Dom 04.11.2012
libros

Onelli, el adelantado

› Por Martin Kasañetz

Luego de casi un siglo, el apellido Onelli vuelve a estar vigente. Hace apenas poco más de un mes el escritor Leopoldo Brizuela publicaba su novela Las locuras de Onelli, basándose en un personaje ficticio, Salvatore Onelli, hijo adoptivo del que fuera, a principios del siglo pasado, director del Zoológico. Ahora, la biografía novelada de Alberto Mario Perrone nos coloca –por medio de escenas de ensoñación que juegan con la idea de estar viviendo el momento y con un nivel de detalle destacable– dentro de la intimidad de aquel héroe stendhaliano que fuera noticia en repetidas ocasiones por sus proyectos insólitos. En las oficinas públicas temblaban por adelantado cada vez que se anunciaba que Clemente Onelli pedía audiencia. Muchos de esos disparatados proyectos luego no podían ser implementados ni por él ni por el Estado debido a sus características innovadoras. Otros tuvieron mejor suerte, como la iniciativa de producir junto a los indígenas alfombras con hilados artesanales. Es que a Onelli lo que le interesaba era esa inspiración sarmientina para el hacer. En sus tareas como director del Zoológico no tenía horarios. Era llamado a altas horas de la noche por algún problema con los animales y allá iba con guardianes y faroles. Onelli había mamado de niño las historias de Julio Verne sobre una zona austral del planeta llamada Patagonia. Aquello fue una marca que se grabó a fuego en su destino impulsándolo a viajar de su Roma natal siendo apenas un adolescente, desde el seno de una familia acomodada. De aquellos textos de su infancia incorporó el respeto por los indígenas a los cuales defendió siempre que pudo, junto a su esposa, en innumerables presentaciones. Dentro de sus muchas facetas, ya sea como director, expedicionario, naturalista o emprendedor de absurdos, hubo una que refleja más nítidamente su personalidad y que lo llevó a vincularse con personajes como Roca, Mitre, Mansilla, Lugones o Quiroga y fue la de escritor.

La jirafa de Onelli nos transporta, a través de un preciosismo poético, a una personalidad que, por medio de una vitalidad extraordinaria, transformó su propia realidad, pero sobre todo las posibilidades de una ciudad a la que hizo propia.

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