Domingo, 30 de diciembre de 2012 | Hoy
Por Sergio Kisielewsky
La lengua como un territorio donde se traduce a los padres, melodías que vienen de lejos en el tiempo e interrogan a la historia, a las palabras y a los juegos de infancia. Grietas que están allí como un deseo insepulto. Sonidos que desbordan la cornisa de lo indecible para encontrar la tela de un vestido de percal. Poesía susurrada, escenas de películas, juegos que se acumulan en las habitaciones, seres que atraviesan la niñez y pujan por salir a la intemperie de una vez. En la poesía de Mónica Sifrim, el parto se produce con las palabras y las anécdotas más sutiles se acoplan como fotos instantáneas que no volverán a mirarse. Lo conocido es un lugar siniestro, Freud mediante, del que hay que salir eyectado pues la asfixia será inminente. El mundo entonces es ancho y ajeno. Estos son los motivos de vida que llevan al amor esquivo, a la prueba inútil (“Ciertos pasajes de Louise May Alcott/ me han encendido más que el Kama Sutra... Debo confesarlo: ningún autor me ha persuadido tanto... Su proximidad/ me hace agua a la boca”). Se vuelve entonces a las palabras parentales, a quien partió o fueron expulsados de las cápsulas conocidas. No hay juegos, es sólo un pequeño escondite que aspira a ser envión hacia el mundo externo, aquello que no se dice en la conversación diaria y se evade con sigilo. La poesía es entonces una reverencia que puede nombrar por primera vez, como el amor fuera de lugar y de quicio, proximidades que hacen agua la boca y un tonel de sueños que no se sabe a dónde conducen.
El hallazgo de un poema a la letra ele es una oda posnerudiana a tener en cuenta y coloca a Sifrim en un plano de excelencia en un torrente siempre corregido, matizado y dispuesto a que los sucesos no tengan la contundencia de lo real, sino el rigor del oficio.
Andrés Rivera comentó que su primer trabajo como obrero en la industria textil fue que la seda pase por el ojo de la aguja, y que eso fue lo que intentó plasmar en la escritura. Sifrim –quien ejerce el periodismo cultural y la coordinación de talleres literarios y grupos de lectura– parece haber escuchado la confesión de Rivera: enhebrar el hilo donde no se lastima el dedo que borda.
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