Sí, tan minúscula como decidida, ha salido de nuestro país y conquistó el mundo. La hormiga argentina, alimentando nuestro orgullo patriotero, hizo que Calvino escribiera un cuento inspirado en esta especie que plagó Liguria durante los años veinte causando desastres. Esta conquista mediterránea de la hormiga argentina, catalogada como la mayor unidad cooperativa de la naturaleza conocida hasta el momento, se alzó frente a los pobladores del lugar construyendo frente a ellos un bloque hegemónico casi gramsciano. Calvino tomó nota de esto y, siguiendo la línea de Una nube de smog, en La hormiga argentina hace estallar un realismo que linda con lo fantástico, buceando en la condición social del hombre y su ambiente en tan sólo ochenta y nueve páginas colmadas de esa ironía calvinesca, donde el humor funciona como catalizador de la sustancia moral del relato.

Publicado en 1952 en la revista Botteghe Oscure y rescatado ahora por Siruela, el relato cuenta la reacción de un hombre frente a una plaga de hormigas. Recién se ha mudado con su mujer y su bebé enfermo a una nueva región donde, a pesar de lo humilde de la casa que alquilaron, la esperanza puesta en la labranza de la tierra es lo que mantiene firme su fe en el porvenir. Para destruir su sueño, enseguida aparecen las hormigas, que invaden desde la comida hasta el cuerpo de su hijo. El hombre, estoico, busca la esperanza en la lucha de sus vecinos contra la plaga, pero termina por descreer de todos: darwinistas, religiosos y militares exponen sus métodos de resistencia, al mismo tiempo que revelan lo más miserable de su humanidad. Amenazante y corrosivo como cualquier texto de Kafka, Calvino alcanza en este breve texto una síntesis de los males del hombre moderno: “Pero cuanto más los mirábamos desde arriba, mayor era la compasión que sentíamos por nuestra vida allí abajo, como si viviendo en aquel mezquino, ínfimo horizonte, no pudiéramos sino seguir luchando contra problemas ínfimos y mezquinos”.