Dom 07.10.2012
libros

Caravario presenta

Precedido por libros secretos y leídos con atención por cierta parte de la crítica, como Sangra o Costumbres de la carne, Alejandro Caravario comparte su tiempo entre el periodismo deportivo, de fútbol en particular, y la literatura, con personajes duros, escenas dislocadas y sobre todo un lenguaje directo y eficaz que es su principal marca de estilo. La presentación, que gira alrededor de las andanzas de un conductor de televisión, no es una excepción, y vuelve a poner el foco en un escritor que desde el lateral avanza hacia el centro del área.

› Por Juan Pablo Bertazza

En el ya clásico dilema Riquelme o Palermo, Alejandro Caravario se queda con el Titán. Así lo deja entrever en sus elogiadas columnas en ESPN este escritor y periodista socio fundador de la revista De Puntín. En 1999 despertó elogios tempraneros con sus relatos de Sangra, en esa especie de partido de reserva que constituye, a veces, un primer libro. El salto a la primera sobrevino, apenas dos años después, con su primera novela, Costumbres de la carne que, al igual que su sucesora, Palermo (ambas publicadas por Paradiso), recibió cálidos aplausos de la crítica. Ahora, con casi medio siglo de vida, Caravario (apellido de clara sonoridad futbolera) debuta en Emecé con La presentación.

Algo en la literatura de Caravario confirma, también, esa preferencia por el histórico goleador de Boca: su escritura parece estar más cerca de la eficacia por momentos épica de Palermo que de la quirúrgica frialdad de Riquelme; sus libros son acaso menos “literarios” que legibles. En lugar de regodearse en los complejos vericuetos de su producción, es decir, en su propio devenir, sus frases se imponen concretas, ya desde el comienzo de los libros, tal como sucede en la tajante primera línea de Costumbres de la carne: “Es más fea que un dolor de huevos”, o más adelante: “Sube un paranoico a un taxi y el taxista le pregunta: ¿a dónde va? No te hagas el boludo que vos sabés muy bien adónde voy”. El mismo grado de eficacia –casi de slogan o jingle–, caracteriza a Palermo (acaso su mejor libro, que transcurre en el barrio homónimo) cuando, por ejemplo, el protagonista se autoproclama inventor del parripollo y exacerba su jactancia agregando que se trata del invento más plagiado del país. Eficacia que puede tener un costado rudimentario, pero que incluye, también, metáforas visuales inmediatas, irresistibles: “Cuando se abría paso por la calle del Normal de la mano de Inés, el tipo levitaba. Se le reía el culo”.

La presentación no es, en ese sentido, la excepción: “Mamada es una linda palabra, fellatio es estúpida y pete muy villera”.

La presentación. Alejandro Caravario Emecé 150 páginas

Como sea, la de Caravario es de esas obras singulares que intentan crear un cosmos propio y cerrado en sí mismo, con propuestas que parecen evolucionar y repetirse de obra en obra, como sucede por ejemplo con su recurrente idea de que la posibilidad de haber amado a una mujer implica, en cierto punto, el impulso de amarlas a todas. Otra característica notable de la literatura de Caravario (quien aparece como personaje en Escupir de Hernán Firpo) es una especie de poética de reality show: existe un irremediable y contundente enlace entre cada uno de sus personajes, quienes parecen responder a un estricto proceso de casting y agrupamiento literario para que, luego, el Gran Hermano Caravario se siente a esperar que lluevan los resultados, las historias, los vínculos. No es casualidad que en sus libros haya tantos grupos, reuniones, sujetos colectivos. En Costumbres de la carne los acontecimientos y registros más importantes suceden en los asados y en esas fiestas que, por momentos, se tornan muy intensas, violentas; en Palermo (ya el propio diseño de tapa da cuenta de esa multiplicidad) toda la historia gira en torno de “la generación”, ese grupo de compañeros del colegio normal del barrio de Palermo que egresaron hace veinte años pero que, en cierta forma, no pueden desligarse ni entre ellos ni de aquellos años. Es decir, si bien hay un protagonista diferenciado, la voz de la novela parece repercutir más bien en un colectivo, algo que llega a generar, por momentos, una interesante fusión entre tiempos y personas del singular y del plural: “Pensaba en una suma de apuntes que, algún día, pudiéramos leer como un diario colectivo”.

La presentación da otra vuelta de tuerca a esa lógica de reality, más allá de que ese formato televisivo aparezca de manera directa en el libro: Julio Amenábar (inefable híbrido con algo de Jaime Bayly, Jorge Bucay y el Woody Allen de Los secretos de Harry) es un exitoso animador de TV y escritor que se inspira en las experiencias de su propia vida para crear libros al borde de la autoayuda, desarrolla diversas teorías sobre los sentimientos y emociones, pero cuidándose bien de no caer en cursilerías ni en nostalgias edulcoradas. Claro que, otra vez, Amenábar no goza de una individualidad total, su conciencia está armada y emparchada a partir de su relación con los otros, es una pieza de ajedrez en un reality show, ni su vida ni su literatura pueden pensarse de manera autónoma: no sólo está determinado por el conflictivo vínculo con su hija Paula, a quien no ve desde hace años (después de todo, es un progenitor advenedizo intentando dejar de ser un padre ausente) sino también con su ex mujer Claudia, quien le recrimina haber revelado, en su último libro, una mamada (usemos la palabra linda) en el último asiento de un colectivo. Precisamente, para olvidarla, Amenábar recurre a otro colectivo, en este caso el hilarante Taller para Personas que Aman Demasiado, un grupo coordinado en el Hospital Pirovano por una discípula de Robin Norwood y conformado únicamente por mujeres, con lo cual se da la paradoja de que, al mismo tiempo que Amenábar llora ante el grupo la pérdida de su mujer, percibe cómo vuelven a activarse sus deseos con tanta presencia femenina. Pero, sobre todo, Amenábar está hecho de los jirones de su inefable par de amigos: El Coronel Lamónica y Banana Bencic, quienes, además de servirle de editores in progress de sus libros y teorías, intentan (pese a ellos mismos) poner un poco de orden a las caóticas decisiones de su vida.

Sin contar quizá con una escritura refinada ni una búsqueda muy honda, La presentación lleva como bandera un yo, una conciencia que se piensa a sí misma en singular, pero se manifiesta de manera colectiva, cubista, caleidoscópica. Lo interesante es que, sin expresarlo de manera directa, haciendo cosas con palabras, La presentación propone otra forma de dar cuenta de la alienación cada vez más sutil de estos tiempos.

Quizá, con el tiempo, éste sea uno de los goles más festejados de ese optimista de la frase que es Caravario.

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