Impulsado por una fuerte expectativa en Frankfurt y Guadalajara, por el apoyo de Vargas Llosa y por su propia figura del periodista exitoso que abandonó todo para escribir su gran libro, Jeremías Gamboa desembarcó finalmente con Contarlo todo. La primera novela de este narrador peruano se sitúa en una tradición clásica y moderna, busca el gran aliento de la novela social y rinde sendos homenajes a Vargas Llosa y Roberto Bolaño.
› Por Juan Pablo Bertazza
El título de la esperada primera novela de Jeremías Gamboa es tan potente que trasciende el libro. El Contarlo todo incluye lo que se dijo sobre la fuerte campaña que tuvo incluso antes de salir: el anuncio, en plena Feria del Libro de Frankfurt, de la agencia de Carmen Balcells acerca de su lanzamiento (que se reiteraría en la Feria de Guadalajara) y la recomendación del Nobel Vargas Llosa, a quien Gamboa conoció a raíz de un ensayo sobre uno de sus libros. “Sabe concentrarse en lo esencial, que es siempre contar una historia bien contada”, lanzó Mario, un lugar común pero consistente en sus labios. El propio Gamboa tuvo que dar su opinión sobre semejante despliegue: “Ha sido útil, pero ese discurso se va a ir disipando y va a quedar la literatura”.
Efectivamente, la historia del libro (lo que antecede al libro mismo) marca una escisión: el antes y después de la escritura, el adentro y el afuera de la novela. Y eso constituye lo más contradictorio y lo más interesante de Contarlo todo.
Paradoja de comienzo: Contarlo todo es una novela que habla más de poesía que de novela (“en Lima los poetas aparecen por generación espontánea”), una novela ambiciosa en una literatura peruana que, según el mismo libro, se caracteriza por no serlo, una historia moderna que se inspira, en cierta forma, en las novelas de aprendizaje del siglo XIX (Stendhal, sobre todo), un libro que mientras parece hablar de amor y amistad, es en realidad fuertemente autorreferencial: la historia acerca de cómo hace un escritor para escribir, y mejor aún, cómo hace para salir de sí mismo.
En las últimas páginas, el protagonista plantea el, por cierto, deslumbrante colmo del narcisismo a través de una imagen perfecta: “Desde niño me intrigó saber qué se vería en las superficies de dos espejos, uno frente al otro, si uno fuera capaz de ser invisible y colocarse en el medio”. Mucho antes, al principio del libro, asegura: “¿Qué historia? Pues la mía: no tengo ninguna otra historia que contar”.
Llama la atención, entonces, el ligero cambio de nombre con que Jeremías Gamboa llamó a su alter ego, Gabriel Lisboa, algo que contradice el propio título del libro que, a través de una original vuelta de tuerca, también se modifica apenas dentro de la novela y pasa a llamarse El día de contarlo todo.
Gabriel Lisboa es un joven criado por sus tíos en un barrio pobre de Lima que no tiene futuro ni pasado, que sólo se conecta en la Universidad donde tiene que hacer grandes esfuerzos para mantener su beca y donde, a su vez, se siente “un ser invertebrado en medio de una estampida de bisontes”. Hasta que su tío Emilio, mozo en una pizzería, le consigue una especie de pasantía en un diario donde, en una carrera meteórica, empezará como pinche de che pibe y terminará como editor. En el medio, irá conociendo el correcto uso de los signos de puntuación, los códigos afectivos y laborales del oficio, los infiernos de los cierres y la puerta de entrada a una bohemia a la que no dejará de sucumbir. Se inicia en la amistad, por una serie de extraños y talentosos poetas de la Universidad, tres amigos con los que forma un conciliábulo con la brújula puesta en Los siete locos, y en el amor, a partir de relaciones tan esporádicas como superfluas. A todo esto, claro, el protagonista confirma el gran propósito de su existencia: contarlo todo o, al menos, convertirse en escritor.
Contarlo todo parece responder a dos modelos, el Vargas Llosa de La tía Julia y el escribidor (donde también había un claro alter ego de Vargas Llosa) y Conversación en la catedral (que arrancaba preguntándose a partir de cuándo se había jodido Perú) y el Roberto Bolaño de Los detectives salvajes, pero también de Estrella distante.
Al igual que Lisboa, Gamboa también abandonó el periodismo (fue columnista de las revistas Caras, Somos y Asia sur, y editor de Etiqueta negra) para poder escribir esta misma novela que le llevó cinco años. Desde que tomó esa decisión radical, Lisboa se la pasó buscando excusas para no escribir: entre ellas, enamorarse de Fernanda, una alumna de su curso de literatura, que hizo que le pasara a importar más el contenido del mail que le mandaba a ella que la escritura del cuento que le adjuntaba en ese mismo correo. Y ahí radica otra contradicción interesante del libro: a pesar de que no ofrece casi referencias políticas (apenas la mención de la guerra con Ecuador durante nuestro menemismo), la novela muestra una fuerte impronta social al contar la historia de quien logra abrirse paso desde cero, tanto a nivel laboral como privado, al vincularse con una chica del barrio de Miraflores cuya familia lo desprecia por su origen humilde.
Todo lo que Lisboa (y seguramente Gamboa) hace en aras de romper el bloqueo que le impide escribir su primera novela (intenta con la actividad física, viajes, alcohol y noche) no hace más que aumentarlo, y así intenta buscar el fino equilibrio entre la vida y la literatura. A tal punto, que encarna un verdadero callejón sin salida: busca escribir todo lo vivido aunque su vida, hasta ese momento, se redujo básicamente a aprender a escribir.
A pesar de su extensión poco acorde con estos tiempos instantáneos, las quinientas páginas de Contarlo todo se leen con mucho placer, y dan muestras sobradas de talento literario (sobre todo, de precisión a la hora de expresar climas y emociones). Pero por supuesto, aun promisoria, no deja de ser una primera novela.
Una primera novela atípica, en el sentido de que viene con aquella historia y tanta expectativa, algo que sucede, en general, cuando ya hay una obra. Aunque es clásica, Contarlo todo es consecuencia de los tiempos actuales, y en eso radica su mayor originalidad: una novela escrita a la luz de su tiempo que, siguiendo con las contradicciones, pretende sustraerse a eso y lo logra.
A pesar de tantas referencias literarias, tantas lecturas que, por momentos, parecen más angustias que influencias, el escritor logra vencer su bloqueo no con un libro sino con una canción. Y logra encontrarse, es decir, encontrar su voz, es decir, escribir, cuando, precisamente, consigue salir del encierro que significa él mismo para sí, algo que concreta con una interesante oscilación, en la segunda parte del libro, ente la primera y la tercera persona: “Puedo escribir porque he dejado de ser quien era, de modo que todas las mañanas escribo sobre un Gabriel completamente diferente de mí”.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux