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Domingo, 23 de marzo de 2003

ENTREVISTA

La maestra y el Gauchito Gil

En La violencia del azar, Cristina Iglesia ha recopilado lo mejor de su producción crítica sobre literatura argentina. Una mirada que encuentra en la violencia y el azar maneras de perturbar las líneas hegemónicas de lectura de nuestras letras.

 Por Laura Isola

Para dar forma al libro La violencia del azar, Cristina Iglesia eligió tres zonas que entrelazan sus lecturas y organizan su pensamiento que, como ella misma define, es fragmentario. “El terror delicado”, “Tierra adentro” y “Resplandores urbanos” son los bellos subtítulos que eligió para reunir una serie de ensayos sobre la literatura argentina que exhiben la mirada aguda, chispeante y original de la que ha hecho gala a lo largo de su carrera.
¿Qué particularidades adquieren estos artículos que circularon en otras publicaciones cuando se decide hacerlos formar parte de un libro?
–Qué reunir y qué no fue la primera tarea. No quise incluir cosas que participaban ya de libros colectivos ni trabajos que estaban en proceso. Debo decir que la lectura de Claudia Román fue valiosísima porque necesitaba esa otra mirada para la selección. Lo primero que hice fue pensar las tres zonas que iban a definir los artículos. Así es como pienso: no en totalidades sino en pedazos que voy uniendo, en trozos de textos que me gustan volver una y otra vez.
Esto mismo define una posición del crítico frente a la literatura.
–Aunque nunca pensé mi posición de crítica de ese modo puedo decir que yo escribo sobre algo que releo. Aquellos textos a los que vuelvo y leo en voz alta. Me gusta mucho hacer eso en las clases y con los amigos interlocutores. Cuando puedo compartir una lectura, aparece la escritura.
¿Qué otros aspectos de los textos con los que trabaja son condición para esas relecturas?
–Que me gusten. No puedo hacer nada con lecturas interesantes pero malas. Leo con placer las que otros hacen y me alegro de que ya estén hechas. Aunque cuando quieren “chucearme”, me preguntan: “¿Victoria Ocampo es buena escritora?”. Quizá no en el sentido en que se pregunta, pero sus Testimonios y su autobiografía son muy buenos. Ella tiene una escritura que es balbuceante, con problemas con la lengua, pero con densidad y riqueza. Tampoco Waldo Frank, otras de mis lecturas “malas”, es un gran escritor, pero no leo en esa serie.
En cuanto a Victoria Ocampo, se nota una gran consideración hacia ella en su lectura.
–Cada vez más reivindico a Victoria en relación con Silvina. Hay una postura que levanta a Silvina y rechaza a Victoria. Es verdad que no las comparo en cuanto a la capacidad de escribir ficción, pero Victoria puso más el cuerpo que su hermana, siempre estuvo sola y en la relación con Frank ella puede decir lo que siente. A partir de la crítica de izquierda, se la vio como una mujer rica y estúpida; creo que también es una lectura equivocada. Por supuesto que hay snobismo y tontería en Ocampo, pero también hay proyecto y escritura. Con Cancela pasa algo parecido: desde la izquierda se obturó su lectura por cuestiones ideológicas, y para mí es un escritor grandioso.
En su libro hay un registro ensayístico que convoca a la lectura tanto de especialistas como de un lector no tan entrenado. ¿Cómo maneja esos niveles de lectura no tan frecuentes en la crítica especializada?
–Yo escribo así: debo resultarme clara a mí misma y tengo que disfrutar mientras lo hago. Busco y encuentro zonas de ironía y de risa. En el caso del artículo sobre las crónicas y los conquistadores, me gustó descubrir el deleite de esos hombres por las indias, y desde ese lugar entro en los textos. Por supuesto que este artículo no lo aceptarían en una revista feminista...
¿Cómo se posiciona frente a la academia y su práctica como docente de Literatura Argentina en la Facultad de Filosofía y Letras?
–Mi relación pasa primero porque no sé qué es la academia en este momento. Se han destruido los lugares de pensamiento y en la facultad, cuando hablan de su perfil, no sé de qué están hablando exactamente. Hay gente que habla mal de la academia desde lugares de poder que se construyeron desde dentro de la misma. No estoy de acuerdo con eso, en absoluto. Lo que sí encuentro es un lugar en el que ha habido un trabajode zapa, y hoy tenemos una convivencia forzosa en la que nadie está a gusto.
También se critica el discurso académico por su incomprensibilidad, su sectarismo...
–Nadie va a acusar a un biólogo o a un médico de que participen de cierta jerga, que se expresen con tecnicismos. Con la literatura pasa igual, aunque pareciera que todos pueden hablar de ella. El problema se suscita cuando la jerga obtura el pensamiento. Me preocupa más la ecualización, como en los aparatos de música: que todos escriban parecido, que todo suene lo mismo. Siempre hay que desconfiar de nuestra propia escritura.
El libro abre con una referencia, casi amorosa, a Fernando de Madariaga y termina con una coda que contiene un lúcido ensayo sobre Antonio Gil, más conocido como el Gauchito Gil. Muy conocido sobre todo para Cristina Iglesia, que tantas veces ha pasado por su santuario en los viajes de ida y vuelta de Corrientes a Buenos Aires. Travestido de ensayo, un viaje en particular hacia ese santuario merece ser contado.
–Una vez conseguí un micro trucho que me pasaba a buscar por la casa en Corrientes y me llevaba a Buenos Aires. Una vez que buscó a todos los pasajeros, tomó una ruta alternativa tanto para evitar controles como para pasar por el santuario del Gauchito Gil. Durante el viaje, mis eventuales compañeros iban convenciendo al chofer para que parara, que si no el Gaucho se iba a enojar, y cosas por el estilo, que resultaron muy efectivas. A la madrugada paramos en el santuario y estaba en plena fiesta: baile y bebida, del que todos participaban. Hasta que a las cuatro de la mañana, más o menos, me acerco al chofer y le digo: “¿Podríamos ir yendo, no?”. El hombre a viva voz le grita al pasaje: “Vamos, vamos, que la maestra está apurada”.
Es en esta línea de tránsito en la que Cristina Iglesia, la “maestra”, hace reposar su incomodidad tanto frente a la cultura porteña y su literatura (“la literatura argentina es básicamente porteña, aunque la escriba un sanjuanino”), como a su origen y pasado de provincia.
El ensayo sobre Gil incursiona en otras zonas, menos literarias y más de estudio cultural. ¿Qué le interesa de ese campo?
–Si me quisiera posar en el campo de los estudios culturales, me interesarían paisajes donde suceden cosas: despojamientos, imposiciones de otras culturas. Creo que algo de eso hay en el culto a Antonio Gil. En nuestro ámbito hay una mirada antropológica sobre estos temas, pero no hay un Monsiváis, que con una sola línea despliega más riqueza y comprensión que muchas páginas de los otros.

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