ojo a los pasajes continuos de punto de vista, tonos, escenarios, dibujos, pinturas. El libro de Volpi acerca una información valiosa, rescatada del olvido pero que sin embargo no logra afirmarse en una trama literaria con peso propio.
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