Después de rescatar a Kennedy de la muerte en 23/11/63 y mientras escribe Doctor Sleep, la continuación de El resplandor, Stephen King volvió sobre los pasos de la saga La torre oscura, un mundo aparte dentro de su planeta de terror y aventuras que tiene tantos fans como detractores. Más de la serie para ir precipitándose al final del camino aunque, como siempre, El viento en la cerradura ofrece la posibilidad de ser leído como libro autónomo. Un King que se toma una pausa aunque nunca descanse.
› Por Rodrigo Fresán
Los escritores no suelen ser los mejores jueces de la propia obra y así Stephen King considera a su saga La torre oscura –pensada y escrita entre 1970 y 2004– como su magnum opus por encima de cimas como Salem’s Lot, El resplandor, La zona muerta, The Stand o Cementerio de animales. Y una cosa es cierta: la opus es magnum. Siete volúmenes, más de 4000 páginas, elenco de multitudes, y una trama serpenteante que se las arregla para fundir y confundir a un poema de Robert Browning, El mago de Oz, los spaghetti-westerns de Sergio Leone, El señor de los anillos y, sí, buena parte del universo del propio King construyendo –a veces bien, a veces gratuitamente– puentes con otras novelas suyas. Visto en perspectiva, desde el aquí y ahora, La torre oscura de Stephen King bien puede leerse como una versión freak-psicotrónica de Canción de hielo y fuego de George R. R. Martin.
La saga –que King comenzó en su adolescencia y recién concluyó, luego de varias interrupciones para desesperación de fans, acelerando a fondo después de casi morir atropellado y ser consciente de que más vale dejar todo en orden– crece y se enreda alrededor de la figura del pistolero-peregrino-fugitivo-perseguidor Roland Deschain. Un hombre en pos de su destino una vez que alcance la Torre Oscura de un Mundo Medio con demasiadas y peligrosas conexiones con el nuestro. Conexiones que derivaron, además, en comics, juegos on-line, múltiples blogs de discusión, hasta dos voluminosos libros guía (The Road to the Dark Tower de Bev Vincent y el indispensable Stephen King’s: The Complete Concordance de Robin Furth, encargado por el propio King para no perderse en su propio laberinto y poder alcanzar el punto final) y el proyecto en trámite de una serie de televisión y películas a ser protagonizadas por Javier Bardem o Russell Crowe.
Y recuerden los que estuvieron allí: la conclusión del asunto –la última larga trama conformada por Lobos del Calla, Canción de Susannah y La torre oscura– desconcertaron e irritaron a muchos (a mí no) con su inesperado giro metaficcional, la aparición del mismísimo King como suerte de deus ex machina y, luego de tantos años, una conclusión más abierta que cerrada. Y no, no es sencillo conformar a todos a la hora de atar cabos, como bien sabe J. J. Abrams, influenciado por todo esto de mala manera y víctima de algo que bien podría llamarse Sindrome de Deschain.
De ahí tal vez que –luego de los merecidos laureles recibidos por 23/11/63 y antes de arriesgarse a Doctor Sleep, continuación de El resplandor anunciada para el próximo año– King se haya permitido regresar sobre sus pasos para así intentar calmar a las fieras y, de paso, hacer un alto en su propio largo camino.
Así, El viento por la cerradura –a insertar como ecuador entre el aún pausado Mago y cristal y el ya enloquecido Lobos del Calla y que, con placer menor pero más que suficiente, puede leerse por separado y sin necesidad de saber nada de lo anterior y de lo que vendrá– es un retorno en toda regla al original espíritu fantasy y de pura búsqueda del asunto antes de que las cosas se complicaran demasiado. Roland y su Ka-tet todavía están lejos del final y, en una pausa de la travesía, el pistolero cuenta un cuento para matar el tiempo mientras afuera ruge una tormenta perfecta. Y lo que narra Roland –súbita e inesperadamente elocuente, porque siempre fue un hombre de pocas palabras– es una aventura de sus días mozos luchando contra un monstruo metamorfo, un Hombrepieles, que aterroriza al pueblo de Debaria. De camino allí, Roland hace un alto en Serenity y oye el relato de una de las víctimas del engendro. Y así los diferentes testimonios van desplegándose y envolviendo la historia primera dentro de otras historias dándole a todo el asunto un logrado aire mítico y ancestral, de cuento de hadas y brujos.
En un momento, Roland se refiere al consuelo que nos brindan los cuentos: “Nunca somos demasiado mayores para los cuentos. Hombres y niños, niñas y mujeres, siempre nos encantan. Vivimos para ellos”.
Y tiene razón.
Y la tormenta pasa.
Y hay que seguir en el camino hacia la Torre Oscura.
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