COLECCIONES
Ciencia al día
La colección Ciencia que ladra, publicada por la Universidad Nacional de Quilmes y Siglo Veintiuno Editores, presenta en sus tres primeros títulos (Plantas, bacterias, hongos, mi mujer, el cocinero y su amante, de Luis G. Wall, Guerra biológica y bioterrorismo, de Martín Lema, y El cocinero científico (cuando la ciencia se mete en la cocina), de Diego Golombek y Pablo Schwarzbaum, problemáticas apasionantes desarrolladas con claridad y eficacia narrativa.
por Andi Nachon
Un supervisor escolar entró al quinto grado A de un colegio de mujeres: el grupo había sido caracterizado como curso difícil. Ante una joven maestra superada por la situación y el bullicio, el hombre simplemente sacó un corcho del bolsillo de su traje y preguntó a la clase si alguien sabía qué era eso. Durante los siguientes cuarenta minutos, veinte niñas permanecieron pasmadas ante todas las posibilidades que ese objeto entrañaba: qué era el corcho, cómo se conseguía o desde cuándo el hombre lo usaba. En un instante, el relato había logrado que un elemento de la cotidianidad deviniera ante sus ojos en objeto maravilloso.
Mucho de esa operativa alienta a la colección Ciencia que ladra. Dirigida por Diego Golombek e ideada por un equipo de investigadores de la Universidad Nacional de Quilmes, sus libros acercan al lector determinados temas científicos, a veces muy específicos, como la guerra biológica, y otras absolutamente cercanos, como la cocina.
Partícipes de un tono ameno, aunque no por eso menos riguroso, los primeros títulos de la colección salen airosos de la primera prueba que todo libro debe cruzar: sin dudas logra que el lector siga leyendo, incluso cuando el tema tratado sea la relación entre ciertas bacterias y las raíces de algunas plantas.
Así, Plantas, bacterias, hongos, mi mujer, el cocinero y su amante presenta distintas interacciones biológicas, sus beneficios, sus consecuencias, y los posibles aprovechamientos que pueden hacerse de la microbiología para controlar problemas como la desertificación. Luis Wall parte de la siguiente afirmación: “La gran variedad de organismos vivos que habitamos este planeta estamos formados por las mismas moléculas básicas.” A partir de allí, la validez del relato está en rastrear este hecho a la manera de una epopeya, sin acopiar datos o leyes cristalizadas, sino permitiéndonos presenciar una historia plena de relaciones apasionantes. Al finalizar el libro, como bien Wall sostiene, miramos las plantas de una manera distinta.
En Guerra biológica y bioterrorismo, Martín Lema trata un tema hoy lamentablemente vigente: la manipulación de organismos vivos con fines destructivos. Rastrea su uso a través de la historia, nos muestra su actual riesgo y abre la reflexión al problema ético que este tipo de elementos bélicos conlleva. Su acierto es ubicarse desde la posición del investigador y su trabajo científico, sin olvidar las situaciones político-económicas que juegan un papel esencial en la construcción de armas biológicas y, como bien se aclara, “lo aberrante es, simplemente, crear armas”.
El cocinero científico (cuando la ciencia se mete en la cocina) transforma la cocina en laboratorio y vuelve cada comida en una intriga. Sus autores, Golombek y Schwarzbaum, logran un registro coloquial que les permite hablarnos de la mayonesa como una emulsión, dar excelentes recetas para tortillas, explicar los beneficios nutritivos de distintos alimentos, contar la historia del café o proponer más de un experimento a la hora del desayuno. Siempre divertido, El cocinero... exhibe con desparpajo cómo el saber científico está ligado entrañablemente a nuestro entorno cotidiano.
Con estos tres libros, Ciencia que ladra muestra todo el potencial de un proyecto alentador: divulgar temas científicos con seriedad aunque sin solemnidad. Gesto que comparten los tres títulos desde diferentes estilos y que se relaciona con una clara toma de posición política: no una ciencia para pocos y menos un pseudolenguaje científico, del que han abusado los medios y algunas de las empresas más oscuras que el hombre ha encarado en su historia. Sin pretensión pero con arte, Ciencia que ladra comparte su saber y logra que el conocimiento se vuelva maravilla ante la mirada del lector.