La paranoia ha recibido, desde fines del siglo XIX, y sobre todo en la psiquiatría, el status de una patología individual, subjetiva. Sin abandonar dicha genealogía, el psicoanalista italiano Luigi Zoja abre el juego hacia los aspectos sociales y sobre todo colectivos de la paranoia, interrogando su lugar en la historia y en los grandes movimientos de masas y el autoritarismo del siglo XX.
› Por Fernando Bogado
Una forma clínica que ha dominado el siglo XX —y continúa imperando en lo que va del siglo XXI— es, sin lugar a dudas, la paranoia. Aparecida en el discurso psiquiátrico alemán en el siglo XIX, pero retomando su uso griego propio de la Antigüedad (cuyo significado podría muy bien sintetizarse en la idea de un “ir más allá del pensamiento”, la demencia por exceso humano), las muchas definiciones de los manuales psiquiátricos de ese período han tenido luego determinaciones un poco más específicas por parte de diversos especialistas, como Emil Kraepelin o, en alguna medida, el propio padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, en su popular estudio de las Memoirs del jurista Daniel P. Schreber. Sin embargo, estas determinaciones insisten sobre situaciones de paranoia individual. El libro Paranoia. La locura que hace la historia, del psicoanalista y escritor italiano Luigi Zoja, introduce una pregunta fundamental que cambia el panorama clínico que teníamos dibujado hasta el momento y amplía el campo de estudio: ¿qué pasa con los casos históricamente datados de paranoia colectiva?
He ahí la cuestión fundamental, entonces. Si la paranoia ha tenido este privilegio que hemos rescatado a lo largo del siglo XX, se debe más a su aparición como fenómeno colectivo que como situación psiquiátrica individual: las difíciles diferenciaciones con las que se encontraron Kraepelin, Freud y Melanie Klein, entre muchos otros, se complican aún más si ingresamos en el terreno de lo histórico y social. Zoja comienza su texto revisando esas definiciones y mostrando el problema central que encuentran a la hora de pasar a los casos más “globales”: siendo la paranoia una “locura lúcida”, ¿cómo saber en un estado de paranoia colectiva qué es la locura y qué es la lucidez?
Vayamos por partes. Cualquier caso de paranoia individual tiene el mismo origen, la misma lectura genética: esa aparente construcción lógica y lúcida, del enfermo, la cual no puede ser objetada por ningún doctor, tiene en sí misma un “núcleo delirante”, un presupuesto fantaseado que constituye el elemento “insano” de ese modo de pensamiento inicialmente coherente. Ese núcleo fantaseado es lo único que el paranoico no discute, es vital antes que racional. Generalmente, el presupuesto fantaseado parte de una operación de “inversión de las causas”, en donde las consecuencias de un acto realizado por el paranoico son transformadas en la confirmación de su sospecha paranoica. Retomemos el ejemplo propuesto por Zoja: una abuela que esconde su cafetera porque cree que la enfermera que la está cuidando va a robársela, confirma su sospecha cuando olvida que la escondió y acusa a esa enfermera de cometer hurto. Las consecuencias se transforman en causas de un círculo vicioso cada vez más estrecho.
Y, claro, también aparecen las “voces”. Voces que complotan contra el enfermo porque es sumamente importante —elemento de megalomanía fundamental en los casos más agudos—, o voces que incrementan el grado de sospecha y temor frente a lo diverso: el mundo del paranoico está hiperreglamentado y cualquier desviación es castigada con un ataque brutal, lo que podemos denominar un “ataque preventivo” que quiere evitar un futuro, supuesto mal mayor. Estos temores alimentan la agotadora minuciosidad del paranoico, hasta el punto de que de-sarrolla una falsa paciencia que se revela endeble cuando, luego de lucubrar un plan de exterminio del enemigo, actúa, en un momento determinado, apresuradamente, en un “plano inclinado”, en donde cada acción se suma a la otra en un movimiento precipitado, descontrolado, barranca abajo.
Descripto el planteo individual, el resto del texto se dedica a observar cómo la paranoia se ha convertido en un fenómeno colectivo muy poco estudiado que, en alguna medida, “es” la historia. Desde el descubrimiento, conquista y colonización de América hasta las “guerras preventivas” de George W. Bush, pasando por el nazismo y el stalinismo, cada capítulo del libro se detiene minuciosamente en diversos acontecimientos históricos que prueban la relevancia de esta herramienta descriptiva para entender el funcionamiento de la historia, no con un interés filosófico-explicativo sino con una perspectiva moral: racionalizar estas situaciones permite tomar de manera más clara una posición en contra, evitando el “efecto de contagio” del pensamiento paranoico, el cual instala el gris de no saber quién es el loco y quién el cuerdo. Además, los casos particulares de líderes megalómanos como Hitler sólo pueden entenderse cuando el conjunto de la sociedad participa de esa misma paranoia colectiva: nada mejor para un paranoico que un consenso social que determine que su discurso es una verdad revelada, dando sustancia a sus delirios.
La lectura histórica tiene su fuerte ahí, en la relación con la masa: el cambio del Antiguo Régimen a las instituciones democráticas otorgó mayores libertades para el individuo, pero también instaló un clima paranoico (reproducido por las mismas instituciones) que está presente desde el nacimiento de estos ideales en la época de la Revolución Francesa. Para que los nacionalismos pudieran sobrevivir, se hizo necesaria la construcción de un enemigo imaginario que sigue la misma lógica de las proyecciones paranoicas que encuentran por todos lados a potenciales asesinos, enemigos del régimen, extranjeros o miembros de una raza impura. Da escalofríos cuando el autor se detiene, cerca de la conclusión, en el caso argentino: desde su perspectiva, los 30.000 desaparecidos fueron víctimas de un ataque preventivo que buscaba “matar profilácticamente” a ciertos ciudadanos que potencialmente podían contaminar al resto de la población con sus “ideales enfermos”. La reciente aparición de los documentos de la dictadura encontrados en el Ministerio de Defensa, ¿no prueba la existencia de un programa paranoico de exterminio que transforma el “marxismo” o la mera “ideología” en enfermedades a erradicar con ataques preventivos?
Luigi Zoja logra con este trabajo abrir el panorama psiquiátrico—psicoanalítico al cruzarlo con el estudio histórico, encontrando constantes que permiten entender la lógica de sucesos que no pueden limitarse al mero “accidente” histórico sino que presentan una constante que puede abrir la posibilidad de una verdadera prevención. Zoja es tajante en este caso: en un mundo sometido al efecto paranoico-propagador de los mass media, el individuo es responsable de hacer el esfuerzo racional para rechazar ese peligroso clima y, sencillamente, decir no. Que, como bien afirmó David Viñas, es empezar a pensar.
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