Domingo, 13 de enero de 2013 | Hoy
No ficción > Desde las inaugurales “Notas sobre desparecidos” publicada en 1997 en la revista Confines, Alejandro Kaufman dedicó diversos artículos a la memoria, la militancia, los setenta y, sobre todo, a la pregunta de qué hacer con la herencia del pasado y si es posible recuperarlo y reconfigurarlo. Del Nunca Más y los hijos nacidos en cautiverio en la ex ESMA hasta los cuadros de dictadores descolgados del Colegio Militar, el conjunto de sus escritos presentados en La pregunta por lo acontecido, constituyen un verdadero tratado sobre el exterminio argentino.
Por Gabriel D. Lerman
Estamos ante un libro peculiar, que se convierte en obra publicada en conjunto cuando sus textos han recorrido y hecho carne largamente en nuestra comunidad, cuando sus publicaciones previas en espacios periodísticos y académicos han provocado hondas interpelaciones, cinceladas, incisiones, bisagras conceptuales, y por lo tanto, creaciones políticas. El libro es La pregunta por lo acontecido, de Alejandro Kaufman, y desde el título se anticipa un nudo organizador e instituyente de una reflexión que ofreciendo una inmersión sin atenuantes en el género ensayístico repondrá una y otra vez, de modo magistral, las artes y efectos del género: no hay modo de separar forma y contenido, lo dicho impacta por el qué y el cómo.
Vamos por partes. Un texto señero de Kaufman en el debate sobre memoria (y decir debate y memoria son palabras que aún entonces y aún hoy se construyen y decontruyen una y otra vez), fue su emblemático “Notas sobre desaparecidos”, publicado en el número cuatro de la revista Confines, en julio de 1997. Allí, Kaufman hace una de las primeras críticas abiertas y consistentes a lo que denomina el “paradigma punitivo” en derechos humanos, algo así como la reducción de una etapa histórica al saldo luctuoso y al dolor de las víctimas y deudos, en tanto “desaparece” también, en el mismo acto, la historia previa, la densidad dramática y diversa de una infinidad de pasados comprometidos con otros alientos, con utopías anteriores. Y donde reinstala términos como “guerra”, “militancias”, “luchas revolucionarias”. Artículo polémico en un contexto desalentador en la materia como los noventa, puso sin embargo el dedo en la llaga en esquemas que comenzaban a agrietarse y dar paso a nuevas corrientes de interpretación sobre el pasado reciente, sobre todo vinculadas con la mayoría de edad de los hijos de desaparecidos, al torrente de memorias y biografías, a publicaciones claves del momento que abrían las compuertas de un pasado amurallado.
Puntualmente, comenzaba a revisarse la idea de “víctima” propia de los ochenta y vinculada con el “paradigma punitivo” (a su vez degradada por las leyes de impunidad y los indultos) y surgir de a poco el “militante”, las “memorias revolucionarias”, las figuras potentes y desafiantes del orden social. No es que estuviera mal juzgar los crímenes, todo lo contrario. Lo que era imperioso, según Kaufman, era correr el velo sobre el sentido de aquel pasado y, en última instancia, sobre los efectos últimos del terror y el exterminio sobre la sociedad, confirmados una y otra vez en tanto y en cuanto no se descubría la voluntad de los contendientes, la densidad de sus proyectos, sus motivos. “La política, o tan siquiera la reflexión acerca de lo político, resulta abolida y suplantada definitivamente por los trámites de comisaría (...). En lugar del debate, la confección del archivo prontuarial. En vez de la paz, la seguridad.”
Ahora bien, desde aquella ruptura del dique, Alejandro Kaufman enriqueció, diversificó sus planteos y creció su obra. Fue parte principal de los debates más enconados de los últimos quince años, y siempre mantuvo despierta la polémica sobre conceptos, ideas, cuerpos como “desaparecidos, memoria, sobrevivientes, setentismo, experiencia”. El 2001, los debate en sí sobre la represión, las militancias, los legados y la vida social y política del presente, el 2003, la ex ESMA, la reapertura de los juicios, las nuevas militancias y los núcleos controversiales argentinos de las últimas décadas. La mayoría de sus reflexiones funcionó, como a menudo sucede con la revista Confines, como un diálogo de familia, donde la consigna de un dossier dispara el eje a seguir, donde la respuesta a un interrogante vecino puede demorar seis meses en masticarse y desembuchar, donde la vida intelectual no es contemplación ni nostalgia, no es receta ni cartilla disciplinada.
Puesto en perspectiva, el corpus que ahora ofrece Kaufman con el consecuente y logrado sello editorial Cebra es un verdadero tratado sobre la memoria. Kaufman ha construido en los últimos quince años una doctrina argentina sobre el exterminio, que en alguna zona abreva en los debates sobre la Shoá, en Primo Levi con Si esto es un hombre, en Hannah Arendt y el juicio a Eichmann, pero que se alarga en lo familiar que nos toca, en los modos y linajes argentinos que la particularidad presenta. Tener este libro como conjunto es adentrarse en una reflexión sistemática sobre la destrucción del hombre y la política, y sobre las posibilidades de desentrañar lo acontecido y sus emergencias. Es un cruce complejo de psicología, de antropología y pensamiento trágico. El subtítulo del libro resulta sugerente: “Ensayos de anamnesis en el presente argentino”. Según esta contraseña, Kaufman condensa un ritornello en su estilo y en su conceptualización: hallar lo indecible, la clave de bóveda que destrabe lo que el horror obturó aunque lo anterior esté perdido para siempre. Recién allí, con eso, se puede empezar a construir algo nuevo. Anamnesis es recolección, reminiscencia, rememoración. Es traer al presente los recuerdos del pasado, recuperar la información registrada en épocas pretéritas. Algo de lo arruinado, una marca del anhelo, una respiración cortada. En ese afán, cada capítulo tiene la orientación de las fechas en que fue escrito: 1997, 2004, 2002, 2010. Lo cual genera un efecto general de trabajo en progreso, de análisis crítico en construcción. En el capítulo Nacidos en la ESMA, donde Kaufman releva y piensa el acontecimiento de creación del Museo de la Memoria, en 2004, señala: “El acto de la ESMA nos habló de cualquier cosa, menos del pasado en el sentido histórico del término. Nos habló del futuro de esos niños nacidos en la ESMA. Es ese futuro el que requiere nuestra atención, y eso fue lo que significó tanto la enunciación del 24 de marzo como su contrapartida denegatoria” (refiriéndose al “evento Blumberg” en Plaza Congreso, días después). El horror es el olvido, piensa Primo Levi, una falsificación orwelliana. Por eso las víctimas entienden que la única forma de que fracase el exterminio es si sobreviven para recordar y dar testimonio. El “nunca más”, ese potente dique y ruptura, tiene sentido, concluye Kaufman, en la medida en que realmente es expuesto y advertido y narrado el mecanismo y los efectos del horror. Por eso los cuadros de Videla y Bignone no podían seguir en el Colegio Militar. Porque repetían el genocidio.
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