Muriel Spark fue sin dudas una de las más atractivas, irónicas y lúcidas escritoras inglesas. La profusión de títulos casi nobiliarios que le otorgó el Imperio Británico no deberían despistar al lector. Sufrió el hambre y las penurias de los comienzos de un verdadero artista. Su obra, rescatada en nuestro país por La Bestia Equilátera, siempre tiene un sesgo detectivesco y un dejo de reflexión filosófica. En Muy lejos de Kensington creó un personaje femenino que, como ella, estaba preparado para escuchar a los demás y, a continuación, ponerlo por escrito.
› Por Laura Galarza
Redactó mensajes falsos en el Servicio de Inteligencia Británico para despistar a los alemanes durante la Segunda Guerra y por esa acción a Muriel Sarah Camberg la nombraron, en 1993, Dama al servicio del Imperio Británico. Ya en el orden literario escribió las biografías de Mary W. Shelley y Emily Brontë, además de poesía y relatos, hasta ganar en 1950, en el Observer, su primer premio. Desde entonces publicó más de veinte novelas, entre ellas The Prime of Miss Jean Brodie, con la cual alcanzaría la fama en 1961. En nuestro país, La Bestia Equilátera se viene ocupando de hacer un justo rescate de su obra, traduciendo al español desde 2008 Los encubridores, Memento Mori, La intromisión y ahora, Muy lejos de Kensington, dejando claro que Muriel Spark es una autora que no se puede dejar de leer.
“Tengo una oreja que escribe”, afirma en el prólogo a Mary Shelley quien fuera nombrada Comandante de las Artes y Letras en Francia en 1988. Será por eso que leer a Muriel Spark es como escuchar. O también como pasarse una tarde con una amiga lúcida, incisiva y ocurrente, de esas que, sin dejar de ver el lado oscuro de la vida, lo comprenden. “Había algo en mí que invitaba a las confidencias”, dice la señora Hawkins, alter ego de Spark y protagonista de Muy lejos de Kensington. Esta joven rellenita y bien predispuesta atiende los problemas de los vecinos de esa pensión de los suburbios londinenses ambientada en los ’50. La señora Hawkins los conoce también por sus ruidos. La costurera Wanda y su máquina de coser, la joven Isobel y el teléfono, la enfermera obsesiva de la limpieza que corre muebles y un silencioso matrimonio sin hijos. “Gratis, incluido en el precio del libro”, según aclara la señora Hawkins, en Muy lejos de Kensington hay consejos para los lectores. Consejos que terminan siendo el ícono de la novela: los que quieran adelgazar deben comer de todo, la mitad; la que vaya a casarse, antes debe ver al novio borracho, y si andan con problemas, hacerse un viaje a París. Para los escritores, comprarse un gato porque ayuda a la concentración. Y empezar las novelas como si le fueran a escribir a un amigo. Porque la señora Hawkins es editora y en ocasiones le toca vérselas con jovencitos que se creen Proust apenas comenzar. “Escribe sobre algo en concreto”, le sugiere al que acaba de enviarle una novela “larga e incoherente”.
Lo cierto es que a Hawkins van a llamarla por su nombre de pila recién a mitad de libro cuando logre bajar de peso poniendo en práctica su propia fórmula. “Más adelante, cuando decidí ser delgada, noté inmediatamente que la gente no me contaba tanto sus pensamientos.” El sobrepeso preocupó también a Spark, quien consumía pastillas para adelgazar. Las señoritas de escasos medios, precisamente, transcurre en una residencia para mujeres jóvenes que se escapan por la noche a la terraza. Como la residencia ofrece una dieta rica en harinas, algunas deben untarse el cuerpo con aceite para poder pasar por la estrecha ventana que las conduce a la libertad.
Los fanáticos y seguidores de Muriel no quieren a Martin Stannard, el biógrafo que ella eligió para narrar su vida y con el cual terminaría en malos términos, acusándolo de chismoso y manipulador. Más allá de eso, de Muriel Spark se conoce lo justo y necesario. Nacida en 1918 en Edimburgo, de padre judío y madre presbiteriana, a los 19 años se casó con un maestro, Sydney Oswald Spark, con quien se fue a vivir a Zimbabwe buscando salir del entorno de su familia humilde, a tal punto que solían alquilar el cuarto de Muriel, quien se veía obligada a dormir en el comedor. Pero después de seis años y quedándose sólo con su apellido, abandonó a su marido porque se volvió violento y abusivo. Spark se embarcó a Londres en un transporte de tropas dejando también en Africa a su hijo Robin, de seis años, con quien va a mantener una relación tensa y distante durante el resto de su vida y a quien terminará desheredando poco antes de morir.
De vuelta en Londres, Spark, al igual que su señora Hawkins, también trabajó en pequeñas editoriales y vivió en pensiones, pasando hambre. “Literalmente no tenía qué comer, fue horrible”, declaró. En ese período la ayudaron sus amigos Graham Greene y Evelyn Waugh, influenciándola además en su conversión al catolicismo. Elemento que si bien va a estar presente en su obra, no se salvará del ojo cínico de Spark: “No se prestan más a la burla que cualquiera de nuestras religiones”, dice su personaje en Muy lejos de Kensington.
Quizá por vicios propios de una Dama del contraespionaje, la trama pseudopolicial es otra marca de la obra de Spark, cuya literatura fue comparada en The New Yorker a “un frasco que contiene un escorpión”. Jugando a los detectives se hilvanan hechos que rozan lo absurdo, pero siempre (y sin excepción en Spark) pegan en otro lado. La miseria humana aparece en clave socarrona. “¿Por qué será que las clases bajas sangran tanto?”, dice Lucan, el personaje de Los encubridores (inspirado en el caso real de un crimen ocurrido en el seno de la aristocracia británica) al recordar los chorros que desprendía una niñera muerta a mazazos. En Memento Mori un grupo de amigos octogenarios envarados son extorsionados por teléfono: “Recuerde que debe morir”, dice la voz que funciona también como un mensaje al lector. Como quien no quiere la cosa, Spark mete el dedo en la llaga y hace que los viejos reunidos a tomar el té se midan por los achaques: el más sordo, el más rengo, el más prostático, el más senil. En el caso de Muy Lejos de Kensington, la extorsión es a Wanda, la costurera, hecho que sirve para hacer justicia literaria: dejar al descubierto a un escritor a quien la señora Hawkins apoda “pisseur de copie” (“el que mea prosa mala”), cuyos textos “se retorcían y penaban con giros y vueltas, tergiversaciones, palabras ineptas, caprichosas repeticiones, rebuscada verborrea y largas palabras de origen latino”. Otro sello de Spark: en pequeños bocadillos, grandes lecciones de escritura.
Admirada por autores como John Updike, Tennessee Williams, David Lodge, y elogiada por grandes críticos como Frank Kermode, Muriel Spark escribía a mano en cuadernos de espiral. Cuando se paralizaba frente a la hoja en blanco, iba a su reserva, buscaba uno nuevo y volvía a empezar. La escritora Shirley Hazzard la recordaba como una mujer que veía el mundo con ojos de rayos X. Cuando murió, el 13 de abril de 2006, a los 88 años, en un pueblo de la Toscana junto a Penélope Jardine, pintora, escultora y amiga incondicional, Muriel Spark aún escribía cada mañana, como aconseja hacerlo la señora Hawkins: en compañía de su gato bien acomodado bajo la lámpara.
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