La escuela cultural del marxismo inglés tiene en Terry Eagleton a uno de sus exponentes más lúcidos. Durante años se dedicó a explorar la difícil herencia de Marx en materia de crítica literaria y, en general, la apreciación del papel del arte y la cultura en el socialismo. El oportuno rescate de Marxismo y crítica literaria se complementa con Figuras del disenso, donde Eagleton reseña la obra de otros escritores e intelectuales.
› Por Fernando Bogado
Es bastante difícil encontrar, en una de esas escuetas biografías de diccionario, por ejemplo, el título de “escritor” al lado del nombre de Karl Marx, uno de los filósofos determinantes de nuestra actualidad, casi el profeta que anunció en el siglo XIX los innumerables horrores de nuestro tiempo. Debe ser por eso que nos sorprende encontrar en Marxismo y crítica literaria, originalmente publicado en 1976, una muy escueta observación de Terry Eagleton (1943) en torno de los intereses literarios del joven Marx. Más que intereses, podríamos llamarlos escarceos: autor de poemas líricos, de fragmentos de un drama heroico y hasta de una novela satírica, ese “joven Marx” llegaría a grande siendo reconocido por sus aportes a la teoría económica, al pensamiento político y a la filosofía materialista: la literatura quedaría como uno de los temas que nunca trabajó sistemáticamente en ninguno de sus textos, pese a haberlo tratado como problema en muchas entradas o comentarios marginales de sus más emblemáticos trabajos. La presente edición del clásico Marxismo y crítica literaria, con traducción y prólogo de Fermín Rodríguez, y de Figuras del disenso (una recopilación de reseñas de libros), ambos del ya citado Terry Eagleton, nombre determinante del marxismo inglés, es una excelente oportunidad para sumergirse en el intrincado minué que literatura y marxismo han intentado bailar a lo largo de casi dos siglos de historia.
¿Qué ha dicho el marxismo para subsanar el silencio del propio Marx en torno de lo literario? Marxismo y crítica literaria trata precisamente de llevar adelante un exhaustivo repaso de las diversas posturas que, desde esos fragmentos dispersos en los trabajos de Marx hasta el momento de aparición del libro de Eagleton, ha tenido la crítica marxista con respecto al tan complejo tema de la literatura. Así, vamos de la trampa del marxismo vulgar, que simplifica el problema a partir de la relación entre base y superestructura, a las más complejas aproximaciones de pensadores tan influyentes como György Lukács o Walter Benjamin. Los silencios de Marx, en alguna medida, no han hecho otra cosa que multiplicar las observaciones de sus “hijos”.
¿Pero qué es, en definitiva, una aproximación marxista a la crítica literaria? Eagleton la sintetiza rápidamente al comienzo del libro, estableciendo que no es la sencilla “interpretación” de una obra literaria en función de las complejidades de las relaciones económicas propias de la base en la obra en tanto momento de la superestructura, sino que es la “explicación” de la articulación entre instancias conceptuales como la forma, el contenido, el estilo o el significado, difíciles de deslindar del todo de un libro pero, sin embargo, posibles de pensar de una manera relativamente aislada para comprender sus vínculos dialécticos. Además, para retomar a Pierre Macherey, responsable de la oposición entre estas dos prácticas intelectuales, la “interpretación” adecua al texto a una norma ideal implícita, negando a la obra tal como se presenta, mientras que la “explicación” trabaja a la obra como producto histórico de su tiempo a partir de las articulaciones entre los elementos que la componen.
Forma y contenido, entonces. Sí, si queremos realizar una simplificación absolutamente brutal, tenemos que volver a una oposición que, desde la Antigüedad hasta nuestros días, ha desvelado a más de un intelectual. El marxismo vulgar siempre se ha volcado al problema del contenido y a la filiación inmediata de la obra (y del escritor) a los planteos teóricos de los intelectuales revolucionarios: todo lo que no presente a un obrero en plena lucha épica por su verdad es un chirle burgués que merece el ostracismo, algo que muy bien puede resumir la implementación del realismo socialista como estética oficial de la URSS durante los años estalinistas. Sin embargo, las producciones críticas más relevantes en torno del arte se han alejado de este modelo y han revisado las complejidades de la forma como un momento determinante de la producción artística, tal como se ha visto en las formulaciones teóricas de György Lukács, quien rescata la forma de ciertas novelas (las de Balzac, sobre todo) como posibilidad de reencontrarse con el todo perdido propio del mundo épico en el medio de un presente atosigado por la fragmentación y la lógica capitalista de la cantidad por sobre la calidad. Pese a la renuncia intelectual de estas formulaciones por parte de un Lukács aparentemente orgánico al realismo socialista en su madurez y a la catalogación de estos pensamientos como “pecados” de juventud, son estos planteos los que sirven de base a posturas tan trascendentes como las de Walter Benjamin, Bertolt Brecht o Theodor Adorno, ya sea para criticarlas o para recuperarlas productivamente en sus propias afirmaciones.
Un poco aparte del panorama estrictamente teórico de Marxismo y crítica literaria, Figuras del disenso surge como el “descenso al llano” de un pensamiento que necesariamente debe volcarse a la más inmediata realidad de la actualidad. Las observaciones de Eagleton en torno de novedades editoriales que van desde textos sobre Oscar Wilde hasta producciones de pares intelectuales como Slavoj Zizek o Gayatri Spívak nos permiten revisar lo que el trabajo de 1976 (y su excelente prólogo a cargo de Fermín Rodríguez) predicaba: el relevo de lo producido en el presente debe permitirnos sopesar el estado del capitalismo mundial para poder actuar en función de un mundo socialista en donde numerosas contradicciones y horrores puedan, finalmente, superarse.
Terry Eagleton, con una prosa entretenida y mordaz y un poder crítico tajante, tanto en un libro como en el otro, nunca pierde de vista el impulso a la praxis que la crítica marxista lleva como bandera: poder analizar una obra de arte en su interior es también un momento del cambio mundial en el exterior que la filosofía de cierto joven escritor frustrado de nombre Karl Marx, quiere llevar adelante. La crítica marxista lee el libro para poder dejarlo de lado cuando las condiciones se encuentren dadas y así entregarse a la épica revolucionaria de la más llana acción.
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