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Domingo, 4 de mayo de 2014

SUR Y DESPUÉS

Tom Wright construye una novela que recrea el sur mítico de Tom Sawyer, sol y libertad, para virarla finalmente a un discutible thriller mechado con escenas a lo Stephen King.

 Por Mariana Enriquez

Jim es un adolescente texano que vive con su abuela, a principios de los ’70 –Elvis todavía está vivo, sigue siendo el Rey– en un sur canónico, el de Tom Sawyer y Mick Kelly, el de los chicos de Matar un ruiseñor. Un lugar de sol, libertades y personajes excéntricos que esconde su verdadera cara: la del desamparo y la crueldad. Jim es el narrador de Lo que muere en verano, la primera novela de Tom Wright, también texano que, además de dedicarse a la literatura, es perito forense, psicólogo y terapeuta familiar. Es quizá su experiencia como terapeuta la que le permite construir la extrema disfunción de la familia de Jim con gran naturalidad, sin subrayados ni sentimentalismos, usando la voz del parco y a la vez dulce adolescente para una recorrida por el abuso sexual, la violencia contra los chicos y las mujeres, el alcoholismo, la homofobia, incluso el incesto.

La familia de Jim es el centro de Lo que muere en verano, un relato sobre el fin de la inocencia, una novela de iniciación y el sol de ese sistema solar es Lee Ann, su prima, que llega a la casa de la abuela escapando de su padre abusador. El propio Jim ha escapado también, en su caso de un padrastro que lo golpea hasta mandarlo al hospital y de una madre borracha que elige al hombre por sobre el hijo. Los chicos encuentran el afecto y el punto de referencia ética en la abuela, insólitamente ajena a la brutalidad que la rodea, capaz de criar a los chicos y defenderlos, al menos hasta donde puede.

Hasta aquí, Lo que muere en verano es una novela sobre crecer, sobrevivir y hacerse adulto en medio del desamparo y el abuso, narrada por la voz del chico que contiene sus sentimientos, un registro ideal para evitar el melodramático rosario de desdichas y agregarle encanto a un relato de realismo crudo. Episódica, tiene escenas excelentes: cuando Jim atiende a la doctora Kepler, una amiga de la abuela que se muere de cáncer, pero antes de morir se hace amiga del chico y pone a prueba su lealtad; todas las escenas con Diana, la deliciosa novia de Jim, hija de un policía; las revelaciones de oscuros secretos familiares, que no sirven para curar ninguna herida y sólo conducen hacia más desdicha. Ese es un hallazgo de Lo que muere en verano: a pesar de la voz candorosa de Jim, la novela no finge epifanías ni falsas promesas de salvación. Este mundo es duro y destructor: sobrevivirlo es difícil y el logro de Wright es elegir a Jim como ese chico decente a pesar de las circunstancias, que puede contar su historia con compasión y sin resentimiento.

Hacia la mitad, y de forma repentina –como si irrumpiera la experiencia de Wright como forense–, Lo que muere en verano se bifurca y se convierte en un thriller. La trama policial empieza cuando los primos adolescentes encuentran, en una de sus perezosas caminatas de las vacaciones, el cuerpo de una chica muerta, asesinada, mutilada, con los pezones cortados. Es la primera de una lista de víctimas porque el pequeño pueblo de Dallas donde viven es asolado por un asesino serial que las prefiere muy jóvenes, casi niñas. Y cuando se corre hacia el género policial, la novela empieza a transitar un terreno híbrido que le resta fuerza a pesar de que le agrega intriga y tensión. Es que al mismo tiempo que empiezan los crímenes, Jim descubre que tiene cierto difuso poder paranormal, que se manifiesta en visiones y sueños vívidos: el chico ve a las chicas muertas cada mañana cuando se despierta, sueña con ellas, recibe mensajes que apenas sabe decodificar. Estamos en terreno de Stephen King, y la novela recuerda a El cuerpo o a la más reciente Joyland. Pero donde King logra mantener creíbles a esos narradores inocentes en situaciones macabras, Wright falla, la voz de Jim se torna monótona. Lo que muere en verano tiene el potencial para ser una mezcla perfecta pero, sin embargo, termina siendo una novela indecisa. Algunas líneas argumentales no se desarrollan, otros elementos, como los poderes de Jim, son accesorios a la trama, casi un adorno, como si estuvieran ahí para agregar un elemento vistoso y poco más. A pesar de la prosa fresca y potente de Wright, Lo que muere en verano que parece disconforme con ser sólo un relato de iniciación en el sur socialmente pobre y anómico y recurre al horror y al policial para inyectarse un dinamismo que en vez de fluir, choca, se enreda. Como si se tratara de dos libros distintos.

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Lo que muere en verano. Tom Wright Duomo 283 páginas
 
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