Domingo, 30 de diciembre de 2012 | Hoy
Por Andres Tejada Gomez
Sabíamos de libros que eran prendidos fuego; ahora también tenemos libros que sangran. Juan Baylac publica su primera novela apostando fuerte a estructuras clásicas de la literatura donde prima la ensoñación como principio constructivo. La trama de Los libros y la sangre se ambienta en la imaginaria ciudad de Lamaría –que procura inscribirse en una serie con intensas resonancias: de Comala a Santa María–, una localidad gris, opaca y rutinaria. En este escenario urbano sucede un hecho sorprendente: los libros, sin motivo aparente, comienzan a sangrar. De manera inevitable se desata una epidemia de libros sangrantes que genera desesperanza entre la población. Emilio Rivera, protagonista, es el primero en descubrir los desgraciados hechos que aquejan a la ciudad. Alarmado, decide entrevistarse con el poderoso director del diario La Opinión para manifestarle su inquietud y encontrar la causa de semejante mal. Admirador de las novelas de Máximo Solano, el escritor canónico del pueblo, comienza a sospechar la posibilidad de una conexión entre el escritor y los libros sangrantes.
En ciertos fragmentos, la novela parece atascarse en peripecias y aventuras que sucumben en un final dictado por un procedimiento previsible, pero no por eso menos sorprendente. Baylac asume riesgos al introducir elementos que pueden colisionar entre sí: una pálida historia de amor, atisbos del género fantástico y una pizca de novela policial. Si bien la escritura es correcta y amena, la combinación de elementos disímiles puede incomodar a algunos lectores. Una lástima, porque si bien la literatura no debería ser un test de imaginación, no se puede dejar de mencionar como un acierto la sensibilidad de su autor para la creatividad, el ingenio y la fantasía. El hecho primordial de los libros sangrantes merece una lectura más detallada. Quizá, dentro del marco de la alegoría. Advirtiendo que se trata de una primera novela, bien merece su espacio dentro de los intereses de los lectores contemporáneos más curiosos.
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