Simon Reynolds, quien estuvo hace poco en Argentina y fue recibido como un verdadero gurú, escribió un extenso ensayo sobre la escena post punk de fines de los años ’70, dando un elegante contexto a una historia de ruido y furia.
› Por Santiago Rial Ungaro
“Estaba cansado del ruido y de la agresividad que rodeaba al punk. Debía ser cambio constante y rechazo de conceptos rancios, pero se convirtió en algo masivo y se volvió estúpido.” La frase, que Howard Devoto (por entonces en el grupo post punk Magazine) le dijo hace unos meses a una revista española, sintetiza la coyuntura artística y a menudo experimental que caracterizó al Post Punk, estilo algo difuso que aún hoy sigue resultando mucho más interesante musicalmente que el punk. La historia se contó miles de veces: tras la aparición de los Ramones (totalmente ninguneados en el libro), la avanzada de bandas como Sex Pistols, The Clash, The Damned, The Buzzcocks y demás miembros del “ataque 77” de la primera camada punk inglesa, miles de músicos sintieron deseos de expresarse de otras maneras. Esas otras voces surgidas de otros ámbitos generaron el Post Punk. A fines de los ’70 y a principios de los ’80 aparecieron, tanto en Inglaterra como en EE.UU., cientos de grupos nuevos que rompían conscientemente con las convenciones musicales de la década del ’70. Ya sea rescatando en algunos casos la música jamaiquina (el caso de Madness y The Specials con el Ska, pero también de P.I.L, una banda fuertemente influida por el Dub), experimentando con los por entonces novedosos y accesibles sintetizadores (Caberet Voltaire, Devo, Throbbing Gristle, Soft Cell, The Human League, etc.), reivindicando el Kraut rock (The Fall) o desarrollando propuestas que demostraban un clara intención artística e intelectual (Talking Heads, Joy Division, Gang of Four, The Slits, etc.), todas estas bandas marcaron un quiebre con el sonido, a menudo pomposo, exhibicionista y grandilocuente del rock sinfónico que entonces se imponía por doquier.
Simon Reynolds, que recientemente visitó Buenos Aires, donde fue recibido como una super star, hace con la música pop lo que Arnold Hauser hizo con la plástica: con una prosa clara y en general bastante enfocada en lo social, va haciendo zapping por la No Wave neoyorquina, por el pop escocés (Orange Juice, Josef K) y se anima a abarcar en unas 500 páginas el período entre 1978 y 1984. Es cierto que por momentos su snobismo es enternecedor: su fascinación por los músicos “no músicos” termina resultando directamente ridícula. Lo mismo que el slogan de “romper todo y empezar de nuevo”, siendo que, promediando el libro, queda claro que sus valoraciones están demasiado signadas por el éxito comercial de cada disco. Pero nada invalida los muchos hallazgos de un trabajo con momentos brillantes, indispensable para todo melómano. Postpunk... funciona como un fantástico inventario sonoro que, más allá de algunas falencias (como la omisión de los geniales Magazine y de Big Audio Dynamite, banda del ex The Clash Mick Jones, cuya estética se nutrió del por entonces emergente hip hop y se anticipó a muchas tendencias de la década siguiente es simplemente incomprensible), da un buen pantallazo por músicas, que, si en su momento resultaban prácticamente inaccesibles salvo en ediciones importadas o en algún cassette, ahora están más accesibles que nunca. Y para tanto “músico no músico” local estancado en el punk como “género”, este libro bien puede funcionar como una oportunidad, incluso como una advertencia. Y es que el punk sin el post punk sólo hubiera sido un genial pero sobredimensionado chiste mediático.
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