Una artista performática llega a ser gobernadora de la provincia de Buenos Aires. Claro que todo es tan fantástico como suena, y menos sencillo. En su nueva novela, Gabriela Cabezón Cámara refuerza la contundencia estilística de las anteriores, La Virgen Cabeza y Le viste la cara a Dios.
› Por Walter Lezcano
La tercera novela de Gabriela Cabezón Cámara deja en claro que estamos frente a una autora que logró construir un estilo y una voz reconocibles y ocuparse de un sector como los desclasados, suministrándoles a sus personajes una humanidad y dimensión encantadoras y atrapantes. Y en tal sentido, pudo darles valor y relevancia literaria a historias que en otras manos podrían considerarse solamente como denuncia social.
El romance de La Negra Rubia cuenta una historia sencilla e increíble: para evitar un desalojo, una poeta, Gabi, se prende fuego a lo bonzo. Sobrevive y se convierte en artista performática que viaja por el mundo exponiendo como espectáculo su piel arruinada. Luego se enamora de una millonaria (quien le da, como acto de amor supremo, la piel de su rostro una vez que muere) y consigue viviendas para todos sus amigos y ex compañeros. Regresa al país y logra ser gobernadora de Buenos Aires. Finalmente, cuando termina su mandato se retira a vivir plácidamente en Tigre. A pesar de que los hechos que se relatan son densos, la autora utiliza una primera persona lúdica, humorística y despiadada. Nunca se arrastra hacia el golpe bajo. Y es en esas características donde se destaca la prosa de Cabezón Cámara.
Con un lenguaje liberado de cualquier atadura, mezclando términos de uso cotidiano con palabras que remiten a la religión cristiana o a la mitología griega, por ejemplo, Cabezón Cámara va estableciendo un pacto de credibilidad. Se va ganando la fidelidad a partir del uso de ironías que ayudan a desmontar la contundencia de los hechos. En el capítulo llamado Quién lo hubiera dicho, puede leerse: “Ese día de septiembre en que ardí como una bonza, a quién se le hubiera ocurrido que sólo un lustro después adquiriría este brillo. Ese día terminé más opaca que una nube en un eclipse de sol, más opaca que un fantasma: opaca como ceniza, medio muerta y sin cerebro, en coma farmacológico casi un trimestre. Y después, ¿qué mayor opacidad que no verse en los espejos?”. Esa musicalidad e intensidad persisten a lo largo de toda la historia. Lo que termina construyendo un ritmo preciso y duradero, y le da al relato una velocidad propia.
Estructurada a partir de capítulos cortos que no superan las tres páginas más un epílogo y una coda, El romance de La Negra Rubia aborda dos temas en apariencia antagónicos pero que se terminan ensamblando con fluidez. Por un lado está el problema habitacional de toda ciudad y que en la actualidad emerge como una de las grandes cuentas pendientes de la gestión política. Y por otra parte es el mundo del arte performático y el tipo de consumo que se realiza de estas obras. La solución que encuentra Cabezón Cámara para hacer fluidas estas cuestiones, y cruzarlas, se aleja del realismo. Y en este sentido el componente fantástico no deja de ser una de las formas más extremas y extrañas que puede adquirir lo real.
Y para matizar la parte oscura del mundo que retrata la novela está eso que se menciona en el título: el romance. La protagonista lo explica así: “La vi entrar y me pasó lo que a tanto negro: me gustó por alta, por rubia, por musculosa, por llevar ropa de lino con la elegancia con la que Aquiles llevaría la bandera griega cabalgando una yegua negra acerada a la orilla del mar azul profundo de Troya, quiero decir que me gustó y se me armó de atardecer en el mar con poema rosa y con música de fondo”.
La entrega a la pasión es total. Y forma parte de una manera de relacionarse con los sentimientos que es muy propia de los personajes de esta autora.
Por último, El romance de La Negra Rubia puede leerse como parte de una trilogía involuntaria que se completa con sus dos novelas anteriores, dada la conexión innegable que hay entre ellas por las temáticas poderosas que reflejan. En el caso de La Virgen Cabeza se pone en relieve lo que sucede en las villas miseria en un combo que incluye travestis y delirios religiosos. Y en Le viste la cara a Dios es la trata de personas, y cómo escapar de esa tragedia, el corazón de un relato que palpita y sangra. Son tres obras que, además, comparten una búsqueda estilística que es la herramienta más contundente para despojar a una historia actual de todo lo que pueda tener de aleccionador.
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