Domingo, 30 de junio de 2013 | Hoy
La figura de Bernardo de Monteagudo reconoce detrás de sí un linaje de sombra y misterio. Una vida novelesca, un rol secundario pero poderoso, el perfil de un malogrado lleno de coraje, donjuanesco y brillante. Pacho O’Donnell retoma su figura, tratada en libros anteriores, para ofrecer un retrato más acabado del hombre que, según Mitre, hacía equivocar a San Martín.
Por Juan Pablo Bertazza
Además de inaugurar otras perspectivas y otras miradas que la historia tradicional y liberal se había encargado de ocultar, además de permitir una visión más atractiva de personajes históricos demonizados, como Dorrego y Rosas, el llamado revisionismo histórico de los últimos años logró ampliar las fronteras del interés nacional. La relevancia que, de hecho, tomó en la última década la patria grande debido a una serie de políticas conjuntas a lo largo de casi todo el continente nos acercó a Bolívar, a Miranda, a O’Higgins y posibilitó también que algunos independentistas poco estudiados por nuestra historia nos resulten algo más cercanos. El caso por antonomasia es el de Bernardo de Monteagudo, a quien podemos conocer un poco mejor con este libro de Pacho O’Donnell dedicado al brillante abogado y periodista tucumano, quien además se destacó como pionero de la unión americana. En realidad, no es el primer libro que le dedica O’Donnell a este hombre a quien Mitre calificó como un aventurero, “el hombre que le hacía cometer errores a San Martín”. Antes, hubo dos obras: una publicada en 1995 y otra en 2011. Pero lo interesante es que la actual no es una reedición sino una reescritura. De hecho, el libro de 1995 llevaba como subtítulo “La pasión revolucionaria”, mientras que éste es Monteagudo. Pionero y mártir de la unión americana.
En esa modificación se resume el interés que, a lo largo de todos estos años, tuvo para el historiador la figura de Monteagudo, y también el trabajo que viene desarrollando el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego que actualmente O’ Donnell preside.
Aunque no es una novela histórica, Monteagudo... tiene algunos recursos propios de la ficción. Mezcla su gran injerencia en la lucha independentista con algunas características muy personales, como por ejemplo su elegancia (vestía con terciopelo y usaba perlas en el ojal, corbatas de seda y zapatos de charol), y el gran atractivo que despertaba en las mujeres, algo que le granjeó beneficios pero también serios problemas a raíz de los celos de sus oponentes. Por supuesto, esas características a veces convergen, como sucede con un excelente artículo a través del cual Monteagudo expresa a las mujeres la importancia de su tarea independentista. De la misma forma, el libro combina hechos objetivos con interpretaciones personales del historiador, como por ejemplo ese convencimiento acerca de sí mismo que le habría deparado a Monteagudo el hecho de ser el único sobreviviente de diez hermanos, una marca de elegido que habría resultado indispensable para vencer cada uno de los muchos escollos que tuvo en su corta vida.
Fue nombrado primer ministro por San Martín, momento a partir del cual prácticamente se puso al hombro el gobierno de Lima, con la dificultad que eso implicó en una sociedad con fuertes bastiones prohispánicos. Pero las dificultades y los recursos para vencerlas y seguir adelante son la clave de la vida y obra de este prócer de origen humilde enviado a Chuquisaca al cuidado de un sacerdote, donde se terminó recibiendo de abogado. A Monteagudo se le reprochó en diversas oportunidades cierta tendencia a los cambios de idea. Sin embargo, más allá de esas circunstancias, siempre tuvo su anclaje indeclinable en un núcleo que no sufrió modificaciones: la necesidad de unión e integración de las naciones americanas, las flamantes naciones recién salidas de la dominación española. Protagonista de importancia en la Asamblea del año XIII, Monteagudo se destacó además como periodista y fundó diversos periódicos. Pero su pluma trascendió el género periodístico, algo que explica muy bien Pacho O’Donnell. Considerado “la mejor pluma de los primeros años de Independencia”, su talento y sobre todo su prosa exquisita llamaron la atención de San Martín, O’Higgins y Bolívar. De hecho, la proclama independentista de Chile está escrita por él. También trascendió su capacidad para conseguir libros de muy difícil acceso en la época, a tal punto que logró reunir una nutrida biblioteca que contaba con títulos como Reflexiones sobre la revolución francesa de Burke, los Anales de Tácito y la Historia de las revoluciones romanas de Bertot, entre otros. Por otro lado, según Pacho O’Donnell, podría considerárselo “el primer manipulador de la opinión pública”, dada su incesante tarea en el contexto de “la guerra de zapa” desarrollada durante la campaña sanmartiniana en Perú.
Este libro circular empieza y termina con la exposición del asesinato de Monteagudo, unas precisas puñaladas en un frío y nocturno callejón de Lima. El caso despierta el análisis casi detectivesco de O’Donnell, siguiendo las pistas de un crimen no del todo esclarecido, pero cuya exploración conduce a un sicario negro, los barberos limeños encargados de afilar, en ese entonces, todos los cuchillos, la convocatoria a un congreso para países americanos que se iba a celebrar en Panamá, el libertador Bolívar y Sánchez Carrión, redactor de la primera Constitución política de Perú, en una compleja trama llena de intrigas. Pero, además, y no menos importante, se incluye hacia el final un anexo de documentos que compilan ensayos y artículos periodísticos escritos por Monteagudo, en los que se puede apreciar la prosa excepcional de una de esas figuras ignoradas o llevadas a un cono de sombra en nuestra historia.
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