Domingo, 26 de enero de 2014 | Hoy
El mito de Dorothy Parker sigue siendo relevante en nuestra época, a pesar de que lo más notable de su producción tiene más de cien años. Fue una escritora moderna, mordaz y libertaria que supo retratar como nadie los personajes de su tiempo y también desnudar las relaciones entre los sexos, al tiempo que se escribía a sí misma. Conocida sobre todo por sus relatos y su trabajo periodístico, una parte de su obra permaneció desconocida durante décadas: su poesía. Ahora, casi cien años después de concebidos, llegan al fin sus poemas al castellano, en una edición bilingüe de la editorial española Nórdica. Los poemas perdidos, libro que había quedado al margen de las antologías publicadas en vida, es una colección de 122 poemas lúdicos, a veces virulentos, despojados de autocompasión, tildados entonces de ligeros; pero hoy, leídos con un entendimiento de la irreverencia de Parker, es obvio que esa ligereza es horror a la solemnidad y, al mismo tiempo, una suerte de velo para envolver la acidez y la tristeza.
Por Mercedes Halfon
Dorothy Rotshchild nació prematuramente el 22 de agosto de 1893 en West End, Nueva Jersey, mientras su familia estaba de vacaciones (“me robaron la distinción de ser neoyorquina de nacimiento”, solía decir). Madre de ascendencia inglesa y padre hijo de judíos prusianos. Su infancia es canónicamente desdichada: su madre muere cuando ella tiene cinco años y queda, cargo de una madrastra malvada, que según sus palabras estaba “loca de religión” y también muere cuando Dottie todavía era una niña. Va a vivir con su padre hasta su muerte, que ocurre cuando ella recién cumplía veinte años. Pasó por varios colegios de distintas orientaciones religiosas hasta que abandonó definitivamente la educación formal a los catorce años. Siempre le costó admitir que no había terminado la enseñanza secundaria. En ese corto pero contundente período aprendió latín, francés y adquirió un gran amor por la literatura que, como todos sabemos, no iba a perder nunca. A los veinte, dijimos, se quedó sola, sin dinero y empezó la vida adulta. Podría ser la infancia y juventud de cualquier escritora romántica, incluso un personaje de alguna de las hermanas Brönte. Pero como se trata de Dorothy Parker —el apellido que va adquirir de su primer marido y que no se sacó más— tanta desdicha tiene un correlato colorido, chillón, fundamentalmente aguerrido, que es donde se construye su figura de escritora y de mujer: frente a una vida personal dura, más dura se puso ella. Lejos de quedarse en su cama a lagrimear, en 1914 consiguió un primer trabajo como instructora de baile. Suspiraba por la vida literaria. Entonces probó con la poesía. Y así comienza esta historia.
Hoy, cien años después, la editorial española Nórdica publica por primera vez en español Los poemas perdidos, un libro póstumo, que si bien es parte importante de su obra poética, había quedado al margen de las antologías publicadas en vida de la autora. Fue en 1996 cuando Stuart Y. Silverstein recopiló los ciento veintidós poemas “perdidos” con los que se completaba su producción y que son los que componen este volumen. Aunque es conocida sobre todo por sus relatos, durante los primeros años de su carrera escribió más de trescientos poemas para importantes revistas y periódicos estadounidenses. Hay una Dorothy Parker poeta que es fundamental conocer para terminar de trazar una idea acabada de su figura, pero además porque su producción poética no es comparable a la narrativa: a la búsqueda temática de reportear por escrito personajes y hábitos de su época —Parker siempre fue caracterizada como una escritora que podríamos definir como “costumbrista” si no fuera por la virulencia elegante con que dejaba asentado los biotipos de su época— se suma una búsqueda formal muy lúdica. En sus poemas hay rimas, juegos de palabras, series, neologismos y más. Por supuesto aparece Nueva York en los años locos y después, pero con una lucidez que consigue ser universal siendo particular, logra una perdurabilidad en el tiempo y en el espacio siendo un producto absolutamente coyuntural y sin demasiadas pretensiones. Por bien que fueran recibidos los poemas en su momento, o tal vez por eso mismo, Dorothy siempre mantuvo una postura crítica frente a ellos: “Aceptémoslo, cariño, mi poesía se ha quedado espantosamente anticuada. Como todo lo que ha estado de moda, ahora es horrible”, dijo en una entrevista. Pero como sucede con las modas: siempre vuelven.
¿Cómo fue el itinerario poético de Dorothy Parker? ¿Cómo se erigió su trabajo lírico en paralelo al narrativo o periodístico? No se pueden leer estos poemas sin pensar en la extrema construcción de escritora que Dorothy Parker hizo a lo largo de su vida: moderna, irónica, mordaz y libertaria que supo recoger como nadie el espíritu neoyorquino de los años veinte, logrando ser tan conocida por su lengua bífida como por su bella pluma. Ocupó un lugar en esa escena, que podría compararse con el de Oscar Wilde en tanto confección de personaje. Y aunque no lo parezca, la lírica fue eje de este recorrido.
En los primeros momentos de búsqueda laboral y furiosa juventud, la primera acción literaria de Dorothy fue con la poesía. Vendió un poema a la revista Vanity Fair, llamado “Cualquier porche”, donde en nueve estrofas repetitivas diseccionaba las conversaciones banales que dos mujeres de clase alta y mediana edad podrían tener en la puerta de su casa: “Mi marido me dice siempre: ‘Elise,/ Te tomas las cosas demasiado a pecho’.../ Sí, cuarenta al mes, por favor,/ oh, la servidumbre abusa de mí también”, se burla Dottie. Se publicó en septiembre de 1915 y además de ser su primer reconocimiento público, fue su puerta de entrada para conocer a Frank Crownin-shield, el culto y audaz director de esa revista, que además la puso a trabajar en la publicación hermana, Vogue. Allí pudo continuar con su labor poética. Pero rápidamente la fuerza rebelde de Parker la hizo entrar en choque con la estricta y refinada editora Edna Woolman Chase —mítica, como todas las directoras de Vogue— y se mudó a trabajar a Vanity. Allí, además de ser colega de escritores como e. e. cummings y Aldous Huxley, entre otros, sin prisa pero sin pausa, fue publicando poesía. En 1918 y en esa misma revista, se convirtió en la única crítica teatral femenina de Nueva York, con un estilo de escritura que prefería vilipendiar a ensalzar. La gente empezó a hablar de la diabólica Mrs. Parker.
En lo sucesivo también publicó poemas en Life, The Saturday Evening Post, The Conning Tower y la flamante The New Yorker, donde escribió relatos cortos y crítica literaria. En 1934 se mudó a Los Angeles para trabajar en la industria del cine como guionista y su trabajo como poeta menguó un poco.
En la misma dirección que sus textos sobre teatro y literatura, fueron sus textos en verso. Por aquella época inicial, Dorothy empezó a tomarle el gusto a las filípicas. Escribió una diatriba contra su propio género, llamado “Mujeres; canción del odio” donde enumeraba estereotipos y clisés femeninos: “Odio a las mujeres/me ponen de los nervios/ Están las domésticas/ Son las peores/ Cada momento está repleto de alegría/ Respiran hondo/ y dan largas zancadas, apresurándose eternamente hacia casa/ para ponerse con la cena”. Tuvo una aceptación inmediata y durante varios años siguió cultivando ese género en poemas que enviaba a distintas publicaciones y donde se cargaba a maridos y mujeres, actores y actrices, libros, obras de teatro, películas, revistas y más. La serie se llamó Versos de odio y no dejó títere con cabeza. Resulta interesante leerlo en tanto refutación de la imagen de Dorothy Parker como escritora frívola y bebedora de Martinis. La parte de los Martinis puede ser verdadera, pero eso no le impidió ver y escribir las falsedades de los personajes de su tiempo y los dobleces que las construcciones de género exigían a cada uno de los sexos.
Desde 1919 también fue pieza fundamental de la famosa Mesa Redonda del Algonquin, un club de jóvenes distinguidos que definieron los gustos de Nueva York en la década del 20. Agudos y ambiciosos poetas, escritores y actores, que trabajaban en las industrias de la comunicación y el ocio y se juntaban cada semana como una sociedad de bombos mutuos. Infaltable en esas tertulias, Dottie Parker, tallando su mito personal con sus destilados de ironía tan vitales como literarios.
Hay que saber que los estudios sobre la poesía de Dorothy Parker la han encuadrado en la llamada “poesía ligera” o light verse, un género con particular tradición en la lengua inglesa, con raíces en el epigrama clásico de Cátulo o Marcial y orígenes delimitados en la poesía del Romanticismo. Hay una realidad paralela entre esta poesía y la poesía a secas, cada una con sus propios parámetros formales, valores y sistema de legitimación.
Pese a su permanente crítica, sus textos poéticos terminaron convirtiéndose en libros. El primero fue en 1926 , Enough Rope donde hizo una selección de sus primeros poemas. El New York Times escribió sobre él: “La poesía de Mrs. Parker no es poesía de sociedad en sentido antiguo; es poesía flapper. Y como tal es sana, atractiva, sin corsé y no desprovista de gracia”. Durante los años siguientes publicó otros dos libros: Sunset Gun (1928) y Death and Taxes (1931) y luego Not So Deep As a Well en 1936 que reunía los tres libros con algunas correcciones.
Esto hay que tenerlo en cuenta para pensar por qué Dorothy también se tomó “a la ligera” los poemas “perdidos”, que permanecían inéditos y ahora figuran en esta antología. Poemas que ella desestimó en sus antologías. ¿Por qué? Ya no está para consultarla. Pero, podemos notar que en los textos hay un tono decididamente desenfadado y efímero. En las dos secciones en que está dividido Los poemas perdidos —los Poemas y los Versos del odio— le escribe a modas contemporáneas o famosos del momento, como el poema “Talentos locales”, donde describe a Isadora Duncan: “Brinca sin cuidado sobre corriente y campo/ ataviada con griega sencillez/ lo cual da todo el rato a su armazón/ Un montón de publicidad gratis”. Otros observan arraigadas costumbres locales, como “San Patricio” o “Navidad”: “Porque yo recibiré un pisapapeles/con el que aplastar mi espíritu navideño”. Otros, un poco menos chistosos, describen los peligros del amor evanescente: “Supón que los dos fuéramos náufragos/ en algún litoral desierto/ donde las palmeras se mecen con la brisa (...) ¿Te cansarías de mí, me pregunto/ a medida que los días soleados pasaran/ y recibirías con alegría /un vapor?... Yo también”. En algunos más cotidianos escribe sobre su precaria situación financiera o su inexplicable amor por los perros.
La antología es bilingüe, lo que permite apreciar con justicia la gran distancia respecto del original en inglés —inevitable en toda traducción— ya que no se han tenido en cuenta las rimas presentes en todos los poemas. Si bien gran parte de la gracia del poema reside en esos juegos, algo de la chispa pervive. De construcción perfecta y eficaz, los poemas avanzan hacia una estructura que se repite: una forma más bien narrativa y un final con vuelta de tuerca sorpresiva. Este fue su rasgo y don magistral.
Lo que llama la atención a los críticos o articulistas que toman a Dorothy Parker es cómo sus poemas, siguen resonando a un oído contemporáneo. Casi treinta años han transcurrido desde la muerte de Dorothy Parker y su figura resiste. ¿Qué es lo que logra semejante poder? Escuchemos algún ejemplo: “Oh, seguiré, hasta el toque de la trompeta de Gabriel, sintiendo nostalgia de algún lejano cuchitril; / y siempre destinada a llorar hasta quedarme seca/ por algún tipo de mediocre que perdí”. Hay una asunción de mujer moderna, hay autoconciencia de sus fallas, hay ironía, pero no hay ni la más mínima autocompasión. “No te pido regalos insólitos/ un tesoro de otro mundo de metales olvidados/ orquídeas que se abrieron en el aire selváticos/ (...) No te pido regalos insólitos/ Cariño, sé que no me los harías.”
La biografía de Dorothy habla de abortos, intentos de suicidio, vida amorosa desdichada, pero esto no aparece en su poesía de un modo frontal. Más bien lo que aparece es su iconoclastia, su irreverencia calculada que se compensa con una sinceridad descarnada para hablar de sí misma. Todo esto configura una sensibilidad mucho más cercana a la actual que la de otras poetas consagradas de su época y de la nuestra. Tristeza burlona como en el poema “A mi perro”, donde se burla de las veleidades del animal y termina dando una estocada maestra: “Quizás te preguntas, como tantos otros, / ¿para qué me someto a tu tiranía?/ Así es desde que el mundo es mundo: las mujeres siempre/ se enamoran de tus semejantes”. Y a veces se ha puesto aun más oscura y triste: “He caminado por la arena nivelada/ a lo largo de una extensión gris:/ desde lo alto de las dunas al extremo del mar/ salvo yo no hay ningún ser vivo./ He echado el pesado cerrojo contra los golpecitos de la lluvia,/ y he tiritado ante la chimenea para ver cómo/ pasan las horas oscuras/ La tormenta de medianoche/ el litoral desolado: viví a solas con ellos:/ pero aquí, en el recodo de tu brazo,/ está la soledad”.
Con estos ejemplos y un recorrido por las páginas del volumen, se devela que de ligeros estos poemas no tienen nada. Horror a lo solemne sí, pero apenas rasgando el desenfado, aparece el dolor y tras la acidez, la amargura.
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