Dom 31.03.2013
libros

Seguir viviendo en Internet

› Por Fernando Krapp

Cada tanto, una novela argentina planta bandera en la ciencia ficción, y a veces lo hace no desde el costumbrismo espacial sino desde las raíces mismas del género: con una idea. Carlos Gardini es uno de los pocos escritores que viene haciendo ciencia ficción lenta y sostenidamente; Angélica Gorodischer y Ana María Shua escribieron en este género y hoy día, cada tanto, autores consagrados incursionan esporádicamente con la idea de hacer género, tal el caso de El fondo del cielo de Rodrigo Fresán, El oficinista de Guillermo Saccomanno o El año del desierto de Pedro Mairal. Los cuerpos del verano, primera novela de Martín Felipe Castagnet, se acomoda en esta precaria tradición y lo hace con una idea muy sencilla: cuando morimos abandonamos el cuerpo pero nuestras almas permanecen en estado de flotación en Internet. Los cuerpos entonces pueden recargarse con distintas almas, y cada persona puede pasar por cuanto cuerpo pueda comprar. Castagnet –hábilmente– imagina y crea un mundo paralelo al nuestro en función de esa idea: un tipo de sociedad donde la sexualidad se modifica y los mejores cuerpos se venden a los mejores postores. En el neuromante de Castagnet la información no es un bien preciado por los hackers, y aquella vieja y querida distopía imaginada por William Gibson, llena de válvulas y cableados, sencillamente desaparece; acá la información es un exceso vital, un excedente, algo que se carga y recarga y regenera continuamente.

La motivación de lo que sucede es simple y arcaica, quizá mucho más simple que la idea planteada en la novela; la motivación es también el verdadero rastro arqueológico humano que sobrevive a todo el avance tecnológico que el narrador describe al revelar los cambios sociales que operan en esta realidad imaginaria. La pregunta sobre qué pasaría si las almas quedaran flotando en Internet deriva hacia otras formas de relaciones humanas: ¿cómo se construye una familia? La novela de Castagnet también mete el dedo en la llaga en el género neurótico-familiar, ya que toda la trama, salvo contadas ocasiones, transcurre en una casa, donde un abuelo al reencarnarse se reencuentra con su nieto más grande que él, donde las edades pasan a ser convenciones, y las generaciones etiquetas en desuso traspapeladas por el nuevo uso de los cuerpos.

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