Domingo, 4 de mayo de 2014 | Hoy
La calambre, de Angel Mosquito, es una historieta de vampiros y violencia extrema, tan realista como imaginativa.
Por Martín Pérez
Cuando los vampiros suburbanos de Angel Mosquito sienten abstinencia por eso que los hace ser vampiros, sufren el mal que titula su historia. Pero como Larry y Mogul quieren rescatarse y vivir como personas, en vez de “hacer mierda a algún gil” –como fantasea Larry al comienzo del libro–, recogen cartón hasta juntar las monedas necesarias para comprar una morcilla. Y que se les pase la calambre.
Pero, aun así, el veterano Larry y su hijo Mogul –aunque en realidad lo encontró de pequeño a la orilla del río Reconquista– jamás podrán dejar de ser lo que son. Dos lúmpenes que están demasiado reventados como para siquiera hacer unas monedas lavando los vidrios de los autos que paran en los semáforos, que no tendrán otro destino que el de ponerse al servicio de los reducidores del barrio, lo que los convertirá en torpes delincuentes, vampiros en retirada, sorprendentes protagonistas de un thriller oscuro, obra mayor de uno de los grandes historietistas –todavía desconocidos fuera de su ámbito natural– de la última generación local.
Angel Mosquito se llama en realidad Mariano Pogoriles, es técnico agrónomo además de ser historietista, y un dibujante como los de antes, con un abanico de influencias que van desde Hugo Pratt y Fontanarrosa hasta llegar a los hermanos Hernández, próceres del comic under norteamericano. Admirable narrador antes que un preciosista vacío, el versátil Mosquito se ha multiplicado en el humor gráfico siguiendo el estilo de esa obra maestra autobiográfica que es El Granjero de Jesú, y actualmente colabora con tiras en varios medios, incluso creando una historieta en la que estuvo siguiendo la campaña futbolística de su amado Morón.
Además, junto al guionista Federico Reggiani, ha ido publicando en la revista Fierro admirables seriales como Vitamina Potencia, una relectura de Titanes en el Ring a la medida del Soriano de No habrá más penas ni olvido. Y la postapocalíptica Tristeza, una historia de la cotidianidad después del (casi) fin del mundo. Ambas prometen segundas partes, así como su eficaz dupla con Reggiani, que todo parece indicar tiene cuerda para rato.
Pero La calambre –con guión propio– sugiere una continuidad con Morón Suburbio, la saga que primero llamó la atención sobre el trabajo de Mosquito, una especie de saga policial crudamente suburbana, en donde ladrones y policías se hunden en el mismo lodo, todos manoseados. Esa misma mirada campea en la salvaje La calambre, historieta y nunca novela gráfica, un thriller oscurísimo, sazonado aquí y allá con un bestial humor negro, creando un fascinante mundo propio, demasiado parecido al de todos los días.
Empujados por la necesidad, Larry y Mogul saldrán a buscar autos ajenos y, como no podía ser de otra manera, las cosas se pondrán espesas con los integrantes de un cuerpo policial cazavampiros, tan corrupto como la policía regular. Habrá traiciones, amenazas, violaciones, y –por supuesto– incluso giles pasados a colmillo en la torpe aventura del dúo, a los que no podrá ayudar ni siquiera un personaje increíble atrapado en el cuerpo de un niño, el gran maestro albino, que intentará aconsejarlos aunque sepa que, en realidad, hace tiempo que está todo perdido.
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