Vinicius es el nombre del hombre y de su credo: la síntesis. La mezcla, el cruce y en definitiva el sincretismo de lo clásico y de lo popular, la tragedia y el carnaval, la vida disipada y el rigor de la creación. La Antología sustancial de Vinicius de Moraes que acaba de publicarse en Argentina en edición bilingüe es, al mismo tiempo, muestrario, la condensación de esa síntesis y una celebración de la vida, que es corta pero infinita mientras sucede.
› Por Luciana De Mello
En una de sus notas como crítico de arte, en la época en la que colaboraba para la revista A Manhá, Vinicius escribió: “Picasso es como un cáncer al revés, su arte múltiple y prolífico representa la afirmación de la vida, porque ese gran Andaluz se reformula constantemente, hasta cuando hace variaciones sobre un mismo tema. El cuadro para él es como un abismo al que se tira de cabeza, y una vez poseído el cuadro lo repele devolviéndolo al afuera. Porque Picasso es uno de los pocos artistas de cualquier época al que el abismo teme. El abismo le teme a ese loco saltimbanqui que se tira al vacío de la tela sin saber si va a volver –y vuelve, siempre–. ¿De cuántos más de nuestro siglo se puede decir lo mismo?”. Un artista frente a otro, en la operación de leer su obra –y con lectura hablamos de observar, de escuchar, de dar sentido–, encuentra lo que la obra encierra de sí mismo dentro de ella. Y no se trata de un espejo o laberinto de vanidades, sino de entender sus principios frente a otro, en el recorrido de quien sale a buscar las preguntas necesarias. Vinicius de Moraes lee a Picasso y en ese ejercicio piensa en su propia obra, el camino que ha elegido para sí, el mismo que a los veinte años conjura en uno de sus primeros poemas titulado “Velhice”. Ahí el yo lírico se proyecta “¡saturado de vejez”: “El eterno viejo que nada es, nada vale, nada tuvo / el viejo cuyo único valor es ser el cadáver de una juventud creadora”.
No sabía Marcus Vinicius de Melo Moraes que el derrotero de ese primer poeta parnasiano iba a estar marcado por la intuición como guía del salto al abismo, el abismo que lo transformó en uno de los mayores poetas de su país, en el compositor de Orfeo Negro, en padre de la bossa nova, el abismo del que volvió para siempre con un único nombre, el del poeta Vinicius: “¡el blanco más negro de Brasil”.
Con la cuidada selección, traducción y notas de Cristian De Nápoli, esta Antología sustancial que acaba de publicar Adriana Hidalgo en el centenario del nacimiento de Vinicius era una deuda pendiente no sólo para sus seguidores argentinos, sino también dentro de lo que es la difusión de la literatura brasileña en español. Entusiasmado con la bossa, en 1969 Daniel Divinsky publica por Ediciones De La Flor la primera y única antología poética de Vinicius en Argentina, pero luego de su reedición en 1974 ya no hubo revisiones de su obra ni mucho menos un trabajo de edición bilingüe como el que plantea esta antología. Por otra parte, el hecho de incluir sus letras de canciones a la selección de poemas es algo inédito no sólo en español sino también en portugués, toda una reparación –y una toma de partido estética y por lo tanto ideológica– ante la crítica de sus antiguos compañeros de la “alta” poesía, que al verlo inclinarse para el lado popular de la expresión como letrista comenzaron a llamarlo “poetinha”, un apodo que a Vinicius siempre le dolió y que Jobim recogió para transformarlo en su manera cariñosa de nombrarlo hasta sus últimos días.
La antología está ordenada de manera cronológica, aunque dividida según los distintos períodos creativos de Vinicius, y cuenta con poemas conocidos durante la vida y luego de la muerte del autor, donde se cuela “Amigo porteño”, una letra de tango que el poeta escribió durante el período en el que vivió en Buenos Aires, cuando se casó con la argentina Marta Rodríguez Santamaría en sus octavas nupcias. Cada uno de los diferentes períodos comienza con anotaciones del recopilador, y a lo largo del libro se advierten claramente las transformaciones estéticas y temáticas que van del amor sensual y la fe religiosa de sus primeros poemas en O caminho para a distancia y Forma y Exégese –con el que gana a los veintidós años el prestigioso premio de poesía Felipe d’Oliveira–, pasando luego por la etapa donde se vuelca a la escritura de sonetos y elegías, hasta llegar a la amistad con el poeta modernista Manuel Bandeira, quien influye y refuerza sus inclinaciones hacia el movimiento. Si bien en 1980, año en el que muere, Vinicius estaba trabajando en dos libros de poesía que sus continuas giras por el mundo le habían impedido terminar, la antología cierra su trabajo poético con un corpus de letras que conforman un buen muestreo de las diferentes duplas creativas con las que compuso el repertorio del cancionero inmortal de Brasil. “Loura ou morena”, con Paulo Tapajós, “Quando tu passas por mim”, con Antônio Maria, “Chega de saudade”, “A felicidade”, “Eu sei que vou te amar” junto a Tom Jobim, “Samba da bênçao” con Baden Powell y “Tarde em Itapoa” junto a Toquiño son sólo algunas de las letras reproducidas en la antología que, seguidas de una cronología exhaustiva de la vida del autor, cierra con una entrevista realizada a Vinicius en 1967. Esta entrevista tiene un valor fundamental, ya que funciona como faro sobre la selección y el ordenamiento de la obra hacia el final de antología.
Vinicius habla precisamente del trayecto recorrido durante su vida y su carrera, las transformaciones que una necesariamente le impuso a la otra. Los años en Oxford y la lectura de los poetas ingleses que limpiaron sus versos de barroquismos: “En esa época estaba todo esto de que las artes tenían que ser mayores, la carne representaba el pecado, el espíritu representaba la belleza, la mujer. Todo eso artificializó mucho mi formación en ese tiempo”, su postura antimodernista cuando el premio nacional de poesía se le subió a la cabeza: “Yo era muy joven y acabé pensando que era un genio, levanté la bandera del absoluto y todo eso. Llegué a hacer declaraciones a la prensa de las que sinceramente me avergüenzo. Me acuerdo que Otávio Tarquínio de Souza escribió un artículo muy bueno poniéndome en vereda en los debidos términos. Me dio mucha rabia entonces, fue una paliza necesaria, me hizo bien”.
Un momento clave en la entrevista es cuando reconstruyen la madrugada en la que escribió el primer acto completo de Orfeo negro. Vinicius leía el mito griego y comenzó a sonar una batucada en el morro; el carnaval estaba próximo y la síntesis se le hizo presente ahí, durante el acto de lectura: “Y de repente, como si yo hubiese sido el radar de un momento especial, las dos ideas se fundieron, sentí al morro negro en lo que estaba leyendo. Las pasiones, la música, la poesía, toda esa gratuidad”. Pasaron años hasta que Orfeo negro llegara al cine y luego a las tablas. En el camino Vinicius perdió la mitad de los manuscritos, vivió en Los Angeles como vicecónsul, estudió cine con Orson Welles, se enamoró del jazz y se hizo amigo de Zutty Singleton, conoció a Louis Armstrong y a Billie Holiday; sin embargo Orfeo negro fue sin dudas el epicentro de una renovación constante de la que Vinicius sería propulsor y parte dentro de la cultura brasileña. Orfeo lo llevó hacia Jobim y de esa yunta nacerán las primeras batidas de bossa nova.
La síntesis en la que unió la forma clásica con el infierno negro del carnaval, lo que unió su faceta de diplomático con la de poeta, parceiro y eterno amante, es ahí donde radica la pregunta con la que cierra esta revisión de una vida tan inmensa: “¿Qué cosa sería la síntesis, la suma de tu vida, Vinicius?”. El poeta sonríe, se acomoda la boina, toma el vaso de whisky y lo levanta. “Lo que digo es: Que no sea inmortal, puesto que es llama/Pero que sea infinito mientras dure.”
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