Dom 01.07.2012
libros

Los chicos de la guerra

En El viaje de los niños se recrea la experiencia de la posguerra desde una perspectiva poco frecuentada: los chicos que vinieron a la Argentina con sus padres y crecieron con la sombra de lo que había pasado.

› Por Fernando Bogado

La experiencia de la guerra es una radical no-experiencia, un vacío, algo peor que un trauma, un abismo negro sin referencia posible. Walter Benjamin teorizó sobre el problema en dos textos ahora clásicos, “Experiencia y pobreza” y “El narrador”: se sabe, los soldados que vuelven de las trincheras de la Primera Guerra Mundial llegan mudos, y lo que antes constituía el principal reservorio de experiencias para cualquier persona es ahora la falta de relatos, lo indecible. Frente a este panorama narrativo, humano, al cual todavía le faltaba atravesar la Segunda Guerra Mundial, pocos se han puesto a pensar en lo que les ha sucedido a los más pequeños: los niños que tenían tres o cuatro años durante el conflicto y que, una vez terminada la contienda, en lugar de volver al hogar tuvieron que cargarlo a cuestas y tratar de inventar una nueva vida en un paraje tan lejano como lo era Argentina para ellos en ese momento, digamos, un lugar imposible, verdaderamente imaginario. Así, El viaje de los niños (Inmigración, infancia y memoria en la Argentina de la segunda posguerra) de María Bjerg se ocupa de recuperar estos relatos de niños sobrevivientes e inmigrantes que abandonaron una Europa fatal para reconstruir su vida a muchísimos kilómetros del hogar, de las costumbres, de los amigos, de las comidas.

¿Cuál es el relato que los ahora ancianos pueden llevar adelante de sus días en la España de la Guerra Civil o en la Francia de la ocupación nazi? A través de una serie de entrevistas, la autora logra reconstruir la memoria fragmentaria de estos niños sobrevivientes que pasaron por diversas penurias hasta poder instalarse en territorio argentino y llevar así una vida normal, tal vez tan normal como aquella que rememoran antes del inicio del conflicto. Podemos encontrar historias como las del barcelonés Juan Flórez, cuyo padre estuvo vinculado a la República de manera activa, quien tuvo que abandonar casi para siempre su tierra, pasar por una dura experiencia escolar en la París de posguerra (discriminado por su condición de extranjero) y finalmente terminar a los quince años viajando a la Argentina con nada más que unos libros escolares y los únicos lápices de colores que había tenido en su vida.

El viaje de los niños. María Bjerg Edhasa 152 páginas

María Bjerg (1962), investigadora del Conicet, responsable de libros como Historias de la inmigración en la Argentina (2009), da un espacio de expresión a estas voces silenciadas sin recurrir a los datos estadísticos o a las voces rectoras de los mayores que, al mismo tiempo que articulaban los relatos infantiles, bloqueaban la verdadera story de una experiencia en primera persona: ¿podemos confiar en los cuadernos corregidos por los maestros para entender el verdadero vínculo entre guerra y experiencia? ¿Hasta qué punto los recuerdos que relatan (algunos, a duras penas y luego de años de silencio) no son las perspectivas y expresiones de los adultos asumidas como propias? En última instancia, esta serie de pequeñas historias constituyen la experiencia posible luego de la guerra y el campo de concentración.

Instalados en Bariloche, Mar del Plata o el sur del Gran Buenos Aires, con padres sobrevivientes que trataron de retomar sus oficios en la Argentina del primer mandato de Perón con éxito variable, en una tierra en donde se enamoraron, encontraron trabajo y tuvieron a sus hijos, las personas que dan su testimonio en El viaje de los niños le dan valor al texto como un pequeño intento de documentar estas vidas entre lenguas perdidas y recobradas, recuerdos ausentes o insospechados o, en los casos más terribles, vínculos inesperados entre los juegos infantiles y el mundo de los adultos. Hay, en última instancia, en cada una de las fotos que acompañan estas historias, la mirada adulta que sólo puede tener un niño sosteniendo un juguete o mostrando su vestido desprovisto de lo único que podía quedarle de patrimonio entre tanta hambre: su propia infancia.

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