Domingo, 22 de septiembre de 2013 | Hoy
Flann O’Brien fue uno de los grandes escritores satíricos irlandeses del siglo XX, admirado por Joyce y Borges, incluido en el canon occidental por Harold Bloom y autor de una novela que puede considerarse clásica, At Swim Two Birds. Después de muchos años de ausencia en las librerías locales, la editorial Nórdica rescata su obra, operación que acaba de terminar con La saga del sagú del Slattery, una novela inconclusa y póstuma que, en apenas siete capítulos, plantea un desopilante plan para erradicar a los inmigrantes irlandeses, escapados de la hambruna del siglo XIX, de los Estados Unidos.
Por Fernando Krapp
En una lectura comparada entre la literatura argentina y la irlandesa, el escritor argentino Carlos Gamerro señaló un rasgo en común que las unía: el carácter periférico de ambas literaturas puestas en relación con sus respectivas lenguas dominantes (España por un lado, Inglaterra por el otro). Esa distancia perimetral les permitió una ambivalente libertad a la hora de experimentar con diversos procedimientos literarios. La parodia, como ya sabemos todos, fue el arma de doble filo con la que Borges se incrustó como un meteorito en la tradición literaria en lengua española; la sátira fue una de las formas más importantes que tuvo (y tiene) Irlanda para meterle el dedo en la llaga a mamá Inglaterra.
Irlanda, entonces, cuna de escritores satíricos: Swift, Joyce (a su manera), y sobre todo Flann O’Brien, misteriosamente desaparecido de las librerías en nuestras costas, ahora rescatado en una colección propia con nombre y apellido por la editorial española Nórdica. Nacido bajo el nombre de Brian O’Nolan, estudiante de literatura de la Universidad de Dublín, periodista –mejor sería llamarlo comentarista ácido de la realidad política y social de su país–, guionista y humorista; se ganó la vida, no obstante, como funcionario estatal durante dieciocho años. Este trabajo le permitió sortear las duras crisis económicas que golpearon a Irlanda entre 1930 y 1960, y mantener a sus once hermanos, incluido el mayor, un aspirante a escritor de poca monta. O’Nolan trabajaba y a la par firmaba bajo el seudónimo de Cruiskeen Lawn las colaboraciones para The Irish Times: en tiempos de guerra estaba prohibido tener una vida pública y mediática, y ocupar un puesto en el gobierno. En sus artículos, O’Nolan no sólo desplegó y afiló su humor mordaz y satírico en viñetas que ponían en tela de juicio la fuerte crisis económica de su país desde todos los estratos sociales, sino que demostró y testeó su habilidad para el juego de palabras (muy caros en el uso de la sátira). La traducción al español titulada La gente corriente de Irlanda hace que se pierda mucho de ese juego, sobre todo por el hecho de haber sido escritas en irlandés, una lengua menor dentro del inglés de la reina.
En 1939, O’Nolan publica bajo el seudónimo de Flann O’Brien su primera novela: At Swim-Two-Birds (traducida por Nórdica como En nadar-dos-pájaros). Ninguneada por el público masivo, James Joyce y Samuel Beckett la rescataron por sus experimentaciones metaliterarias, que posicionaron a su autor como un escritor del alto modernismo. Borges etiquetó la novela como una de las mejores novelas del siglo XX. Harold Bloom la incluyó en su famoso canon occidental. Y Dylan Thomas aseguró que era el libro perfecto para regalarle a una hermana “si ella es una mujer borracha, sucia y mal hablada”. O’Brien desdeñó un poco de su posición experimental: no olvidemos que había saboreado el éxito fugaz de ser un columnista muy leído y admirado. Preparó entonces todas sus artimañas para su segunda novela: El tercer policía. Sátira de la Irlanda rural (otro punto de comparación con estas pampas), O’Brien mezcla con maestría asombrosa mitos celtas y claves de la novela de espías, con una trama centrada en una bicicleta que se vuelve circular, en un trasfondo irreal y demoníaco. La novela fue rechazada por varias editoriales, algo que golpeó de lleno en su ego, a pesar de contar con la aprobación de Graham
Greene, y fue publicada de manera póstuma en 1967, después de que viera la luz una novela menor (aunque igualmente mordaz y graciosa donde se apropia de la ya sobrecargada novela de aprendizaje para mostrar el no-aprendizaje de su protagonista) titulada La vida dura.
Las publicaciones póstumas trajeron un reconocimiento más amplio e importante, sobre todo desde de El tercer policía. Bajo esa onda expansiva, Nórdica cierra la colección y publica ahora su novela inconclusa titulada La saga del sagú de Slattery, en donde O’Brien pensaba cargar las tintas, sin abandonar a su bien amado género satírico ni sus juegos de palabras para inventar nombres propios, contra los inmigrantes irlandeses que habían (y estaban) poblando las tierras soñadas de los Estados Unidos. El libro apenas llega al capítulo siete, pero en ellos se deja entrever su facilidad para generar situaciones desopilantes e irreales cargadas de simbolismos, donde la papa tiene un rol central, como principal materia prima de la economía rural irlandesa. Durante el siglo XIX, después de una sequía fuerte y una traba importante de los terratenientes ingleses, Irlanda perdió gran parte de la población debido a las hambrunas, hecho que desencadenó una ola inmigratoria de irlandeses hacia Estados Unidos. Para Crawford Mac
Phearson, la protagonista de La saga del sagú de Slattery, los irlandeses no llevaron más que vicios, prostitutas, sífilis y la religión católica, algo que una afiliada a los protestantes no podía soportar. Traza entonces un plan para liberar a Estados Unidos de la papa con un derivado oriental de la mandioca llamado “sagú”, y al mismo tiempo financiar una replantación de este nuevo tubérculo con la abultada herencia de su ex marido. Hacia dónde podía disparar una trama como ésa, sólo O’Brien lo sabe, esté donde esté. Pero a nosotros, sus lectores rioplatenses (casi hermanos periféricos), esta premisa nos puede disparar hacia el resto de la obra de O’Brien, que por fin llega completa y sin rasguños, después de años de retrasos, postergaciones y una larga lista de etcéteras editoriales. Al vencedor, el sagú.
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