Domingo, 11 de noviembre de 2012 | Hoy
Julio Ramón Ribeyro atravesó tanto la potencia como algunas de las frustraciones de la literatura latinoamericana desde los años ’50 hasta casi finales del siglo XX, incluyendo desde luego el boom latinoamericano. Su obra se concentró en los cuentos, los relatos y los ensayos breves, en los que cultivó un humor refinado y distante. La caza sutil y otros textos es una buena muestra de lo que podía ser un escritor de raza un tanto aturdido por la eclosión de una crítica literaria súper especializada en los años ’60, pero dispuesto a seguir hablando en tono menor y sutil de los grandes autores y los temas literarios de peso.
Por Susana Cella
Desde Los gallinazos sin plumas de 1955 hasta los Relatos santacrucinos de 1992, pasando por una serie de la cual quizás el volumen más destacado sea Solo para fumadores, de 1987, el peruano Julio Ramón Ribeyro hizo de la narración breve su género esencial. Limeño, nacido en 1929, es contemporáneo de Alfredo Bryce Echenique, Enrique Congrains Martins y de quien entre ellos alcanzara mayor renombre, Mario Vargas Llosa. Estos integrantes de la llamada Generación del Cincuenta en la literatura peruana tienen la nota común de desarrollar el relato urbano en que la urbe y sus habitantes reemplazan a las tradicionales historias ubicadas en zonas pueblerinas o rurales. La mirada crítica y la configuración de la ciudad capital en la escritura quedaron plasmadas en el emblemático ensayo de otro de los escritores del período, Lima la horrible de Sebastián Salazar Bondy. Menos conflictivo que plantear una genealogía y primacía acerca de la representación de la ciudad fue el acuerdo general en cuanto a reconocer el lugar preponderante de César Vallejo.
El viaje y estadía en Europa constituyó para varios de estos autores una experiencia similar, que podía extenderse en el tiempo según las circunstancias que cada uno debió o eligió enfrentar. En el caso de Ribeyro, el viaje comienza en 1952 y algunas ciudades del Viejo Mundo se convierten, salvo intervalos, en lugar de residencia permanente hasta su muerte, en 1994 (a causa de su indeclinable apego al cigarrillo), y luego de que se lo distinguiera con el Premio Juan Rulfo. Aun cuando su obra no sólo cuentística fuera incrementándose y alcanzando entre otros reconocimientos, el de traducciones a varios idiomas, Ribeyro no integró el grupo de protagonistas centrales del boom latinoamericano. Respecto de aquel fenómeno de los sesenta y en relación con diversos escritores (los incluidos y los que no) no faltaron polémicas e interpretaciones, también las del propio Ribeyro acerca de sus diferencias respecto de los más notorios representantes del suceso. Una de ellas, quizá bastante interesante en relación con su producción más destacada y extensa (los cuentos que fue reuniendo en volúmenes bajo el título de La palabra del mudo), alude a su falta de dimensión épica, en tanto adscribe más bien a tramar pequeñas historias de personajes no dotados de rasgos salientes, ni típicos o excepcionales, si bien no dejó de abordar uno de los tópicos de la época: el tema del poder militar en la novela Cambio de guardia. Pero la veta más subjetiva si bien no confesional, en tanto ha manifestado su resistencia a hablar públicamente de su vida y obra evidente en su diario La tentación del fracaso, se enlaza con las reflexiones literarias que fue acopiando y publicó bajo el título de La caza sutil en 1976, compilación que reunía escritos datados entre 1953 y 1975, y que justamente se inicia con un texto acerca de los diarios íntimos. A la actual edición se agregaron escritos posteriores, que llegan hasta el año anterior a su muerte.
En una primera apreciación, el conjunto revela no sólo un recorrido por obras literarias (entre las que se cuentan las de otros autores peruanos, latinoamericanos o europeos, a veces en un tratamiento comparativo), sino también un modo peculiar de ejercer la crítica literaria. No es poco importante considerar que estos ensayos surgen en un lapso en el cual, según el mismo Ribeyro, “la crítica actual se ha vuelto tan especializada y hermética y con frecuencia tan pretenciosa y pedante que su inteligencia requiere una laboriosa iniciación”, lo que remite al contexto del estructuralismo y postestructuralismo, que por entonces ocupaban el centro de la escena. La postura de Ribeyro, que no teme ser filiado a la crítica “impresionista”, aparece alejada de jergas o rigor cientificista para más bien presentarse como “paseo entre libros y autores” y confluye con su elección cuentística, en tanto lo que se propone, expresado en palabras de Ernst Jünger, es una “caza sutil” (de pequeñas presas, opuesta a “caza mayor”). Sin embargo, no se trata tanto de la magnitud de aquello a “cazar” sino más bien, de lo que podría verse como método. Porque los “objetos” de la caza distan de ser menores en cuanto a autores tratados (García Márquez, Arguedas, Stendhal, Proust, Lezama Lima, por ejemplo) o a cuestiones fundamentales para desarrollar un proyecto literario (estilo, modo de representación, géneros, etc). Por ejemplo, el segundo ensayo, “Lima, ciudad sin novela”, se focaliza en la problemática de la narrativa urbana en su país antes de que surgieran obras que desmentirían la imposibilidad de que la ciudad tuviese quien le escribiera. O en “Las alternativas del novelista”, la pregunta por qué tipo de lenguaje usar en el relato lleva al examen de textos en un lapso y espacio bastante dilatado; así como a partir de un grupo literario (OuLiPo) se consideran procedimientos de escritura que exceden el tema inicial. Es decir, la caza sutil es más bien la propuesta y defensa de una atención afinada para discurrir con fluidez acerca de preocupaciones que le atañen en tanto lector y escritor no ceñido a un solo género. Que llega a incluir, en algunos de los últimos textos aquí reunidos, raccontos de biografías en un estilo certero y condensado como aludiendo a lo que hace distintivo a los cuentos de quien roza la autobiografía en “Circunstancias de un escritor”, que sigue preguntándose, ofreciendo pequeñas interpretaciones y atisbando su lugar en la literatura peruana. Efectivamente lo posee, y además trasciende esa frontera.
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