Domingo, 11 de noviembre de 2012 | Hoy
En Las dictaduras argentinas, Alejandro Horowicz retoma el ensayo de largo aliento que había practicado con rigor y un estilo punzante e implacable en Los cuatro peronismos. Esta vez se analiza el ciclo que, abierto en 1976, vendría a estallar finalmente en 2001 y hacia atrás, la “solución militar” para las crisis que fueron parte de la entraña del sistema político y social argentino. Un regreso apasionado a los núcleos clásicos de debate de la izquierda argentina, en una línea que puede rastrearse en Jorge Abelardo Ramos, Rodolfo Puiggrós y Milcíades Peña.
Por Gabriel D. Lerman
Se viven tiempos de embravecida confusión bibliográfica. No se tome esto como un concepto particular ni necesariamente legítimo, pero podría servir para pensar un ingreso al primer árbol que se ve, sin que éste tape el bosque. Porque el sarcasmo, la chicana, la desmentida infundamentada o la discursividad apócrifa que supone datos improbables cunde por todas partes. Sobre todo en la política. Quizás, hasta el estallido de 2001, por emplear un término caro a Alejandro Horowicz, las bibliografías parecían ordenadas, delimitadas. De ese modo, quienes hacían la política eran seres integrantes de una clase o secta específica, quienes la pensaban o criticaban eran personas que se alojaban en el ámbito universitario o lateral de las revistas culturales; más allá estaban los técnicos de todo rubro, que ahondaban sus conocimientos especializados. Y por otro lado, muy apartados de aquéllos, estaban los periodistas y la gente, preocupados por... la corrupción.
Algo ha pasado, sin embargo, y la palabra “estallido” que Horowicz vuelve a nombrar en este, su nuevo libro de largo alcance, Las dictaduras argentinas, pareciera querer decir que el instante de incertidumbre provocado por la explosión o rotura de algo, producido con gran ruido y estruendo en 2001, además de innumerables daños permitió ver, corrió el velo para dejar al descubierto verdades más profundas. El problema, entonces, es que el estallido no evidencia un asunto momentáneo, efímero, que pueda suturarse ni emparejarse con unos pases de magia, sino que desnuda un mecanismo interior del funcionamiento social y político argentino que se remonta a la fundación de la nacionalidad, su imposibilidad inicial como república independiente y, luego, a la conformación de facto, a punta de lanza y policía, del gobierno de la clase terrateniente porteña.
Pero la novedad de Horowicz, cuyo texto es una reelaboración de su tesis doctoral dirigida por el recientemente fallecido León Rozitchner, consiste en volver sobre los temas nacionales con la amplitud que ofrece el ensayo político de interpretación, con el cotejo y compulsa de materiales políticos e intelectuales, y acercándose al sendero de los que, alguna vez, sintieron el fuego sagrado de otras palabras dichas al respecto. Y de enunciar con pasión incisiva argumentos largamente acariciados. Porque Horowicz regresa en Las dictaduras argentinas, en apretada síntesis, a los núcleos clásicos de debate de la izquierda argentina que pueden leerse en Jorge Abelardo Ramos, Milcíades Peña, Rodolfo Puiggrós, y más recientemente en Norberto Galasso y Horacio González. El peronismo como ordenador y a la vez conflicto central del siglo XX, a partir del cual intenta construirse una versión nacional distinta, alternativa, a la que había fenecido en 1930, y prolongaría sus estertores una década más. Versión opuesta que, en su doctrina más elaborada, revincula la derrota montonera y federal decimonónica con el resurgimiento de un modelo industrial inclusivo, sostenido por una alianza inédita entre militares y sindicatos que recrea socialmente un país para las mayorías. Pero que a la vez, según señala Horowicz, la propia originalidad peronista no traspone ni supera en su limitación, al no derrotar al bloque dominante ganador de un siglo atrás sino sólo, apenas, a denunciarlo trágicamente. Al menos no durante los dos peronismos que Horowicz trata con más cariño y admiración, que son el primero (los cuarenta) y el tercero (los tempranos setenta); los únicos capaces, dice, con la fortaleza que la correlación de fuerzas permite, de provocar algún rasguño. Todo indica y sugiere que el capítulo iniciado por Videla y Martínez de Hoz en 1976 recién se resquebrajó en 2001, con el nuevo estallido, aunque el libro se detiene en “la democracia de la derrota”, que es hija mansa y no parricida de la dictadura.
El estilo punzante y racional de Horowicz construye sus argumentos por demolición de hipótesis y por descarte de desvíos y explicaciones a medias. En tal sentido, es abrumador, contundente, machacón. No admite la ironía y el sarcasmo en su propio campo, sino que lo desploma sobre la vereda contraria con la dureza y el dolor de lo implacable. En este punto, se aleja del estilete jauretcheano tan en boga, y recupera una impronta seria que lo vuelve insistente, invariable en las rutas del marxismo argentino. Su ligero reflejo esperanzado, casi un guiño político al peronismo, lo coloca en la línea de Ramos. Pero quizá las partes más entrañables son aquellas en que vuelve a pensar las discusiones de lo que Puiggrós llamaba “las izquierdas y el problema nacional”, y que, de un modo dramático, su maestro Rozitchner instaló en el otro extremo, como el problema del propio Perón: esa hipótesis abismal que Horacio González, en su libro El acorazado Potemkin en los mares argentinos, parafrasea como el de quien “actuaba como delegado de quienes a su vez eran sus propios e implícitos enemigos de clase, los obreros”.
Un chiste amargo nos contaron una vez: la relación de ciertas figuras de la izquierda argentina con el peronismo tiene como metáfora la distancia que Ramos mantuvo casi toda su vida hasta que, tarde, se acercó al menemismo. Es decir, el paso de quien reúne un millón de votos “votando a Perón con la izquierda” a quien decide afiliarse al PJ en una encrucijada como los noventa. Aunque paradojas como ésas forman parte de la naturaleza de la política, la historia y los intelectuales. En esta línea, el libro de Horowicz tiene un efecto de lectura poderoso sobre el presente, que está insinuado en el prólogo y en ciertas anotaciones, donde el peronismo kirchnerista podría pensarse como un tercer momento, liderado de otro modo que hereda y transgrede, después de 1945 y 1973, en que podrían verse desafiados, de un modo abierto, engranajes del bloque dominante. Y que sólo algo que no está dicho en ninguna parte pero que brota en el aire podrá movilizar lo necesario para que no termine en un nuevo fracaso nacional. Es decir, la necesidad de que este ciclo haya dejado de ser la democracia de la derrota y proponga, si estamos dispuestos a criticar y a escuchar, una Argentina para cuarenta millones.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.