Domingo, 1 de diciembre de 2013 | Hoy
En la actualidad, la obra de un escritor suele completarse con una serie de escritos, intervenciones gráficas y digitales, breves y hasta brevísimas participaciones que son respuestas a la bienvenida demanda de la esfera pública. Martín Kohan reunió gran parte de estos textos heterogéneos en Fuga de materiales (Ediciones de la Universidad Diego Portales). En esta entrevista habla sobre los diversos asuntos que plantea el libro: los conflictos entre discurso académico y periodístico (él los cultiva a ambos), su necesidad de desintoxicarse de algunos excesos de nacionalismo de la adolescencia, la atracción por la revolución, el lenguaje de los deportes. Y hasta relata el backstage de su tumultuosa visita al programa de Eduardo Feinmann durante los días de las tomas de colegios en la ciudad de Buenos Aires.
Por Hugo Salas
En su incontenible voracidad de tinta, los escritores dejan a su paso no sólo obra en el sentido canónico del término (novelas, libros de relatos y poesía, ensayos) sino también rastros, esbozos y remanentes dispersos de una práctica continua y sostenida de la escritura, manifiesta en géneros diversos. De un tiempo a esta parte, el diario íntimo, los artículos periodísticos e incluso el chiste ocasional forman parte del conjunto de cosas que importan a la hora de pensar la literatura. No se trata de un interés ocioso o meramente anecdótico. Por echar mano de un ejemplo colorido, el picante estribillo acerca de la señora de Pérez y sus hijas que los diarios de Bioy vinieron a rescatar del olvido salda toda discusión y esclarece que la sexualidad y lo procaz no están ausentes de la obra de Borges por desconocimiento o ignorancia en la materia, sino como resultado de una estricta decisión poética, decisión que a su vez puede ser leída en más de un sentido. Por otra parte, no sólo los escritores (de literatura) escriben, sino que la trama de una época se nutre también de diversas prácticas que en su movimiento definen sentidos, sonoridades y sobreentendidos.
Desde 2004, con la publicación de El escribidor intruso, de José Donoso, la editorial de la Universidad chilena Diego Portales dedica su colección Huellas a la compilación de estos materiales dispersos, no sólo de escritores sino también de periodistas y críticos latinoamericanos. A un catálogo en el que conviven Juan Villoro, Jorge Edwards, Roberto Bolaño e Ignacio Echeverría, junto a los argentinos María Moreno, Alan Pauls y Beatriz Sarlo, se suma este año Martín Kohan con Fuga de materiales, volumen al cuidado de Leila Guerriero.
En él, lo primero que llama la atención es la coexistencia pacífica y sin hiatos de formas desiguales como el post de blog y la conferencia, la columna periodística, la nota en una revista especializada, el artículo académico e incluso la denostada “ponencia”. En los dos últimos, en particular, se advierte una manera que rehúye el ditirambo esotérico y se nutre de prácticas ensayísticas anteriores, interesadas en hablarle al lector. “Esto es algo que tiene que ver con aquello que uno admira, desde Barthes o Benjamin, para ir a los casos mayúsculos, al trabajo más cercano de Dardo Scavino, Fermín Rodríguez o Julio Schvartzman, colegas a quienes leo no sólo por sus ideas sino también con admiración de escritura”, señala Kohan. “En la carrera de Letras, donde trabajo, repetimos todo el tiempo que el crítico es un escritor, porque lo leímos en Barthes, justamente, y nos gusta decirlo, pero no siempre procedemos de acuerdo con esta premisa. Yo lo creo fervorosamente, y eso supone que uno debe situarse frente al lenguaje, frente a la forma, frente a las decisiones de escritura, con el mismo rigor y cuidado que en el caso de una novela. Sin incurrir en simplificaciones ni en posturas demagógicas, en lo personal tengo la firme sospecha de que el esoterismo crítico responde a algo contrario a lo que se piensa: ese lenguaje no es hermético porque sea para unos pocos, para una elite, sino para que nadie entienda. En muchos casos, un artículo se escribe sin ninguna expectativa de que sea leído, y a menudo hasta con expectativas de que no sea leído, que sea un recurso puramente utilitario de rendimiento de crédito institucional. Cuando decimos, siguiendo una vez más a Barthes, que ‘un texto debe demostrarme que me desea’, eso vale también para el texto en el que se lo cita, pero a menudo uno se encuentra con textos que no sólo no me desean, sino que no me quieren ahí, no quieren que los lea, no quieren que los oiga, me detestan. Esto se advierte en los congresos, en los que en algún momento se empezó a agradecer que no haya preguntas. ‘¿Alguna pregunta? ¿No, ninguna? Gracias.’ Y no quieren que nadie les pregunte porque la utopía última sería recibir el diplomita y ni siquiera tener que leer.”
Con la misma seguridad, Kohan se preocupa por evitar cualquier interpretación facilista de sus observaciones: “Yo podría respaldar un discurso que resultara excluyente por su complejidad, tendría argumentos para respaldar una intervención de esa índole, pero que la exclusión sea retórica me parece tramposo. La retórica tiene que ser inclusiva y la complejidad tiene que estar dada por el objeto, por el objeto y por el campo de problemas planteado, porque tampoco es cierto que se pueda explicar sencillamente todo. Una disciplina tiene su especificidad y le plantea una exigencia legítima al lector, que es que si estamos hablando de Jauss, por ejemplo, pues bueno, estamos hablando de Jauss, no de otra cosa que pueda reducirse a unos términos más sencillos. Eso no es elitismo, eso es un campo específico”. Define así su práctica y su concepción de la escritura a partir de un compromiso, una perspectiva ética que la signa en sus distintos avatares. “Hay que trabajar todo con la misma seriedad. En mi caso, creo que me ha ayudado tanto mi trabajo docente como el paso por el periodismo. Creo haber intentado que estas diversas instancias se mejoraran unas a otras: que el periodismo cultural me enseñara cosas para mi intervención académica y también que la docencia me permitiera escribir una reseña de diario honesta con el objeto y que a su vez llegue al lector. En ese sentido, este libro es el resultado de una práctica de escritura que yo viví de manera integral. En todos los casos funcionó una misma idea: escribir de la mejor manera que me resultara posible, poniendo siempre en juego el desafío de la escritura.”
En efecto, así como los textos académicos están escritos con un indudable afán comunicativo (aun cuando se internen en debates estrictamente técnicos), los artículos periodísticos distan del gesto de la “intervención pública” de quien mira la situación desde otro lado, cuando no desde una indisimulada superioridad olímpica. “Creo que el gesto condescendiente del que baja de una especie de trono para intervenir en lo plebeyo no funciona en mí, pero también creo que ese gesto le debe mucho a cierto imaginario exterior al mundo universitario. Cuando se les plantea a los universitarios ¿por qué no salen a la realidad social?, ¿por qué no bajan al común de la gente?, en realidad es esa exigencia la que presupone que la universidad está por fuera, es esa exigencia la que presupone que la universidad está por encima. Yo no bajo a ningún lado, porque no considero que esté arriba. ¿Qué significa salir a la realidad social, como interpelación dirigida a los que trabajamos en la universidad, si la universidad está en la realidad social? Pero no está como una cápsula: lo que pasa dentro de un aula también es realidad social, ¿por qué tendría que salir a algún lado si no estoy fuera? ¿Por qué tendría que bajar? Sí hay, como en cualquier disciplina, un campo de especificidades y complejidades, pero me llama la atención que en el caso de la literatura cargue con el estigma del elitismo, cuando cualquier disciplina introduce sus propias competencias específicas y sus saberes técnicos.”
La cuestión de las especificidades desborda lo estrictamente literario para permear un ámbito supuestamente tan poco dado a lo teórico como el de lo deportivo, que también ocupa un lugar importante en las preocupaciones no sólo literarias sino estéticas e incluso sentimentales de Kohan. “Hace muchos años trabajé todo un año haciendo un programa de tenis por Radio Del Plata. Esa fue mi mayor exigencia de lenguaje. Top spin, ¿qué es? Slice. Drop. Porque los periodistas deportivos nunca traducen. Cuando dicen drop te ponen a vos en situación de tener que aprender si te interesa entender lo que están diciendo. Entonces, personalmente, doy dentro de la universidad la discusión contra el falso hermetismo y fuera de ese espacio otra contra el antiintelectualismo antiacadémico que muchas veces uno encuentra, por ejemplo, en los suplementos culturales, donde con cierta frecuencia la palabra académico –palabra que por otra parte yo no uso, yo siempre digo ‘trabajo en la universidad’– aparece con un cariz peyorativo, situación que no deja de preocuparme. En la sección de economía o educación, el hecho de que alguien trabaje en la educación pública es algo valioso; eso mismo, veinte páginas después, es casi motivo de oprobio, como si saber que alguien trabaja en la universidad fuera un demérito de por sí, obstruyendo una lectura genuina de lo que produce. En lo personal me ha ocurrido incluso con la ficción; muchos suponen que mis novelas no pueden sino estar plagadas de guiños y sobreentendidos dirigidos a mis colegas académicos para dejar pagando al lego, y eso sólo lo pueden suponer porque no están leyendo el libro. Ahora me pregunto, ¿por qué mostramos una gran disposición a aprender cuando se habla de Federer-Nadal, a la hora de ver un partido de fútbol o entender una crítica cinematográfica, y cuando el objeto en cuestión es Benjamin, la actitud se repliega en un ‘ah, no, hablanos con lenguaje sencillo, no te hagás el complicado. Hablá para todos’?”
Dentro de los textos de Fuga de materiales conviven, de hecho, materiales estrictamente literarios con otros de las más diversas fuentes, en un doble movimiento que lee, desde un modo de entender la literatura, objetos externos a ella. Así, “De putas”, sobre la figura de la prostitución en la literatura argentina, comienza con un minucioso, desopilante y literario análisis de las fluctuaciones de la legislación respecto de la materia, que a su manera se constituye como el escenario social en el que se despliegan Gálvez, Arlt, Cortázar, Fogwill. En “Libre de humo”, el sencillo tema es el desconcierto que produce en un narrador acostumbrado a la legislación antitabaco vigente en Argentina encontrarse de pronto en un café de Valdivia, al sur de Chile, donde todavía se permite fumar en público. Por no introducir, desde luego, un doble tema capital en estos ensayos y en su obra literaria: los migrantes y sus desplazamientos, de Adorno al Che Guevara. El propio Kohan advierte en estas incursiones una doble influencia de dos figuras clave de la crítica literaria nacional junto a las cuales trabajó en distintos momentos, Josefina Ludmer y Beatriz Sarlo, pero en su caso tal vez quepa señalar la existencia de un gesto que restituye aquello que Ludmer disemina y Sarlo en ocasiones abandona: la centralidad de la literatura. En tal sentido puede leerse el fragmento del post “De cómo la literatura pervierte la moral”, en que el autor afirma: “No será la primera vez que, por mi tendencia tan marcada a privilegiar los aspectos literarios, provoco un problema real en el mundo de las cosas reales. No será la primera vez que mi obstinada preocupación por la cuestión del valor literario termina por imponerse al cuidado de los otros valores”.
En su brevedad, este texto convive con muchos otros que apuntan, de manera incesante, al problema del lugar y el valor de la literatura. “Es una cuestión que yo separaría en dos planos: por un lado, el valor literario en términos estéticos, y por otro, la figura del escritor. Yo los separo y necesito separarlos, porque apuesto y participo con absoluta convicción de la necesidad del valor literario, sea como sea que eso se defina, y siempre asumiendo que se trata de un campo en disputa donde nadie tiene una verdad definitiva, apartándolo de la idea del valor del escritor como escritor, todo un régimen social de prestigio y veneración del escritor con el que muchos de estos textos juegan de manera paródica. Porque en el mundo a menudo ocurre a la inversa: hay un vaciamiento del criterio del valor literario (entre otras cosas porque los libros no se leen, o se leen con poca atención, con poco criterio de su dimensión estética) a la par de un culto reverencial del escritor en tanto que escritor. Y yo creo necesario devaluar esa impostura que se comporta como si escritor fuera algo que se escribe con mayúscula. Es algo, también, que uno aprende de Borges. Cuánta fuerza debe haber habido en el gesto social de solemnizar a Borges para que haya llegado a desarticular, por momentos, el gesto totalmente contrario del propio Borges, alguien más bien dispuesto al chiste y al autochiste. Apenas se veía interpelado como viejo sabio, parodiaba de inmediato tanto la interpelación como la respuesta, pero a veces el prejuicio de la solemnización era tan grande que no se advertía la parodia.”
Fue justamente en su carácter de escritor que se vio increpado, hace pocas semanas, por Eduardo Feinmann, situación que llevó a muchos a preguntarse por qué Kohan decidió exponerse a esa situación y a dar ese debate, en un contexto claramente hostil. “Ahí hubo algo que me planteó un dilema. Yo había sacado una columna en Perfil que casualmente coincidía con algo que ese mismo fin de semana se publicó en Radar, acerca de lo fácil que era poner todo en Feinmann, y en sintonía yo señalaba la necesidad de preguntarnos por el pequeño Feinmann que todos llevamos dentro. Así que cuando recibo el llamado de su producción encuentro que tengo que ir, porque hubiera sido una deslealtad, ante todo conmigo mismo, no ir. Porque si él, que puede dedicar el tiempo que se le antoje a despanzurrar mi nota en C5N, en Radio Diez y en Infobae, decide convocarme, mi actitud tiene que ser la de responder. Así que ante el llamado de la producción me bañé, me peiné y fui, con la suerte que me pudiese tocar. Y la verdad fue muy interesante. Difícil, porque uno cree que conoce las convenciones de la televisión pero hoy día muchas ya se rompieron. De hecho hubo un momento sumamente ridículo en que yo me levanté de la mesa, pero lo hice porque era tan desopilante lo que estaba pasando que pensé que ya estábamos en el corte. Me levanté para irme y dar las gracias, pero cuando vi que seguíamos en el aire, me volví a sentar. Creo que es parte de lo mismo: hay que plantear lo que incomode en el lugar en que a uno le toca estar, como en algún momento me pasó de discutir con Horacio González en 6, 7, 8 y luego elogiar a Horacio González ante Vargas Llosa. Hubiera sido mucho más cómodo hacer lo contrario, pero la escritura siempre se plantea desde esa incomodidad, el desafío intelectual es dar la discusión en el terreno más equívoco. Siempre es más confortable hablarle al convencido, pero a veces es necesario asumir el lugar de la incomodidad, siempre y cuando esa incomodidad no impida que uno tome la palabra y plantee lo suyo.”
La incomodidad domina, en efecto, no sólo la práctica de la escritura sino también un tópico que es en buena medida central a los sistemas ideológicos en que la suya se inscribe, según advierte en un pasaje del artículo “Migraciones”: “Quien se haya embriagado de argentinidad, como yo lo hice, en torno del Obelisco en junio de 1978 y en torno de la Pirámide de Mayo en abril de 1982, precisa el resto de su vida para desintoxicarse”. El nacionalismo y sus héroes-padres aparecen una y otra vez no sólo entre estos artículos sino también en la literatura de Kohan, en una convivencia poco plácida con otro discurso heroico, el de la revolución marxista del siglo XX. “Hay un aspecto en que estos dos discursos se tocan y me interesa. No cualquier retórica suscita en un sujeto la disposición a matar y a poner en riesgo su propia vida, rasgo que estas dos retóricas comparten. Y compartiendo ese rasgo, se disocian en mí en el modo en que fui atravesando y luego despojándome de cierto fervor nacionalista que perdura como reactivo, como si debiera seguir vacunándome contra eso. No se trata de ponerme en vivo y hacer chistes, sino de desarmar algo que estaba fuertemente inoculado en mí. Yo dediqué cinco años de mi vida, mi tesis de doctorado, a desactivar el dispositivo sanmartiniano, y al día siguiente de la defensa, me tomé el subte y fui hasta la Catedral, en peregrinación sanmartiniana. O sea que el primer lector en el que la tesis no tuvo efecto suficiente fui yo. Ahora bien, cuando paso al terreno de la revolución descubro que no tengo ninguna resistencia al respecto, que no necesito todo este trabajo de indagar y desarticular metafísicas, trascendencias y esencias. Es un tema que me interesa sin promover en mí la reticencia y el recelo que provoca el nacionalismo, como si esa parte la escribiera a favor. En un caso, que paradójicamente es bastante vencedor, nado contra la corriente, con todo lo que supone nadar contra la corriente, incluso el momento en que sin fuerzas la corriente te lleva, mientras que los textos sobre la revolución me ofrecen la posibilidad de ponerme a favor de donde corre el agua.”
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