Dom 04.11.2012
libros

Como una buena madre

Una vez más, Raquel Robles se ocupa de las relaciones familiares en su literatura. Esta vez, y no sin humor, se trata de una hija que debe soportar (en toda la extensión de la palabra) a su madre, lidiando con su presente y también con la trama del pasado y los afectos imposibles.

› Por Carolina Marcucci

Si en su primera novela, Perder, Raquel Robles hacía llorar, ahora, en La dieta de las malas noticias, hace reír. Claro que no sin dolor. Aborda con humor negro la vida de Paula, una mujer de 35 años obsesiva y con el resentimiento de quien se salvó a sí misma de una infancia violenta llena de golpes y desamor. En consecuencia tiene la fuerza de la sobreviviente, la coraza, y no sin razón: no quiere que la lastimen nunca más. El costo de hacerse a sí misma y ocultar su pasado es pensar al otro como una amenaza que puede retornarla al dolor original. Psicopedagoga exitosa que trabaja en neonatología, Paula domina las relaciones laborales y se mantiene a distancia de lo afectivo.

La dieta de las malas noticias. Raquel Robles Alfaguara 252 páginas

La madre, a quien tanto odia y de la cual huyó a los dieciséis años, tiene Alzheimer y no puede vivir sola. Paula y sus hermanos se reparten el cuidado, dos meses cada uno. Cuando la madre entra a su departamento lo real se torna insoportable. Esta vez sin golpes, la vida de Paula se desmorona: “Me debatí unos minutos para que no se me fuera a pique todo lo que había estado construyendo a lo largo de mi vida. Notar la fragilidad de la estantería es siempre demoledor”. A medida que se afloja la estantería conoce a un periodista menor que ella. El la conoce devastada y fuera de control al atender a su madre y se enamora. Paula también se enamora pero sigue en carne viva y, mientras ayuda a bañar a su madre, piensa: “Pocas cosas son tan degradantes como el espectáculo del cuerpo desnudo de la madre que no te ha podido ahijar, ese cuerpo que no ha sido tu nido, que no te ha dado calor, que no es la evidencia del paso del tiempo sobre una piel que amaste, sino la certeza de la distancia que se ha ido alojando en cada pliegue de esa piel que cae en guirnaldas hacia abajo”.

Hay algo poderoso en las imágenes que describe Robles en sus novelas y en particular una que describe en ambas y que resume la relación de padres e hijos: “el hueco de la mano”. Como revelación de que el amor no está alojado en el corazón sino en ese hueco, donde padres e hijos se encuentran o desencuentran. Una misma mano que tiene el poder de salvar o de hundir. Ese hueco lleno de vacío es el que pareciera combatir Robles, quizá desde su propio dolor de hija de padres desaparecidos, y desde las distintas perspectivas en sus personajes. Un hueco que no se puede llenar pero que sí, pareciera, es el caso, se puede resignificar en la escritura.

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