¿No es curioso que uno de los títulos más interesantes de la literatura argentina de 2013 sea un libro de crónicas? Recuerdos de Córdoba, serie de episodios de la historia literaria reciente organizados en capítulos designados con títulos célebres (y ajenos: Recuerdos de provincia, La preparación de la novela), con sus protagonistas consagrados y otros casi clandestinos, también cuenta, de forma lateral, la educación sentimental de un hijo de la clase baja en el mundo de la cultura y la escritura. El autor, ese hijo de familia pobre en una provincia “hostil a la cultura culta”, colaboró durante años en el diario La Voz del Interior y tuvo en el suplemento literario (mientras duró) una labor destacada, no exenta de discusiones. Sus crónicas o columnas híbridas, manifestaciones de su “insatisfacción frente al presente de la literatura” unidas a anécdotas de parientes y amigos, fueron reunidas por Demián Orosz y Carlos Schilling para China Editora.

Emparentado –por tono y por cercanía con los personajes retratados (la cuestión de la proximidad, inclusive el acoso a los escritores, sobrevuela parte de las crónicas)– con Los gauchos irónicos, de Juan Terranova, Subrayados, de María Moreno, y Extranjero siempre, de Leonardo Tarifeño, el libro de Flavio Lo Presti enfoca el contexto social como un estorbo y la fama como un malentendido (algo que ya sospechábamos). Personaje secundario de sus relatos, se encuentra siempre en lucha contra la pobreza, la falta de reconocimiento y el resentimiento que le provocan los artistas burgueses, los hijos de familias ricas que (como si tuvieran poco) obtienen además becas y favores de los que influyen.

“Tratando de frenar la caída libre que había sido mi vida me resigné a una forma de fracaso: la docencia secundaria.” El quejumbroso fallo precede un encuentro con Fogwill, del que resulta una semblanza que va contra la corriente de “malditismo” que tiñe su figura pública. Menos suerte corren algunos otros (Ricardo Piglia o Guillermo Martínez, entre ellos); sin embargo, el tono desafiante (o romántico) de los primeros textos cede a una astucia verbal para describir estados de cosas, trayectorias y perfiles de escritores y artistas plásticos, de Juan José Saer a Germán Wendel, y, en segundo plano, apuntar sus memorias destempladas.

Ya sea en Agua de Oro o en Río Ceballos, la provincia de Córdoba es el escenario de la mayor parte de estos recuerdos ilustrados, aunque no el excluyente. Lo Presti se encuentra con Ercole Lissardi en Montevideo (“una ciudad recontrajodida, en crisis permanente”, según el creador de El centro del mundo), con César Aira en Rosario; viaja (¡gratis!) a un taller de periodismo dictado por Alberto Salcedo Ramos en Colombia. No obstante, lo sustancial de su escritura se vincula con el pasado familiar, al que reconstruye con afecto y pasión contenida (a veces no tan contenida, como en el capítulo homónimo del libro, donde sostiene: “Mi viejo también odia a Córdoba”), y con la lucha entre intereses, gustos y obligaciones. Salir de la pobreza y salir de la provincia funcionan como equivalentes en esta autobiografía sesgada de un periodista cultural que aspira a convertirse en escritor: “Siempre quise escribir para millones, agradarles a los otros y revertir con un batacazo artístico una vida completa de pequeñez, pero no tengo paciencia y quizá tampoco talento”. En ésta y en muchas otras de sus afirmaciones, Lo Presti exagera, no tanto para agradar o divertir a los otros (algo que también se agradece) como para modelar una voz que cautive y –ya sea cuando se refiere a un célebre autor porteño de gira por el interior como cuando relata su internación en el Hospital Córdoba (“mi viejo acotaría que en esta ciudad negadoramente narcisista todo se llama Córdoba”)– compense esa, como escribe acerca de Washington Cucurto, “atolondrada voluntad de sobrevivir”.