Domingo, 13 de octubre de 2013 | Hoy
Su muerte prematura (se suicidó en 1983 a los 31 años) convirtió a la poeta y ensayista brasileña Ana César en mito artístico, en tanto que hoy es posible releer su lúcida obra sin ese sostén hagiográfico. Una oportuna antología sirve de entrada a su escritura definida por el método documental.
Por Susana Cella
Referencia imprescindible en la literatura brasileña, Ana Cristina César aparece con la fuerza de un impacto condensado en una vida breve (nació en 1952 en Río de Janeiro y se suicidó en 1983 en la misma ciudad). Para entonces ya había logrado consolidar una voz particular inscripta en la poesía, en la correspondencia, artículos críticos, ensayos y traducciones. Definió su modo de escribir como “el método documental”, que involucra una concepción de la literatura: “Recrear los vínculos de afinidad espontánea entre textos y autores diversos dentro de la ficticia intimidad del propio escrito”, según señala en el prólogo a esta antología de textos de entre 1975 y 1983 Bárbara Belloc. Junto con Teresa Arijón se encargó de traducir y seleccionar intervenciones de Ana César que delinean una nítida imagen de poeta e intelectual, evadiendo los mitos de la “hagiografía en torno de su figura, una sacralización ciertamente acrítica que es producto del impacto causado por su muerte trágica y prematura”, como expresa Renato Razende en “Para un apunte biobliográfico de Ana C.”
En su clara conciencia de la construcción ficcional, Ana sigue a Pessoa y enuncia una frase clave: “el poeta es un fingidor”. Tema que recurre cuando se refiere, remarcando la distancia entre las palabras y las cosas, a modos de escritura muy ligados a la expresión de lo subjetivo, así la correspondencia o el diario personales. En sus deslindes puede señalar que hay una intimidad inescribible, lo cual a su vez se vincula con el método documental que implica hacer literatura (no desligada de lo que apela e incide en la circunstancia vital, sino por la conciencia que tiene respecto de la distancia entre lo individual y biográfico, y la configuración de un texto literario donde cuentan y mucho la lectura, las voces de otros poetas como material compositivo), actitud reacia por tanto a interpretaciones biografistas que intentan “explicar” o aun validar o edificar una obra en función de los avatares de la vida del autor con “muy poco de literatura y mucho de confesión”.
En “El poeta fuera de la República” se refiere al mercado. Ese artículo de 1977 trata acerca del escritor vinculado con un circuito de producción y circulación, para poner en escena cuestiones ligadas al pago por un trabajo (el de la escritura), así como para señalar otras posturas: una marginalidad elegida, esto es situarse en un lugar ajeno a los circuitos de consagración, promociones, etcétera. No poco importante es señalar este aspecto si se considera que por los años setenta en Brasil la llamada “generación del mimeógrafo” (en la que se la quiso incluir) definía una pro-puesta de modos de escritura y de difusión que desafiaban el ahogo cultural ligado a una concreta situación política.
En igual sentido, se visualizan otros temas polémicos. Entre ellos, dos, cuya persistencia sirve para apreciar la actualidad de sus reflexiones: la llamada literatura femenina y la traducción. Aparecen entonces facetas del acto de traducir como una suerte de performance cuando remite a la Elegía del poeta metafísico inglés del siglo XVII John Donne, interpretada por Caetano Veloso. Y también con las refe-rencias a Walt Whitman, Dickinson, Mallarmé, que ofrecen simultáneamente afinados comentarios sobre la composición poética en general y sobre estos autores en particular, focalizados según esa especial forma de escritura que es la traducción. Comparaciones en fin que también anclan en un cotejo entre Poe y Herculano, donde analiza cuál es la función del bufón respecto del poder.
En consonancia con una tarea que, en el recorrido por los géneros, funde lucidez y sensibilidad, Ana César no puede dejar de preguntarse qué sucede con esa recurrente cuestión de la literatura femenina, y aquí también, da muestras de su rigor analítico al emplazar la instancia de “lo femenino” en la literatura, más allá del género sexual de quien la produzca.
Recorrer este conjunto de artículos, con sus valorables citas (Mario de Andrade, valga el ejemplo), no sólo permite apreciar el justo lugar que la obra de Ana César está ocupando con creciente firmeza por el mérito indiscutible de instalar un sólido lugar de enunciación, una voz que expresa la confluencia en la que arte, vida, ideologías y política hallan su ajustado punto de enlace.
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