Dom 13.10.2013
libros

Tierra del aire

Licenciada en Letras, discípula de Ezequiel Martínez Estrada y sobre todo poeta de la Patagonia, Irma Cuña dejó una obra de contenida emotividad. Pasajera del viento es una cuidada antología de sus libros.

› Por Sergio Kisielewsky

Como un recuerdo de lo perdido y lo recuperado en la intemperie, tanto en el desierto y en el mar que siempre recomienza, Irma Cuña escribe sobre cómo jugar entre almohadones y crear el efecto allí en la zona lúdica en que se estará toda la vida, una evocación que atraviesa como un rayo lo que ocurrió en la primera infancia entre cactus, desierto y soledad. “¿Las palabras dispersan?”, pregunta mientras su poesía incluye la temática de un diario íntimo que siempre relata lo justo y por demás imprescindible. Un libro que poetiza y selecciona los mejores recuerdos, los primeros seres que fundaron la hermandad, la amistad, lo familiar en las primeras experiencias de vida. La escritura es reveladora, mítica donde las tardes no son de nadie y el vaso de agua es tal vez un manantial en el medio del desierto.

Irma Cuña (Neuquén, 1932-2004) fue profesora en Letras de la Universidad del Sur, discípula del gran ensayista Ezequiel Martínez Estrada (La cabeza de Goliat, uno de los primeros ensayos donde se aborda a conciencia las sutilezas del imperio) y trabajó su tesis doctoral sobre el personaje del Siglo de Oro español Pedro de Urdemales en el Collège de France, tesis que terminó en sus años de exilio en la Universidad Autónoma de México. Su lenguaje poético tiene el ritmo de los sueños, poemas encabalgados con la desmesura del paisaje cuando la diversión y el bullicio se terminan porque las tropas comienzan a pasar. En la antología de los libros Neuquina, El riesgo y el olvido, De cuando la voz cae, De menos plenilunio y El Príncipe da sentido a los mundos coti-dianos sin renunciar a las imágenes y a las travesuras líricas (“ha estallado su flor de seda roja / en la espina durísima y reseca”). Y reitera sin repetirse, efecto que pocos escritores logran. Por momentos el tono es fellinesco, como cuando se ríe de lo que ocurre a su alrededor; en suma, risa por los cambios en su propio rostro de frente al viento, como si de la presencia del mar, su oleaje, su cordón invisible en la mirada de la poeta se obtuviera lo necesario para vivir y respirar. Poesía para crear una imagen del amado que deja la casa, casi con la intensidad del frío del Sur y de pronto se escucha el sonido de una mandolina que es como decir: algo se perdió entre las rocas mojadas y hay que recomenzar.

Irma Cuña es una poeta de la Patagonia hasta los huesos, y alguien que también escribe pues debe cumplir con el alquiler y corregir exámenes de sus alumnos, y eso también la vuelve universal, íntima y batalladora con la palabra justa, con la lírica menos complaciente. Con selección y prólogo de la poeta porteña Irene Gruss, la edición es todo un acto de justicia como el que rinde Cuña a Li Po (“Fría, la luna otoñal res-plandece en el álamo blanco”), tal vez el más grande poeta chino de todos los tiempos, y a “La divisa del emboscado”, una suerte de título donde confluyen los martirios de los mapuches y los perseguidos de fines del siglo XX en nuestro país (“La noche entera / combate con el otro / hasta alcanzar a verlo. / Cuando amanece / por las calles / se derrumba en la mitad del simulacro”). Cuña es parte de una ola gigante. De la lectura de su obra se sale distinto.

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