La investigación sobre el suplemento cultural del diario La Prensa desde 1951 a 1955, los años en que después de ser expropiado fue gestionado por la CGT, depara varias revelaciones y reacomoda algunos mitos sobre las conflictivas relaciones entre peronismo y cultura, encrucijada en la que se destaca la figura de César Tiempo, quien dirigió el suplemento y luego sería condenado al peor ostracismo. En Cultura para todos, Raanan Rein y Claudio Panella compilaron una serie de artículos sobre los aspectos más diversos de esta experiencia sepultada con el golpe del ’55.
› Por Julián Blejmar
Un archivo, herrumbroso y olvidado, de la Biblioteca Nacional, terminó siendo la llave para saldar la cuenta con varios mitos. El tesoro escondido fue el suplemento cultural del diario La Prensa, durante el lapso en que este periódico fue expropiado y puesto en manos de la Confederación General del Trabajo (CGT). Y es que, pese a su enorme importancia documental, este material había sido condenado a un largo ostracismo, el cual comenzó a finalizar tres años atrás, cuando los académicos Raanan Rein, de la Universidad de Tel Aviv, y Claudio Panella, de la Universidad de La Plata, trabajaron junto a un nutrido grupo de investigadores para escudriñar su contenido desde diversos aspectos. El resultado fue Cultura para todos. El suplemento cultural de La Prensa cegetista (1951-1955), un trabajo que resulta clave para dilucidar la relación entre el peronismo y parte de la intelectualidad nacional, y que logra desafiar no sólo el mito de que los intelectuales de prestigio se encontraban en las antípodas del peronismo, sino también la imbricada idea de que los judíos rechazaban sin más este movimiento. Con todo, el trabajo no se limita al análisis del suplemento cultural. Panella brinda una detallada crónica sobre la historia de La Prensa, tanto durante sus comienzos y consolidación como vocero de la oligarquía y los sectores antiobreros, como su radical transformación en órgano de propaganda del gobierno peronista, una vez que éste decide intervenirlo y ponerlo en manos de la CGT. En este primer capítulo, es posible observar cómo aquel diario fundado en 1869 por José Clemente Paz, que afirmaba levantar las banderas del progreso, la libertad, la independencia y el acatamiento a las instituciones republicanas, sería en los hechos, a decir de Panella, “una institución intocable desde la que se dictaba cátedra a todo el país”. Por eso, una de las razones que encuentra Panella para el formidable éxito editorial del que llegó a gozar este diario, que en 1930 llegó a vender 500.000 ejemplares, tuvo que ver con sus avisos clasificados, muy demandados por los sectores medios y populares.
Su expropiación en 1951 por ley del Congreso, bajo el pretexto del informe de una Comisión Investigadora constituida para peritar aspectos contables, no ocultó los verdaderos fines de esta medida. Tal como lo rescata Panella, el diputado John William Cooke exhibió la verdadera postura de la bancada peronista, señalando que: “Nosotros estamos contra La Prensa por razones mucho más serias, mucho más fundamentales. (...) Creemos que La Prensa es uno de los obstáculos, como hay muchos otros en el continente, que han impedido o demorado todas las reivindicaciones proletarias en Latinoamérica”.
Por eso, desde el comienzo de su intervención, reseña Panella, “se destacaba un seguimiento permanente de las actividades del primer mandatario –y de Evita hasta su fallecimiento– así como también de las acciones gubernamentales y partidarias, además de gremiales. Por el contrario, la oposición estaba prácticamente invisibilizada y sus voces casi no aparecían. Y cuando se hacía referencia a ella, era en forma genérica, siempre en tono crítico, o bien en forma despectiva”.
En la minuciosa descripción que el autor realiza sobre este diario, que incluye las coberturas del Segundo Plan Quinquenal, el conflicto de Perón con la Iglesia o el bombardeo a Plaza de Mayo, se destaca lo referente a la “Página gremial”, la cual, de acuerdo con Panella, “fue la innovación más marcada de esta etapa, y donde pudo apreciarse aquel acompañamiento con argumentos consistentes, poniendo de manifiesto la legislación que dignificó a los trabajadores argentinos”.
Es posible afirmar que el suplemento cultural de La Prensa produjo una disrupción en dos sentidos. Si por un lado rompió con la visión elitista y antipopular de la cultura que hasta entonces se veía reflejada en esta sección, por el otro se despegó del apoyo acrítico que en todo el diario se le prodigó al peronismo. De acuerdo con Rein, la aceptación por parte de César Tiempo de incorporarse como director de este suplemento en 1952, lejos de ser un acto oportunista, guardaba una absoluta coherencia con su trayectoria, pues “la identificación de Tiempo con el justicialismo no resulta nada sorprendente a la luz de su carrera intelectual. Pareciera que la sensibilidad social y la vocación popular, que lo llevó a alinearse con los de Boedo en la década del veinte, lo condujeron en las décadas del cuarenta y del cincuenta a alinearse con el peronismo”.
Tal vez, haya tenido que ver aquello que señalaba Tomás Eloy Martínez, respecto del hecho de que las secciones culturales de los diarios otorgaban licencia para ser osado, utópico o rebelde, porque “a la cultura nadie le prestaba demasiada atención. La cultura era la loca de la casa”. Lo cierto es que, tal como lo destaca Rein, Tiempo mantuvo su determinación de “perseguir una política editorial acorde con sus afinidades ideológicas frente a presiones de uniformismo partidista”. Y es que si bien el suplemento tenía un claro tinte peronista, que poco tiempo antes de la caída de Perón se profundizó debido a fuertes presiones, Rein señala que Tiempo “no solo rechazó a los ‘apologistas’ de Perón, sino que hizo un esfuerzo consciente de dar cabida a colaboradores tanto de extracción izquierdista como de distintos grupos étnicos, entre los cuales sobresalía una larga lista de escritores judíos”, como Bernardo Ezequiel Korenblit, León Benarós, Julia Prilutzky Farny, Bernardo Kordon, David Kohon u Horacio Klappenbach, entre muchos otros.
Pero tan relevante como su pluralidad y apertura fue el hecho de que Tiempo logró expandir los límites de la “cultura”, incorporando temáticas inéditas hasta entonces, como el deporte, la pintura, el tango o la tecnología. Gran parte de ellas fueron enfocadas en diferentes capítulos de este libro por diversos investigadores sociales, fundamentalmente en lo referente a cuentos infantiles, moda, fotografía, revisionismo histórico, la denominada “tríada familia, Estado y bienestar social”, o el esfuerzo por asimilar imaginario peronismo y argentinidad, así como las notas propagandísticas de Perón y, sobre todo, Evita.
El abrupto final de esta experiencia, con el golpe de Estado de 1955, marcaría también el inicio del largo ostracismo al que, junto a todo el movimiento peronista, fueron condenados Tiempo y los intelectuales que lo acompañaron. Y es que, según reseña Rein, lo que sucedió luego del ’55 fue aún más cruel. Pese a contar ya con una obra que lo ubicaba entre las voces más prestigiosas de la cultura nacional, que incluía también un fuerte contenido judío, Tiempo fue completamente marginado –cuando no atacado o ridiculizado– tanto por el establishment literario como judío, quienes no le perdonaron su adscripción al peronismo.
Además de convertirse en un registro fundamental sobre la trayectoria de este suplemento –no por casualidad ausente hasta el momento–, así como del apoyo que en cierta medida importantes sectores del cultura nacional y del judaísmo le otorgaron al primer peronismo, el trabajo interpela también el eterno debate sobre política, corporaciones y prensa, que en el caso argentino despertó, como en la actualidad, enormes odios y pasiones, que sin embargo, como en una escena de realismo mágico, se manifestaron en ese entonces desde un mismo espacio. Y es que, tal como lo señala Panella, La Prensa fue un símbolo por partida doble. “Adquirió el carácter de símbolo para todo el arco antiperonista en la medida en que fue considerado un medio de comunicación independiente de gran predicamento avasallado por un gobierno autoritario y, como tal, negador de las libertades públicas, entre ellas las de la prensa. Y por el peronismo, pues en manos de la CGT, expresión institucional de los trabajadores justicialistas, actuó como vocero de los intereses nacionales y populares.”
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