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Domingo, 16 de febrero de 2014

LA FERIA DE LAS TINIEBLAS

La nueva y breve novela de Stephen King es un policial ambientado en 1973 donde el misterio del crimen es lo de menos. Lo que importa es el clima nostálgico de esa carnavalesca feria de variedades donde el protagonista y sus fantasmas viven una hermosa historia de iniciación que recuerda a Ray Bradbury y también al propio King de nouvelles como las reunidas en Las cuatro estaciones.

 Por Rodrigo Fresán

Es una pena que la edición española de Joyland no haya conservado la portada original de la editorial norteamericana Hard Case Crime a la que Stephen King ya había entregado, en 2005, el breve pero muy disfrutable Colorado Kid. Porque –como aquel otro– Joyland es un libro que sí puede juzgarse (y entenderse) por su portada. Mejor me explico, me explico mejor: la Hard Case Crime es una editorial consagrada a la celebración del noir y lo hard-boiled, rescatando clásicos descatalogados e inéditos extraviados de firmas vintage como James M. Cain y Donald Westlake y Cornell Woolrich y David Goodis; poniendo a jugar a astros de otros planetas como Robert Silverberg o Roger Zelazny; descubriendo a nombres como Jonny Porkpie o a jóvenes prodigios Ariel S. Winter y esa obra maestra del pastiche legítimo que es su The Twenty-Year Death, donde se invoca a los espectros de Georges Simenon, Jim Thompson y Raymond Chandler. Y sus portadas son deliciosamente retro y muy pulp-fiction. Así, en Joyland, Stephen King juega no sólo a la revisitación a un género sino, también, al autohomenaje justificado. Porque el King de la pequeña Joyland es, también, el King de las inmensas nouvelles que dieron lugar a grandes hitos de su ya larga carrera, como las reunidas en Las cuatro estaciones y Corazones en la Atlántida o el folletín La milla verde. Un King conciso y funcional y esbelto y sin un gramo de relleno que vuelve a probar aquí que es un gran narrador, un hombre que sabe contar –y emocionar– como pocos. Hay en una sola página de Joyland más sentido del entretenimiento y buena literatura que en ese pesado mamotreto e insufrible y tan promocionado equívoco que es La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Joël Dicker. En Joyland, King no quiere parecerse a Vladimir Nabokov, ni a Philip Roth, sino a lo mejor de sí mismo. Y con eso alcanza y sobra. Y digámoslo también: el misterio de la identidad de quién es el asesino en serie que acecha parques de atracciones no es lo que aquí importa, y cualquier lector más o menos curtido en estas lides lo averiguará a las pocas páginas. Lo que aquí sí importa y vale y deslumbra es el modo en que –incluyendo jerga ferial– King transmite melancolía, retrotrayéndonos a un verano de 1973 (con ecos de aquel Verano del ’42) en una playa de Carolina del Norte. La voz es la del alguna vez joven Devin Jones –quien recuerda sin ira desde su sexta década, convertido en un escritor de poca monta, pero seguro de que “cuando se trata de recordar, todos escribimos ficciones”–, perdiéndose y encontrándose en la carnavalesca atmósfera de una feria de tinieblas con guiños a aquella de Ray Bradbury regenteada por Mr. Dark y Mr. Cooger, a aquella otra de Charles G. Finney donde atendía el Dr. Lao, y hasta a esa misma con la que King abría La zona muerta. Durante sus días y noches en Joyland, Devin Jones –porque, finalmente, Joyland es una historia de iniciación por encima de todo rasgo de especie– es alguien al que todavía le duele su pasado y asusta su futuro. De ahí que se concentre en su presente y en un reparto que incluye a una pareja de amigos, a una novia traicionera, a un humilde y crepuscular magnate de los carnavales que ya anticipa la amenaza de los grandes parques temáticos y computarizados, a una adivina que tal vez sí pueda ver lo que vendrá, a una madre joven y rebelde y experta tiradora, a un adorable e inquietante niño agonizante y –larga vida al Rey King– la sutil pero decisiva pincelada de un fantasma clamando por justicia desde una Casa Embrujada de esas a las que hay que pagar para entrar subidos a un carrito empujado por la electricidad y el miedo. Joyland se lee rápido y feliz y funciona a la perfección como una vuelta en la rueda de la fortuna o en el carrusel de la desgracia. Y confirma la buena racha y puntería de un King que recientemente ha triunfado con 22/11/63 y El viento por la cerradura y Doctor Sueño. Pero –atención– Joyland no es más que un aperitivo para ir haciendo boca mientras contamos los días que faltan para la atracción principal de este 2014 que llegará, en inglés, el próximo junio y en nuestro idioma antes de fin de año: Mr. Mercedes, a la que King ha calificado de “mi primera novela hard-boiled”. Su portada es muy moderna. Y da mucho miedo. ¿Nos atreveremos a entrar a semejante laberinto del terror con policía retirado y terroristas?, nos preguntará entonces este gran maestro de ceremonias que, por supuesto, ya sabe y siempre supo cuál será nuestra respuesta. Pasen y lean.

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