libros

Domingo, 30 de marzo de 2003

ULTIMO TANGO

Un tango para Gardel
Pedro Orgambide

Sudamericana
Buenos Aires, 2003
156 págs.

Por Guillermo Saccomanno

“Pero el viajero que huye, tarde o temprano, detiene su andar”, escribió Alfredo Le Pera. Y este fragmento abre y cierra Un tango para Gardel de Pedro Orgambide (1929-2003). Es inevitable, al leer esta novela, pensar que Orgambide la escribió ya afectado por el cáncer. “Tarde o temprano todos cruzan el río”, sentencia el hombre de Tacuarembó, personaje fantasmal de la novela, que se le aparece a menudo a Gardel como sombra y amenaza. “Hay quienes están con un pie en una orilla y con el otro en la de enfrente. El río es el transcurrir, la tardanza de lo que está por venir”. Si bien la novela empieza en Medellín, con el accidente aéreo en que muere Gardel, luego la narración deriva hacia el pasado, en una biografía que se arma a través de distintas digresiones narrativas. Quienes se alternan en el relato discuten o coinciden en la perspectiva de tal o cual hecho protagonizado por el Zorzal Criollo. Pero la identidad de estas voces, por lo general calificadas por su pertenencia a la bohemia del siglo pasado, no es tan trascendente como su funcionalidad polifónica. Así, Un tango para Gardel no es un texto valioso tanto por las acciones que despliega como por su musicalidad. De este modo, el Gardel de Orgambide, más basado en lo imaginario que en lo real, resulta más creíble que una aproximación de ortodoxia historiográfica.
“Me falta coraje para ser un escritor en serio”, anota Le Pera en su diario, atormentado. La introducción del diario de Le Pera le concede a la narración una perspectiva diferente del héroe y, a la vez, de su segundón y testigo. “Hubiera querido ser como Chéjov, pero uno es lo que hace con su vida. Un turro o un dios. Uno no es Gardel”, escribe Le Pera. La frustración del letrista, su condición de escritor asalariado, traduciendo películas en París, impregna su diario. “No me quejo: peor es trabajar de verdad.”
El lenguaje, para Orgambide, no es un objeto vetusto cotizado en un bazar de San Telmo. Más bien, es un explosivo que espera ser detonado en el momento justo para iluminar tanto una idea como el enfoque de un personaje, un atmósfera como una acción. En este sentido, con Un tango para Gardel Orgambide no hace un ejercicio de “novela histórica”. En todo caso, historiza y fecha el lenguaje, desempolva el habla de la memoria y confía en la ficcionalización del mito y su lenguaje respectivo antes que en la reproducción mecánica de los hechos. Así, está probado, el arte suele ser más leal con los acontecimientos que el rigor historiográfico. En la literatura de Orgambide, aun cuando el lector es un objetivo en primer plano, no se trata tanto del sometimiento demagógico a lo que éste espera como a lo que el escritor exige: un modo de ser leído, más allá del testimonio, en el laboratorio de la lengua.
Que en la historia de Gardel intervengan, aportando comentarios, glosas y precisiones personajes reales como Edmundo Guibourg, Jacinto Benavente, Federico García Lorca, Astor Piazzolla o, más cerca, Jacobo Timerman, son apenas excusas, modos de legitimar un acontecimiento. No importa tanto si aquello que enuncian los personajes reales es cierto como el modo en que lo expresan. Los aciertos de Orgambide son correctos cuando se propone probar lo histórico, pero devienen mayores cuando la escritura confía en la imaginación. Que Gardel, durante los episodios sangrientos de la Semana Trágica, salve de la Liga Patriótica a un viejo judío, se revela más como una estrategia redencionista del autor con respecto a su personaje que a las contradicciones del mismo, quizá más claras al compartir afinidades con anarquistas y socialistas y, a la vez, en el ‘30, respaldaroportunista el golpe militar de Uriburu. Si al modo Viñas hubiera que clasificar los viajes de Gardel, París sería la ciudad del placer y Nueva York la ciudad de los negocios. Buenos Aires, en cambio, es el escenario barrial, doméstico. Al artista Gardel no se le escapan las relaciones entre arte y dinero. Las manipula con pericia a su antojo y conveniencia. A Le Pera, en cambio, el dilema lo tortura. Es en esta tensión donde se inscribe la siguiente conversación entre el compositor y el cantante: “¿Qué querés hacer?”, le pregunta Gardel a Le Pera. “Escribir”, contesta el letrista. “¿Y no es lo que hacés siempre?”, le vuelve a preguntar Gardel. “Quiero escribir de otra manera”, se explica Le Pera. Y Gardel, tajante, remata: “Oíme, che: ¡no des más vueltas! Si querés dejar este yeite, si querés abrirte del negocio, por mí no hay problema, Alfredo. Pero te vas a equivocar”.
Comparable en varios de sus logros de narración y lenguaje a El escriba, esa novela en que Orgambide desplegaba en una noche de Nalé Roxlo la historia de una novela soñada por Arlt, Un tango para Gardel se lee con el gusto de la recreación de una época vivida por el autor con la melancolía. de quien, arrinconado por la enfermedad, sin rendirse, le presenta combate con su don: la escritura.

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