Si en el pionero Los Boys, Junot Díaz se ocupaba de los dominicanos recién emigrados a los Estados Unidos, en Así es como la pierdes, su nuevo volumen de cuentos, se narran las vicisitudes de los chicos que nacieron en suelo norteamericano o residen allí desde muy pequeños. Esos varones que no saben cómo tratar a las mujeres hasta que ellas, poco a poco, empiecen a enseñarles.
› Por Damián Huergo
En La maravillosa vida breve de Oscar Wao, Junot Díaz cuenta que los primeros europeos que arribaron a las Antillas no sólo bajaron de sus galeones la viruela, la sífilis y las cruces del catolicismo, sino que además exportaron el Fukú americanus, mejor conocido como el Fukú o como la “Maldición y Condena del Nuevo Mundo”. El Fukú, desde entonces, se expandió a lo largo y ancho del continente americano. Y, al igual que Braniac, el ruin personaje de Superman, fue cambiando de forma y rostro para aumentar la efectividad de hacer el mal. En la novela –ganadora del premio Pulitzer 2008– maniobra desde los restos de la dictadura de Trujillo. En cambio, en Así es como la pierdes, se presenta –sin ser nombrado– de un modo íntimo y explosivo. Los poseídos son los personajes masculinos. Y su capacidad de destrucción se equipara al número de mujeres que desvisten y, en simultáneo, decepcionan con su infidelidad. Así lo viven ellos. Así lo narra Junot Díaz. Como una maldición.
A pesar del protagonismo de los hombres, no hay que confundir el eje central del libro. En cada uno de los nueve cuentos, lo que brilla por vuelo propio o por la admiración del narrador es, sin excepción, una mujer. Sea por un “culazo en cuarta dimensión”, por la templanza al construir –su destino– sobre la fragilidad de la inmigración, o por detener a tiempo los coletazos del amor cuando continúa sólo para destruir. El personaje que se vincula con la mayoría de estas mujeres es Yunior. Tanto la bella Magda y la escuálida Miss Lora, como la hipster Alma, entre otras, son algunas de las mujeres-faro que aparecen en distintos momentos de su vida. Le enseñan a diferenciar amor de deseo, a pensar en la paternidad, a desconfiar de sus virtudes. En el peor de los casos, lo dejan lagrimeando como un joven Werther dominicano.
El amor que entregan las mujeres retratadas no siempre es erótico, sensual, fatal. En cuentos como “La doctrina Pura” o “Invierno” se narra la versión maternal. Con nieve americana en los pies, la madre de Rafa y Yunior parece refundar –con sus acciones– lo que entendemos por incondicional. Sea amparando los robos de un hijo para costear vicios, justificando sus “superhijoeputeces” o acompañándolo en una enfermedad terminal “como sólo una mamá latina puede hacerlo”. Una madre con coraje y principios, que recuerda a las madres emblemáticas de nuestra literatura –como la de Silvio Astier o la que Puig dibuja en La traición de Rita Hayworth–. Una madre que pasó las turbulencias históricas de su país, República Dominicana, y busca instalarse en otro que habla un idioma que la expulsa en lugar de permitirle comunicarse.
La organicidad de los cuentos, que pueden ser leídos como episodios de la vida novelada de Yunior y su familia, extiende la saga iniciada en Los Boys. Desde la primera página Junot Díaz logra –otra vez– adentrarnos en esa atmósfera de panas, bachata, nieve sucia y precarización. Publicados en 1996, los cuentos de Los Boys se ocupan –sobre todo– de los padecimientos de los recién llegados, de los “dominicanos dominicanos” que se instalan en la periferia de Nueva Jersey. En cambio, los protagonistas adultos de Así es como la pierdes serán aquellos que emigraron siendo chicos o “los babies” que nacieron en suelo americano. La particularidad, señala Díaz, es que el estigma de “inmigrante” sigue pesando sobre ellos. No importa el ascenso social o la nacionalidad que marque su cédula de identidad. Siempre habrá un conductor que les recuerde su origen, como si fuese un perjuicio, o un guardia de seguridad que los requise para entrar a la universidad, aunque sean parte del plantel estable de profesores.
Ambos libros hipnotizan por la prosa mestiza, oral, inventada con los bordes del lenguaje español e inglés. Una voz nueva, literaria, que excede las convenciones del spanglish. El bonus track que trae Así es como la pierdes es la variedad de recursos que se utilizan para narrar historias –al parecer– autorreferenciales. De un cuento a otro, Junot Díaz puede saltar de una primera persona masculina –elegíaca– a una voz orgullosamente femenina. O, como en el brillante cuento “Guía de amor para infieles”, usar una segunda persona impiadosa y emotiva para moldear al personaje principal.
En La maravillosa vida breve de Oscar Wao, Junot Díaz forzaba hasta el absurdo el estereotipo hegemónico de masculinidad dominicana (viril, machista, musculoso y trabajador). Oscar Wao era un protagonista obeso, adicto a los comics, condenado a la virginidad. En su último libro, los hombres son máquinas sexuales, viriles, que deben “singarse” a todas las mujeres que se cruzan como si viviesen en celo. Cuando pierden a un amor verdadero por acostarse con otra mujer, se excusan como infantes bautizados bajo el credo positivista. Les echan culpas a sus genes, a sus raíces dominicanas. Salvo excepciones, no asumen actos ni contemplan sus decisiones. Junot Díaz los describe como hombres débiles a causa de sus fortalezas. Hombres que rompen lo que tocan, lo que aman. No pueden luchar contra eso. “La sangre siempre te traiciona”, dice su mantra de consuelo. La sangre es una maldición. Como si fuese el Fukú que los condena a amar eternamente a la mujer que supieron perder.
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