Domingo, 26 de enero de 2014 | Hoy
La nueva novela de Ian McEwan está basada en un caso que lo tuvo obsesionado, la financiación oficial secreta de una célebre revista literaria conservadora que fue un escándalo a fines de los ’60. Además, en apariencia, es una de espías: hasta contó con el asesoramiento de John le Carré. Pero, finalmente, Operación Dulce es un libro sobre literatura, sobre los años ’70 y, también, una especie de autobiografía desdibujada.
Por Martín Pérez
Al comienzo parece ya estar todo dicho. La voz narradora de la novela se presenta desde su primera línea: su nombre es Serena Frome y lo que va a contar sucedió cuarenta años atrás, cuando le fue encomendada una misión secreta del Servicio de Seguridad británico. “No salí indemne”, adelanta Frome. “Me despidieron dieciocho meses después de mi ingreso, tras haberme deshonrado yo y haber arruinado a mi amante, aunque sin duda él colaboró en su perdición.” A pesar de tal contundente resumen, y como es de esperar, la historia de la Operación Dulce no ha hecho más que comenzar. Porque, como suele suceder con las historias, la de Serena Frome puede resumirse apropiadamente en una frase, pero también trata sobre mucho más. Así como su historia es una de espías, y al mismo tiempo no lo es. Y también, como bien sabe quien haya leído Expiación, una novela del británico Ian McEwan no está realmente terminada hasta que se ha llegado a su final.
A pesar de que McEwan ha confesado haber consultado nada menos que a John le Carré para reconstruir el clima reinante en las oficinas del Servicio de Seguridad británico de la época, y más aún a pesar de su título, Operación Dulce no es una clásica novela de espías. Hija de un obispo anglicano y buena estudiante de matemáticas, aunque lectora compulsiva, las aventuras de Frome comienzan desde el principio y ese principio incluye a un profesor entrado en años, que la iniciará en casi todo, especialmente en los Servicios Secretos, aun cuando eso funcione como carta de despedida entre ambos. Una muy bien desplegada burocracia y clima de época campean en el libro antes que cualquier atisbo de acción, mientras los espías de McEwan buscan principalmente delatarse entre ellos, barruntan enfrentarse a un posible gobierno laborista y terminarán encargándole a la joven Frome la afiliación de un joven novelista, al que el Servicio Secreto solventará sin que él sepa de dónde provienen realmente esos fondos para que escriba sus ficciones a contramano del espíritu contestatario de la época.
Basada en un caso real con el que McEwan confiesa haberse obsesionado en su momento –la secreta financiación oficial de la revista literaria conservadora Encounter, que se convirtió en un escándalo a fines de los ‘60–, Operación Dulce terminará siendo un libro sobre literatura, sobre los ’70 y, finalmente, una especie de autobiografía desdibujada. La dialéctica literaria está, por un lado, en las necesidades de lectura de la insaciable Frome, que busca novelas realistas que cuenten historias. Por el otro, en la enmarañada narrativa de Tom Haley, el escritor bendecido por el Servicio Secreto británico sin saberlo, del que se enamorará la protagonista del libro, y cuyos cuentos se parecen demasiado a los del McEwan de aquellos tiempos. De hecho, la novela no sólo está dedicada a Christopher Hitchens, sino que hay cameos de todos sus amigos de aquella época, desde Tom Maschler, su primer editor, hasta Martin Amis, que protagoniza una anécdota basada en una lectura que ambos compartieron muchos años después de la época retratada en el libro.
Descubrir esa otra historia es parte del disfrute de la lectura de Operación Dulce, que dentro de la bibliografía de McEwan sucede a Chesil Beach (2007), su novela de los ’60, por más que entre ambas haya aparecido Solar (2010), cuya escritura fue disparada por la invitación que recibió para formar parte de un viaje científico hacia el Polo Norte, denunciando el calentamiento global. “Apenas terminé de escribir Chesil Beach, que está situada bien al comienzo de los ’60, pensé: tarde o temprano voy a terminar escribiendo una novela sobre Inglaterra en los ’70”, confesó recientemente McEwan al periódico británico The Observer.
Pero si Chesil Beach es una novela hipnotizada por el comienzo de una época de liberación generacional, la nueva pasa a ser apenas una nota al pie sobre su final. A través de la mirada de su protagonista femenina, su autor carga contra ese gastado ideal sesentista y sus fumadores de marihuana. Una postura que, ha recordado McEwan, era similar a la que él tenía en aquella época, después de su mochileo por Medio Oriente y el consiguiente regreso desencantado a casa, cuando pensaba en lo irresponsable y egoísta que era su generación, comparándola con la de sus padres, que con la misma edad había combatido en la Segunda Guerra.
Aunque haya quienes celebren que con el guiño de su final sorpresa se pueda decir que McEwan ha terminado logrando al mismo tiempo un imposible triunfo para las dos literaturas en pugna –la novela lineal y realista para disfrute de Frome, y también los complejos juegos literarios que busca Haley–, Operación Dulce es un libro de momentos, que (a diferencia de Chesil Beach, por ejemplo) no se termina de disfrutar como un todo. La iniciación de la sexualmente inquieta Frome en manos de su maestro Tony Canning, es sin dudas uno de esos grandes momentos, y su sombra planea inequívoca sobre todo el libro, que le debe gran parte de su clima evocador, que luego ocuparán los agentes menores del Servicio Secreto, en busca de una literatura comprometida, pero con el estado de las cosas y no una revolución que resultó agotada aún antes de comenzar, y no precisamente por culpa de las confusas y torpes artes de la burocracia en acción.
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