Domingo, 2 de diciembre de 2012 | Hoy
En varias oportunidades, Ana María Shua escribió sobre las mujeres, recopilando leyendas, mitos, historias de todas las épocas y culturas. En Todo sobre las mujeres vuelve a la carga, esta vez aclarando el sentido de cada texto, para evitar enojos femeninos y también excesos de autoflagelación.
Por Carolina Marcucci
Todo sobre las mujeres es el tercer libro de la escritora Ana María Shua donde investiga y reúne cuentos folklóricos, coplas, citas, proverbios, mitos y leyendas sobre la imagen de la mujer representada en el discurso popular, ya sea de forma positiva (madres o heroínas) o de forma negativa (adúlteras e insaciables). Según cuenta sobre su libro anterior, Cabras, mujeres y mulas, la mayoría de las mujeres se enojaron o se sintieron identificadas. De hecho, fue una antología de la misoginia, el odio y el miedo a la mujer, en la literatura popular anónima y de transmisión oral.
¿Por qué creés que se produjeron esa clase de reacciones?
–Algunas mujeres no leyeron el prólogo en que yo analizaba la cuestión de la misoginia en el folklore, entendieron que los cuentos anti-mujer expresaban mi opinión y se enojaron. Un autor debería recordar que los lectores rara vez leen el prólogo. Otro error fue suponer que el prejuicio estaba superado y que ya podíamos reírnos un poco. No es así. Muchas mujeres me decían: “Tu libro tiene razón. Las mujeres somos complicadas, calculadoras, vengativas, veletas, malas, egoístas, interesadas...” Y seguían los adjetivos, porque a la hora de descalificarnos a nosotras mismas, las mujeres no tenemos parangón. Jamás encontré a un hombre dispuesto a hablar así de todo su género. Los siglos de maltrato han surtido efecto y todavía somos una elite las mujeres que somos capaces de pensarnos como seres humanos. Todo sobre las mujeres no es solamente misoginia: se incluyen también cuentos que muestran mujeres generosas, fieles, abnegadas, heroicas. Cada cuento está comentado por un texto mío. Y también hay citas de autor.
¿Cómo repercuten en tu literatura estas investigaciones?
–Todo lo que un escritor lee pasa a formar parte de su cuerpo, de su sangre, de su personalidad, lo constituye, y por lo tanto repercute de un modo u otro en su literatura. Pero como hecho concreto, fácil de identificar, las investigaciones sobre literatura folklórica de las más diversas culturas del mundo me disparan la imaginación y suelen terminar condensadas en microrrelatos.
¿En qué momento nació tu interés por la temática de género?
–Desde cierto ángulo, fue cuando nací mujer. Desde otro punto de vista, fue cuando me di cuenta de que esta temática le interesaba a mucha gente y me podía servir para ganarme la vida. La literatura no le interesa a casi nadie, pero si uno da con un tema “vendedor”, puede incluso contrabandear literatura sin que la gente se dé cuenta. ¡Hasta se puede lograr que lean cuentos!
El último cuento, “Las bodas de Lady Ragnell”, leyenda medieval de la saga del Rey Arturo, responde a la pregunta que Freud se hizo sobre “qué quieren las mujeres”. ¿Por qué cree que es tan difícil de aceptar la voluntad de las mujeres?
–Un refrán ruso dice “Una mujer no es un ser humano como un pollo no es un pájaro”. En cierto universo mental, una mujer es en primer lugar una posesión del hombre. Por eso es intolerable que se rebele, que exprese una voluntad propia. Por eso se las compara en mil refranes con animales domésticos que no obedecen las órdenes de su amo, que se empacan y son difíciles de manejar, como las cabras y las mulas. Exactamente por la misma razón, se las compara hoy con las computadoras en cientos de chistes que circulan por Internet: las mujeres y las computadoras se cuelgan, desobedecen, quieren hacer lo que se les da la gana. ¡Se comportan como si fueran personas! Hay muchísimos cuentos folklóricos que se burlan de las mujeres tercas. Pero cuando un hombre y una mujer discuten largamente, los dos están sosteniendo con la misma fuerza su argumento. ¿Quién le lleva la contraria a quién? ¿Por qué sólo la mujer es terca? ¡Porque el hombre siempre tiene razón! En el siglo XI, Lady Ragnell responde maravillosamente a la pregunta “qué quieren las mujeres”: hacer su voluntad. Nada más y nada menos.
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