Domingo, 26 de mayo de 2013 | Hoy
Desde Bahía Blanca, publicando en editoriales independientes y con un fuerte compromiso con la poesía, Mario Ortiz viene sosteniendo un proyecto absolutamente personal en la literatura argentina. Cuadernos de lengua y Literatura lo confirma y lo presenta a sus lectores.
Por Fernando Krapp
Mario Ortiz es un fanático de su bicicleta. Más allá de una previsible causa ecologista, la bicicleta es para él una forma de contemplar el mundo; con lentitud pero en movimiento. Recorriendo caminos similares a los de sus contemporáneos pero con tracción a sangre, buscando atajos y a su vez estimulando nuevas maneras de pensar los recorridos. La lentitud en Mario Ortiz es condición también de su literatura y de su relación con el circuito literario.
Los volúmenes V, VI y VII de tu Cuadernos de Lengua y Literatura vienen a continuar una serie de libros anteriores que llevan el mismo título, ¿existe un proyecto acerca de toda la serie?
–Cuando era chico, junto con un amigo del barrio, armábamos extrañas computadoras, muchísimo antes de que existieran las PC; mis modelos eran las máquinas de El túnel del tiempo: tomaba cajas de cartón, les insertaba tapas de tubos de dentífrico, lámparas quemadas, pedazos de cables, les dibujaba manómetros, y con esos aparatos realizábamos experimentos. Mi amigo se volvió profesor de computación y yo, de literatura. El siguió el camino literal y yo el literario. Pero nunca dejé de realizar experimentos, por eso Cuadernos de Lengua y Literatura es la denominación que corresponde no a un proyecto determinado, sino a un laboratorio, a un espacio de prueba, de ensayo y error con materiales lingüísticos.
Pareciera ser que el camino realizado desde el tomo I hasta el VII es un paso de la poesía y el verso libre a la prosa.
–Hay un recorrido exploratorio por las propias herramientas verbales y los instrumentos de la poesía. Podríamos decir que se inicia con una forma de poema más convencional, cortado en versos, y avanza probando distintos registros y tonos. Y así llegamos a estos volúmenes que reuní en un solo tomo, donde la prosa se articula con el verso según las necesidades del momento. De allí la poesía entendida como un espacio textual: de partículas que se hallan en tensión.
¿Con qué tradición literaria intentás dialogar?
–Me interesa descubrir dispositivos que generen condiciones para seguir escribiendo o para vivir, que es lo mismo. Raymond Roussel y todo un sector fundamental de la tradición vanguardista se preocuparon por diseñar esos artefactos. También hay dispositivos que ponen en juego procedimientos verbales y no verbales. Lo vemos a Ponge tomando una papa entre sus manos; la pone a hervir y luego la hace puré, observa todo eso, piensa en la palabra “papa” (pomme de terre) y a partir de allí escribe. Pienso en Perec, que un día se sentó en una plaza con el propósito de anotar lo insignificante. Ese fue su procedimiento. Pienso también en el maestro oculto de todas estas exploraciones por lo cotidiano que es Xavier de Maistre, en ese librito maravilloso que es Viaje alrededor de mi habitación, de 1794. La poesía argentina reciente está en la base de mi formación: objetivistas, neobarrocos, los dos Lamborghini, la poesía de los ’90; y trato de observar con atención lo que están produciendo las generaciones más jóvenes.
¿Qué significa escribir en Bahía Blanca?
–Podríamos hablar de muchas cosas: un núcleo de extrema derecha con la presencia fuerte de la Base Naval y un diario que participó directamente en la represión durante la dictadura, según lo está investigando la Justicia en estos días, y también la resistencia, los juicios contra los represores del Ejército y las Fuerzas de Seguridad que el año pasado concluyó en una sentencia ejemplar de catorce condenados a cadena perpetua. No hay que lamentarse. Mi madre decía: “Donde te planten, florecé”. El volumen VII habla de una florcita amarilla que brotó en una esquina del Tiro Federal. Es todo lo que puedo decir.
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