Domingo, 13 de octubre de 2013 | Hoy
Mientras entrevistaba a Estela de Carlotto por la recuperación del nieto número cien, nacía Laura, el libro de la periodista María Eugenia Ludueña en el que se reconstruye la vida de su hija. Pensado como un puente entre la joven asesinada por la dictadura en 1978 y el nieto que aún las Abuelas buscan recuperar, el libro de Ludueña supera los márgenes de una biografía para ser una suma de crónica, narrativa de su tiempo y un testimonio que enhebra los detalles más cotidianos de la vida de una chica de los ’70 y la historia que le imprimía vértigo a toda una generación.
Por Ana Fornaro
“Yo lo escribo”, le dijo sin pensarlo María Eugenia Ludueña a Estela de Carlotto cuando la presidenta de Abuelas le confesó que querría un libro sobre la vida de su hija. Lo que pensaba Carlotto era en enhebrar los recuerdos dispersos, una suerte de legado de su hija asesinada para Guido, el nieto que aún sigue buscando. En ese momento, Ludueña estaba entrevistando a Estela por la recuperación del nieto número 100, a principios de 2010. La periodista, que ya venía fogueada en temas de derechos humanos, y que durante su infancia vivió a dos cuadras del centro de detención clandestino Olimpo, en el barrio de Floresta, que recuerda de manera vívida el miedo y las balas del día que mataron a Vicky Walsh y que por su militancia en la Asociación Miguel Bru conocía bien la historia de La Plata, selló el pacto inmediatamente. “Yo hasta ahí había leído algunas cosas sobre Laura, me había impresionado mucho lo que se sabía de su época en cautiverio. Y que había sido una figura bastante periférica de la militancia. No era un cuadro. Y para mí eso la hacía más atractiva. Porque su vida, y su muerte, fue la de toda una generación.”
Laura, un libro que fue declarado de interés para la defensa de los derechos humanos por la Legislatura porteña, es una biografía que excede el género. Es un viaje a los años ’70 que abarca la crónica, la historiografía, la literatura testimonial y se lee con el pulso de una novela. Con una estructura que funciona como un reloj, el personaje de Laura se va dibujando de forma paulatina gracias a las palabras de quienes la tuvieron cerca, que toman la posta en cada capítulo y se vuelven ellos mismos protagonistas.
“Antes de tener clara la estructura, yo ya sabía que quería que fuera un libro colectivo. Me di cuenta apenas empecé con las entrevistas. Porque las historias de las personas con las que hablaba eran iguales o más fuertes que la historia de Laura. Y todos tenían sus cicatrices. Además, la vida de Laura es muy corta y me parecía que estaba bueno que fuera Laura, pero que también fuera lo otro.” Esa superposición de voces es la que le va dando espesor al personaje. No todos veían lo mismo en la hija mayor de Estela de Carlotto.
En ese sentido, la primera parte de esta biografía se lee como una novela de iniciación. Los rasgos de carácter de Laura se definieron de manera muy rápida, como todo en su vida. La niña seria y linda de ojos enormes supo enseguida que no quería tomar la comunión, que estaba enamorada, que la situación política y social que estaba viviendo el país tenía que dar un vuelco. Y no pidió permiso. La dictadura de Onganía, la noticia de la muerte del Che y los aires de resistencia que ya se vivían, terminaron de sacar de la burbuja a esa adolescente del Normal 1 y desde ese momento todo se precipitó. De la misma forma que no quiso tomar la comunión, le avisaría a su madre que tampoco quería fiesta de 15. Laura pasa a ser así una joven de su generación. Habla de la vuelta de Perón, de la revolución social, deja a su novio histórico y nada politizado por quien será su marido; se inscribe en Historia y empieza a militar en la JUP. En 1974, Laura tiene 19 años, trabaja en la pinturería del padre, estudia, milita, está casada y ya perdió un primer embarazo.
Narrado en presente, Laura avanza de manera cronológica, y el lector va armando el rompecabezas del personaje a la vez que se sumerge en la cotidianidad de una familia, en la vida de una ciudad, en la política de un país y finalmente en la historia de una década. Como un juego de cajas chinas, Ludueña pasa de lo particular a lo general para volver a concentrarse en el detalle. La descripción de cómo se delineaba los ojos la protagonista convive con la reconstrucción de escenas épicas como la trágica movilización a Ezeiza para recibir a Perón. El recurso a otros textos que se insertan como un collage –canciones, poemas, cánticos, recortes de prensa, comunicados, declaraciones en los juicios de lesa humanidad– además de los propios testimonios, transforman al libro en una máquina intertextual que hace de la lectura una experiencia casi cinematográfica.
“La historia de Laura está llena de baches, de puntos de interrogación –explica Ludueña–. De alguna forma fui completándola con todos estos recursos. Porque incluso en las entrevistas hay agujeros, mucha gente no recuerda bien los años o de tanto hablar también se van distorsionando los recuerdos. Porque la memoria también es una disputa de sentidos. Era fácil dejarme llevar por esas vidas tan intensas, o por los propios acontecimientos históricos, y que el personaje de Laura se me perdiera. Ese era mi miedo.”
Pero no se pierde. Es quizás cuando menos se sabe de su vida, la época del pasaje a la clandestinidad, su actividad tardía en Montoneros, cuando se transformó en Rita la guerrillera, ya separada –liberada– que el personaje toma mayor fuerza. Fue de las últimas en caer. De su militancia final se conoce poco y nada. Había perdido contacto con la mayor parte de su gente y a su vida habían entrado otras personas que ni su familia ni sus amigos históricos conocían. Algunas declararían años después en los juicios, otras contactarían a Estela cuando la vieran con otras Abuelas con la foto de su hija, reclamando justicia y buscando al nieto.
Marcada por la lectura de Mujeres Guerrilleras, de Marta Diana, La Voluntad, de Anguita y Caparrós, y Casa de conejos, de Laura Alcoba, Ludueña se documentó muchísimo para escribir este libro, y confiesa que en medio de ese marasmo bibliográfico se preguntaba qué tenía ella para agregar sobre los ’70, además de la historia de Laura.
“Es un tema del que todo el mundo opina, sepa o no sepa. Además, hay mucha interna dando vuelta. Pero lo que intenté es escribir como me gusta que me cuenten las historias: no me gusta que me digan qué tengo que pensar, los estereotipos ni los golpes bajos. Intenté mostrar las contradicciones de los propios movimientos a la vez que me interesaba rescatar la figura de Laura, lateral, en medio de esas estructuras de militancias machistas y verticales.”
La reconstrucción, hacia el final, del cautiverio, durante nueve meses, de Laura en el centro de detención y tortura platense La Cacha es de los momentos más logrados del libro. Es el más duro, hay que dejar de leer por momentos para respirar, pero les escapa a los efectismos. Ahí Laura cursó parte de su embarazo, fue trasladada para parir y devuelta cuando ya le habían robado al hijo. Fue torturada como todos y obligada a salir a “marcar”. Fue solidaria con sus compañeros y finalmente liberada y luego asesinada, el 26 de junio de 1978.
Pero no se termina ahí. De la misma forma que Laura arranca antes de que ella naciera, con su historia familiar, la biografía no se agota en su protagonista sino que va cerrando el resto de las historias hasta anclarse en el presente. Aparece la vida de sus hermanos y compañeros en el exilio, la llegada de la democracia y la avalancha de testimonios, la Conadep y el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense. Y por supuesto, la militancia de Estela de Carlotto en Abuelas y la tenaz búsqueda de Guido, ese nieto para quien fue pensado este libro.
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